El tiempo pasó rápidamente, como hojas llevadas por el viento. Ainara y Mauro estaban finalizando su segundo semestre en la universidad, inmersos en sus estudios y en la vida que comparten. Las rutinas académicas y los momentos compartidos entre clases han creado un vínculo aún más fuerte entre ellos.
Ainara se concentraba en sus clases de derecho, inspirada por el ejemplo de su padre, mientras que Mauro se dedicaba con pasión a sus estudios de ingeniería. Las largas noches de estudio en la biblioteca y las tardes de café y risas habían forjado una rutina que ambos disfrutaban.
Ainara no supo más de su madre desde aquella tarde en que Francisco le comentó sobre su inesperada visita. No había llamadas ni cartas, y aunque Francisco sabía que Estela seguía insistiendo en ir al bufete cada día, decidió no mencionarlo a Ainara. Quería proteger a su hija y permitirle concentrarse en su futuro sin la sombra del pasado.
Una tarde, mientras caminaban juntos hacia la cafetería del campus, Ainara se detuvo y miró a Mauro.
—¿Sabes? A veces me pregunto si mi madre realmente ha cambiado —dijo, su voz cargada de una mezcla de curiosidad y tristeza.
Mauro la miró con comprensión y tomó su mano.
—Es normal que tengas esas preguntas, mi princesa Ainara. Pero recuerda que no estás sola en esto. Tienes a tu padre, a mí y a todos los que te amamos.
Ainara asintió, sintiendo el calor de la mano de Mauro. Sabía que las respuestas a sus preguntas podrían no llegar nunca, pero también sabía que estaba rodeada de personas que la amaban y la apoyaban incondicionalmente.
En ese momento, Francisco estaba en su oficina, escuchando una vez más las súplicas de Estela. Mantuvo su postura firme, protegiendo a su hija de los fantasmas del pasado. Sabía que el tiempo diría si Estela realmente había cambiado, pero hasta entonces, su prioridad era Ainara y su felicidad.
Y así, mientras las estaciones cambiaban y los días se sucedían, Ainara y Mauro continuaron su camino juntos, con la certeza de que, con amor y apoyo mutuo, podrían superar cualquier obstáculo, pero sin imaginar la tormenta que les vendría pronto.
Unos días después, mientras Ainara y Mauro disfrutaban de un paseo por el parque, el sol se ocultaba lentamente en el horizonte, tiñendo el cielo de tonos anaranjados y rosados. Las hojas crujían bajo sus pies y el aire estaba impregnado del aroma fresco de la naturaleza.
Mauro tomó la mano de Ainara y, con una sonrisa misteriosa, la miró a los ojos.
—Ainara, he estado planeando algo especial para nosotros —dijo, su tono lleno de entusiasmo contenido.
Ainara lo miró curiosa, inclinando la cabeza.
—¿Algo especial? ¿Qué es?
Mauro rio suavemente y sacudió la cabeza.
—No puedo decírtelo todavía. Es una sorpresa para cuando cumplamos los 18 años. Solo te adelanto que será algo que recordaremos por mucho tiempo.
Ainara sintió una oleada de emoción y curiosidad. La intriga hizo que su corazón latiera un poco más rápido.
—¡Mauro, no me dejes en suspenso! Dame una pista, al menos, ¡por favor!
Mauro se acercó y le dio un beso en la frente, su sonrisa aún más amplia.
—Te puedo decir esto: será un día lleno de aventuras y momentos inolvidables, algo que siempre hemos querido hacer. Confía en mí, valdrá la pena la espera.
Ainara asintió, dejando que la expectativa creciera en su interior. Sabía que con Mauro, cualquier sorpresa sería maravillosa.
—¡Ey! Con eso no me dices mucho, pero bueno, confío en ti —dijo, apretando su mano—. Estoy segura de que será increíble, mi querido hermanastro.
Mauro frunció el ceño fingiendo indignación, pero no pudo ocultar una sonrisa divertida.
—¡Hermanastro! —dijo con fingida molestia—. ¿Así es como me agradeces por planear una sorpresa épica?
Ainara soltó una risa suave, disfrutando de su reacción.
—Bueno, supongo que tendría que llamarte “hermano menor supergenial” para que no te enojes, ¿verdad?
Mauro hizo una pausa dramática, llevándose una mano al mentón, como si estuviera considerando la propuesta.
—Hmm, no suena mal. Aunque, “hermano mayor súper increíblemente asombroso” tiene un buen anillo, ¿no crees? —dijo con un toque de sarcasmo y una sonrisa.
Ainara le dio un ligero golpe en el brazo, riendo.
—De acuerdo, hermano mayor, súper increíblemente asombroso, voy a esperar con ansias tu gran sorpresa. Pero si no es tan épica como prometes, prepárate para las consecuencias.
Mauro puso una expresión de exagerado terror.
—¡Oh, no! ¡Las consecuencias de Ainara! Haré todo lo posible para estar a la altura de tus altísimas expectativas, princesa mía.
Ambos rieron juntos, disfrutando del momento de ligereza y la promesa de aventuras futuras. A medida que continuaron su paseo, el amor y la complicidad entre ellos se hicieron más fuertes, sabiendo que, independientemente de los desafíos que enfrentaran, siempre estarían ahí el uno para el otro.
El aire fresco llenaba sus corazones de esperanza y felicidad, anticipando el emocionante capítulo que estaba a punto de comenzar en sus vidas.
Pasaron varias semanas, Mauro llegó con una pequeña caja envuelta en papel color verde.
—Te traje algo. No es gran cosa, pero pensé en ti cuando lo vi.
Ainara, curiosa, abrió la caja y encontró un lapicero elegante con su nombre grabado.
—¡Es hermoso! Gracias, Mau. Siempre pierdo mis lápices, pero este lo voy a cuidar mucho.
Mauro sonrió.
—Sé lo importante que son tus apuntes para ti. Ahora, cuando estudies, sabrás que tienes un pequeño trozo de mí contigo.
Ainara, emocionada por el detalle, decidió sorprender a Mauro también.
—Espérame aquí un segundo.
Ella salió corriendo y volvió en unos minutos con una pequeña bolsa.
—Te tengo algo también. Espero que te guste.
Mauro abrió la bolsa y encontró una pulsera tejida a mano con los colores de su equipo de béisbol favorito.