En la tranquila intimidad de su hogar, Francisco y María se sentaron juntos en la cama, la suave luz del atardecer entrando por las ventanas. La aparición de Estela había removido viejas heridas y sentimientos encontrados en Francisco, y María podía ver la tensión en su rostro.
—No puedo creer que después de nueve años, Estela simplemente aparezca ¡Qué descaro tiene! —dijo Francisco, su voz cargada de frustración y dolor.
María apretó suavemente su mano, buscando ofrecer consuelo.
—Debe ser muy difícil para ti, amor. ¿Cómo te sientes con todo esto? ¿Qué fue lo que te dijo?
Francisco suspiró, frotándose las sienes.
—Estela abandonó a Ainara cuando más nos necesitaba y ahora, de repente, pretende regresar como si nada. Y encima, tiene dos hijos más, que quiere que conozcan a su hermana mayor.
María levantó las cejas, sorprendida.
—¿Dos hijos? Eso es… inesperado. ¿Y cómo te sentiste al escuchar eso? De seguro deben estar pequeños.
Francisco apretó los labios, su mirada fija en un punto lejano.
—Me sentí traicionado, nuevamente. No solo porque abandonó a Ainara, sino porque formó una nueva familia y ahora pretende que todo vuelva a ser como antes. Intentó justificarse diciendo que no sabía qué hacer en aquel entonces, pero no puedo aceptar esa excusa.
María apretó suavemente su mano, ofreciendo su apoyo silencioso.
—Sabes que siempre estaré a tu lado, Francisco. Esta situación es complicada, pero debemos pensar en lo que es mejor para Ainara.
Francisco asintió, apreciando la calma de María.
—Lo sé, María. No quiero que Ainara vuelva a sufrir, por culpa de esa mujer. Le dije a Estela que tendría que demostrar con acciones, no con palabras, que realmente ha cambiado. Pero tengo que admitir que tengo mis dudas.
Mientras hablaba, María no pudo evitar recordar a su exesposo. La idea de que él pudiera aparecer de nuevo, como Estela, la llenaba de inquietud. No sabía cómo reaccionaría ni qué haría en esa situación.
—Es natural tener dudas, Francisco. La clave será observar sus acciones y asegurarnos de que Ainara esté protegida y amada. Juntos podremos manejar esto, como siempre lo hemos hecho.
Francisco se sintió aliviado, sabiendo que contaba con María en este desafío inesperado.
—Gracias, María. No sé qué haría sin ti, eres mi sol.
—Nunca tendrás que averiguarlo —respondió ella, con una sonrisa tranquila. La fortaleza y amor que compartían les dio la seguridad de que, pase lo que pase, enfrentarían el regreso de Estela juntos, protegiendo siempre a su hija y su familia.
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Francisco esperó la llegada de su hija, se sentó en el borde de la cama de ella, su expresión era seria, pero llena de preocupación. Sabía que la conversación que estaba a punto de tener no sería fácil.
—Ainara, necesito hablar contigo sobre algo importante —dijo, su voz suave pero firme.
Ainara levantó la vista de su libro, notando la tensión en el rostro de su padre.
—¿Qué pasa, papá?
Francisco tomó aire, buscando las palabras adecuadas.
—Hoy, en el bufete, tu madre vino a verme. Quiere verte, dice que está arrepentida y que quiere enmendar sus errores.
El rostro de Ainara se endureció al escuchar esas palabras. Cerró el libro con un golpe seco y se levantó, cruzando los brazos.
—¡Esa señora está muerta para mí! —dijo con frialdad, sus ojos reflejaban una mezcla de dolor y resentimiento—. No me importa lo que quiera. No quiero verla ni escuchar sus falsas excusas.
Francisco sintió un nudo en el estómago al ver la reacción de su hija. Sabía que Ainara tenía todo el derecho de sentirse así, pero también entendía que esta situación era complicada.
—Entiendo cómo te sientes, Ainara. Y no te estoy pidiendo que la perdones ni que la aceptes de inmediato. Solo quería que supieras lo que está pasando.
Ainara lo miró, sus ojos llenos de determinación.
—No necesito saber nada más sobre ella. Tú has sido mi padre y mi madre durante todos estos años. No necesito a nadie más… Y María, que siempre me ha tratado con amor.
Francisco sintió una mezcla de orgullo y tristeza. Orgullo por la fortaleza de su hija, pero tristeza por el dolor que aún cargaba.
—Siempre estaré aquí para ti, Ainara. Y respetaré cualquier decisión que tomes sobre esto, sabes que te amo hija.
Ainara asintió, su expresión suavizándose un poco.
—Gracias, papá. Eso es todo lo que necesito, también te amo.
Francisco la abrazó, sintiendo el peso de la situación, pero también la certeza de que, juntos, podrían enfrentar esto.
Ainara intentó mantener su compostura frente a su padre, pero la mención de su madre fue demasiado y ese abrazo hizo que las lágrimas comenzaron a rodar por sus mejillas, inundadas por la mezcla de dolor, confusión y resentimiento. Su cuerpo temblaba mientras sollozaba, liberando años de emociones reprimidas.
Francisco la abrazo más fuerte, pero en ese momento, Mauro entró en la habitación, atraído por el sonido del llanto de Ainara.
Sin decir una palabra, se acercó rápidamente y la envolvió en sus brazos, cuando ella se soltó del abrazo de su padre, ofreciendo el consuelo silencioso que solo él podía darle.
—Estoy aquí, Ainara —murmuró Mauro, acariciando suavemente su espalda—. Estoy aquí contigo, princesa.
Ainara se aferró a Mauro, sus lágrimas empapando su camisa. Sentía que su mundo se desmoronaba, pero en la calidez del abrazo de Mauro, encontró un atisbo de paz. Francisco, al ver el apoyo de Mauro, se sintió agradecido y dio un paso atrás, dejando que los dos jóvenes se consolaran mutuamente.
—No estás sola en esto —continuó Mauro, susurrando palabras de aliento—. Juntos podemos superar cualquier cosa. Estoy aquí para ti, siempre.
Ainara levantó la cabeza, sus ojos hinchados y enrojecidos, pero encontró en la mirada de Mauro la fuerza que necesitaba. Asintió lentamente, sabiendo que, a pesar de la aparición repentina de su madre, no enfrentaría este dolor sola. Con Mauro a su lado, sentía que podría superar cualquier tormenta.