En una lujosa oficina con vistas panorámicas de la ciudad, Rodrigo se reunió con un influyente político, el Ministro de Economía, Carlos Mendoza, un hombre de mediana edad con una mirada astuta y calculadora, conocido por su habilidad para mover hilos en las altas esferas del poder.
Rodrigo sabía que este encuentro era crucial para su futuro financiero y el de su familia. Ambos se sentaron en sillones de cuero, con una mesa de cristal entre ellos, sobre la cual descansaban documentos importantes.
—Gracias por recibirme, Ministro —dijo Rodrigo, con una sonrisa que no alcanzaba sus ojos—. Creo que ambos podemos beneficiarnos enormemente de esta alianza.
El Ministro asintió, sus dedos tamborileando sobre la mesa.
—Estoy interesado en escuchar tus propuestas, Rodrigo. ¿Cómo planeas que esta unión beneficie a ambas partes?
Rodrigo se inclinó hacia adelante, su voz baja y conspirativa.
—Es simple. Mi empresa de bienes raíces y construcción está en una situación delicada, pero con los contratos gubernamentales adecuados, podríamos revitalizarla. A cambio, tu hija se casará con mi hijo, asegurando una alianza sólida entre nuestras familias.
El Ministro levantó una ceja, intrigado.
—¿Y qué gano yo con esto, aparte de una alianza matrimonial?
Rodrigo sonrió, mostrando sus dientes.
—Con nuestra empresa revitalizada, podremos ofrecerte apoyo en tus proyectos de infraestructura y desarrollo urbano. Además, tendrás acceso a nuestras conexiones en el sector privado, lo que te permitirá expandir tu influencia y asegurar tu posición política. Y, por supuesto, tu hija estará casada con una familia que, con tu ayuda, recuperará su prestigio y estabilidad.
El Ministro asintió lentamente, considerando las palabras de Rodrigo, entrelazó las manos, observándolo con ojos penetrantes.
—Esto no es solo una cuestión de matrimonio, Rodrigo, debes entender eso. Quiero asegurarme de que esta unión de verdad fortalecerá mi posición política y financiera. ¿Puedes garantizarlo? ¿Estás seguro de eso?
Rodrigo asintió con determinación.
—Sí, ministro. Mi empresa tiene un gran potencial. Con su apoyo, no solo salvaremos el negocio, sino que también expandiremos nuestras operaciones de manera significativa.
—Entiendo. Pero, ¿qué te hace pensar que tu hijo aceptará este matrimonio arreglado? Tengo entendido que no vive bajo tu custodia.
Rodrigo se encogió de hombros, su expresión fría.
—Mauro no tiene elección. Haré lo que sea necesario para asegurar esta alianza. Si eso significa manipularlo o presionarlo, lo haré. No permitiré que nada ni nadie se interponga en mi camino.
El Ministro sonrió, satisfecho con la determinación de Rodrigo. Se recostó en su silla, meditando las palabras de él. Tras unos segundos de silencio, finalmente habló.
—Muy bien, Rodrigo. Tienes un trato. Asegúrate de que tu hijo cumpla con su parte, y yo me encargaré de que los contratos gubernamentales lleguen a tu empresa. Pero recuerda, espero lealtad absoluta. Si algo sale mal, las consecuencias serán graves.
Rodrigo sintió un escalofrío recorrer su espalda, pero se obligó a mantener la calma.
—Entiendo, Ministro. No le defraudaré, además mi hijo es un joven inteligente y trabajador, y estoy seguro de que Liliana encontrará en él un buen esposo.
Rodrigo estrechó la mano del Ministro, sellando el acuerdo con una mirada de triunfo en sus ojos. Sabía que sus planes malvados estaban en marcha y que, con esta alianza, podría recuperar el control y el poder que tanto anhelaba, sin importar el costo para su hijo.
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En el lujoso salón de su mansión, Rodrigo se sirvió una copa de champán y la levantó en dirección a su esposa, una sonrisa de triunfo dibujada en su rostro.
—El plan ha salido a la perfección, cariño —dijo, brindando—. El Ministro de Economía ha aceptado nuestro trato. Pronto recuperaremos el control y el poder que tanto hemos ansiado.
Su esposa, con una mirada igualmente maliciosa, levantó su copa y chocó suavemente con la de Rodrigo.
—Sabía que podrías hacerlo, amor. ¿Cómo logramos convencer a Mauro para que firme el contrato de matrimonio antes de que sea mayor de edad?
Rodrigo se recostó en el sofá, disfrutando del momento de victoria.
—Eso ya está arreglado. Tengo un documento que Mauro firmará sin saber qué es realmente. Lo engañaremos para que crea que es algo relacionado con la universidad. Cuando se dé cuenta, ya será demasiado tarde.
Su esposa sonrió, con una sonrisa cargada de intenciones oscuras.
—Perfecto. Así recuperaremos todo lo que perdimos, y más. Con esta alianza, nuestros problemas financieros se solucionarán y estaremos nuevamente en la cima.
Rodrigo asintió, complacido.
—Exactamente. Y nadie se interpondrá en nuestro camino. No importa lo que tengamos que hacer, recuperaremos todo lo que es nuestro.
—Quien iba a decir que tu hijo sería clave al final del día en nuestros planes.
El silencio que siguió estuvo cargado de promesas siniestras. Ambos sabían que sus intenciones no eran puras, pero la ambición y el deseo de poder eran más fuertes que cualquier consideración moral.
Mientras el champán burbujeaba en sus copas, celebraron su victoria anticipada, ajenos a las consecuencias de sus actos y al daño que estaban dispuestos a causar para alcanzar sus objetivos.
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El sol brillaba suavemente sobre el campus de la universidad, bañando los edificios y los jardines en una luz dorada. Ainara y Mauro caminaban juntos, disfrutando de la calma antes de que comenzara la vorágine de los exámenes finales. Sus pasos eran lentos y relajados, como si quisieran saborear cada momento de sus últimos días de clases.
Ainara, radiante y llena de energía, hablaba animadamente sobre sus planes para el verano. Pero Mauro, aunque escuchaba y sonreía, no podía evitar sentir una inquietud creciente en su interior. Era una sensación vaga, una especie de nudo en el estómago que no lograba identificar.