Atracción prohibida. Un amor que rompe las reglas.

Nueve malditos años.

El bufete de Francisco estaba inmerso en el bullicio habitual cuando la puerta se abrió para dejar paso a una figura que no había visto en casi una década.

Estela, la mujer que una vez amó con todo su ser, se presentó ante él con una expresión de aparente aflicción. El corazón de Francisco se agitó al verla, recuerdos agridulces de una vida pasada inundaron su mente.

—Francisco… —la voz de Estela, temblorosa, lo sacó de su ensimismamiento—. Vine solo porque necesito hablar con Ainara, y solo tú me puedes decir donde está.

Francisco la miró fijamente, sus ojos reflejaban una mezcla de sorpresa, desconfianza y un vestigio de dolor. La última vez que la había visto, ella había abandonado su vida y la de su hija sin mirar atrás, dejando tras de sí un vacío que le había costado años llenar.

—Estela —respondió con tono profesional, ocultando su confusión bajo una máscara de calma—. ¿Por qué has vuelto después de tanto tiempo? ¿Qué te hace pensar que puedes simplemente aparecer y pedir hablar con ella?

Estela bajó la mirada, intentando parecer vulnerable, pero Francisco no se dejó engañar. Había aprendido a leer a las personas durante sus años como abogado, y algo en la actitud de Estela no le cuadraba.

—Lo siento, Francisco. He cometido muchos errores y quiero enmendarlos. Ainara merece saber que su madre está aquí para ella —dijo, su voz cargada de supuesta sinceridad.

Francisco entrecerró los ojos, evaluando cada palabra, cada gesto.

—¿De verdad has venido por Ainara? ¿O es porque has escuchado sobre la herencia que recibirá? —sus palabras fueron directas, cortantes.

Estela levantó la cabeza bruscamente, sus ojos verdes reflejaban sorpresa y un destello de culpa. Francisco supo en ese instante que había tocado un nervio.

—No es así… —intentó justificarse, pero la firme mirada de Francisco la hizo callar.

—Estela, si de verdad quieres enmendar tus errores, empieza siendo honesta. Ainara no necesita más engaños en su vida.

El silencio se hizo palpable en la sala, mientras Francisco aguardaba la respuesta de la mujer que una vez lo había dejado destrozado, esperando que, esta vez, pudiera ser sincera por el bien de su hija.

Estela, al ver que sus argumentos no surtían efecto, decidió intensificar su actuación. Sus ojos se llenaron de lágrimas y su voz tembló mientras hablaba.

—Francisco, por favor, entiende que estoy arrepentida. Me he dado cuenta de mis errores y he vuelto porque quiero enmendar el daño que hice. Además, mis hijos necesitan conocer a su hermana mayor. Ainara merece conocer a sus hermanos.

Francisco sintió que una oleada de emociones se desataba dentro de él, pero mantuvo su exterior frío e imperturbable. La noticia de que Estela tenía dos hijos más le golpeó como un mazazo.

La mujer que había abandonado a Ainara hace nueve años ahora regresaba con otros dos hijos, esperando que él y su hija aceptaran esta nueva realidad sin más.

—¿Hijos? —preguntó Francisco, su voz carente de emoción—. Así que te marchaste y formaste una nueva familia con tu amor ¿Y ahora esperas que Ainara acepte a estos desconocidos como hermanos de la noche a la mañana?

Estela asintió, sus lágrimas cayendo libremente.

—Sí, Francisco. Quiero que seamos una familia de nuevo. Sé que cometí errores, pero mis intenciones ahora son honestas. Solo quiero lo mejor para nuestros hijos.

Francisco dejó escapar un suspiro, y sus ojos se endurecieron aún más.

—Estela, dejaste a Ainara cuando más te necesitaba, y ahora vienes aquí, después de nueve años, ¡NUEVE MALDITOS AÑOS! —grito—. Esperando que todo vuelva a ser como antes. No sé cuáles son tus verdaderas intenciones, pero te aseguro que no permitiré que juegues con los sentimientos de nuestra hija.

Estela retrocedió, herida por la frialdad en las palabras de Francisco.

—Francisco, no estoy aquí por dinero, ni por herencias. Estoy aquí porque realmente quiero ser una madre para Ainara y que ella conozca a sus hermanos, ellos no tienen la culpa de mis errores.

Francisco la observó detenidamente, tratando de leer más allá de sus palabras.

—Lo que Ainara necesita es estabilidad, y hasta que no esté seguro de tus intenciones, no permitiré que te acerques a ella. Si realmente has cambiado, tendrás que demostrarlo con acciones, no con palabras y lágrimas.

El silencio volvió a invadir la sala, y Estela entendió que no sería fácil ganar la confianza de Francisco ni la de Ainara. Pero estaba decidida a intentarlo, consciente de que el camino hacia la redención sería largo y arduo.

Estela tomó aire, intentando mantener la compostura.

—Francisco, en aquel entonces te dejé la custodia total porque no sabía qué hacer. Estaba confundida y asustada, sentía que no podía ser una buena madre en ese momento, por favor entiéndeme, el miedo de llevarla conmigo a un lugar que no conocía, me consumía por dentro.

Francisco, sintiendo una oleada de ira y dolor, no pudo contenerse más.

—¡No sabías qué hacer! —gritó, su voz resonando en la sala—. No eras una adolescente, Estela. Ya eras una mujer hecha y derecha que sabía perfectamente lo que hacía. Decidiste abandonar a Ainara, por las pelotas de un hombre, y ahora esperas que te perdone y acepte como si nada hubiera pasado.

Estela retrocedió, sus ojos llenos de lágrimas.

—Lo siento, Francisco. Sé que cometí un gran error, pero estaba perdida. Solo quiero una oportunidad para enmendarlo.

Francisco respiró profundamente, tratando de calmarse. Sabía que debía mantener la cabeza fría por el bien de Ainara.

—Estela, no es tan simple. No puedes simplemente regresar y esperar que todo se arregle. Ya te lo dije, tendrás que demostrar con acciones, no con palabras, que realmente estás aquí por Ainara y no por otra razón, porque no confió en tu teatrico barato.

El silencio llenó la sala mientras ambos procesaban las emociones que había traído consigo esta conversación. La tensión era palpable, pero Francisco sabía que, por el bien de su hija, debía ser fuerte y protegerla de posibles desilusiones.




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