En un día soleado, Mauro caminaba por los pasillos de la universidad, disfrutando de la brisa fresca que entraba por las ventanas abiertas. Los estudiantes se movían a su alrededor, algunos charlando animadamente, otros concentrados en sus libros y apuntes. El ambiente estaba cargado de la energía típica de los últimos días de clases.
De repente, el profesor Diego lo llamó desde la puerta de su oficina.
—¡Mauro! ¿Tienes un momento? Necesito hablar contigo sobre un proyecto importante.
Mauro, sorprendido, pero curioso, se acercó a la oficina del profesor. Diego era conocido por ser un hombre amable y respetado, así que no tenía razones para sospechar nada.
—Claro, profesor. ¿De qué se trata? —preguntó Mauro, entrando en la oficina.
Diego cerró la puerta detrás de él y le indicó que se sentara. La oficina estaba decorada con estanterías llenas de libros de derecho, diplomas enmarcados y una planta que añadía un toque verde al ambiente.
—Mauro, he estado revisando tu desempeño y estoy muy impresionado. Quiero ofrecerte la oportunidad de participar en un proyecto de investigación que podría ser muy beneficioso para tu carrera —dijo Diego, sonriendo.
Mauro se sintió halagado y emocionado.
—¡Eso suena increíble, profesor! ¿Qué tengo que hacer?
Diego sacó un montón de documentos de su escritorio y los colocó frente a Mauro.
—Solo necesito tu firma en estos documentos para formalizar tu participación. Es una formalidad, pero es importante que todo esté en orden con la administración.
Mauro tomó los documentos y comenzó a hojearlos. Las páginas estaban llenas de términos legales y cláusulas que no entendía del todo, pero confiaba en Diego.
—¿Está todo bien? —preguntó Mauro, levantando la vista.
Diego asintió con una sonrisa tranquilizadora.
—Sí, todo está en orden. Solo firma aquí y aquí, y podremos empezar con el proyecto.
Mauro tomó el bolígrafo y firmó los documentos sin pensarlo dos veces. Diego observó con satisfacción mientras Mauro completaba las firmas.
—Perfecto, Mauro. Estoy seguro de que harás un excelente trabajo en este proyecto —dijo Diego, recogiendo los documentos y guardándolos en una carpeta.
Mauro se levantó, agradecido por la oportunidad.
—Gracias, profesor. No lo defraudaré.
Diego sonrió, pero en sus ojos había un destello de malicia que Mauro no notó.
—Estoy seguro de que no lo harás. Ahora, ve y disfruta de tus últimos días de clases.
Diego lo observaba con una sonrisa calculadora. Había logrado que Mauro firmara los documentos, pero había algo más que necesitaba saber.
—Por cierto, Mauro, ¿cuándo cumples los 18 años? —preguntó Diego, tratando de sonar casual.
Mauro levantó la vista, sorprendido por la pregunta inesperada.
—Falta un mes y medio —respondió, sin pensar demasiado en la pregunta.
Diego asintió, como si esa información fuera meramente un dato más.
—Ah, entiendo. Qué emocionante cumplir la mayoría de edad. Recuerdo cuando yo cumplí 18, fue un gran hito.
Mauro sonrió levemente, sin sospechar nada.
—Sí, estoy deseando que llegue. Es un momento importante.
—Sin duda lo es —dijo Diego, manteniendo su sonrisa—. Bueno, no te quito más tiempo. Nos vemos en clase, Mauro.
Mauro asintió y se dirigió hacia la puerta, sin saber que acababa de proporcionar la última pieza del rompecabezas a Diego. El profesor observó cómo se alejaba, su mente trabajando en los próximos pasos de este intrincado plan.
Mauro se sentía emocionado por el futuro, sin saber que acababa de firmar un contrato que cambiaría su vida de una manera que nunca habría imaginado. Mientras caminaba por el campus, la inquietud que había sentido antes se desvaneció momentáneamente, reemplazada por la emoción de la oportunidad que creía haber recibido.
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Rodrigo estaba en su oficina, revisando unos documentos cuando sonó su teléfono. Al contestar, escuchó la voz de Diego.
—Rodrigo, todo está hecho. Mauro firmó los documentos sin sospechar nada.
Una sonrisa triunfante se dibujó en el rostro de Rodrigo.
—Excelente trabajo, Diego. Sabía que podía confiar en ti.
Después de colgar, Rodrigo se sirvió una copa de whisky y se permitió un momento para saborear su victoria. Había esperado este momento durante mucho tiempo, y ahora que tenía la firma de Mauro, su plan estaba en marcha. Decidió que era el momento perfecto para hacer su aparición como el padre arrepentido que había vuelto a buscar a su hijo.
Minutos después, Rodrigo salió de su oficina, bajó al garaje y se subió a su lujoso auto. Condujo hasta la universidad, disfrutando del rugido del motor y la sensación de poder que le daba. Al llegar, aparcó su coche deportivo en la entrada y se bajó, atrayendo miradas curiosas de los estudiantes.
Mauro, que acababa de salir de su última clase del día, vio a su padre esperando en la entrada. Su corazón se hundió y una ola de desprecio lo recorrió. No podía creer que Rodrigo tuviera la audacia de aparecer allí, después de todo el dolor que les había causado.
—Mauro, hijo —dijo Rodrigo, esbozando una sonrisa que pretendía ser cálida—. He venido a hablar contigo.
Mauro sintió cómo la ira y el rencor burbujeaban en su interior. Recordó las noches en las que había visto a su madre desmoronarse, las dificultades que habían pasado cuando Rodrigo los dejó prácticamente en la calle.
—¿Hablar conmigo? —respondió Mauro con frialdad—. ¿Después de todo este tiempo, ahora decides que quieres hablar?
Rodrigo dio un paso hacia él, manteniendo su expresión de arrepentimiento.
—Sé que he cometido errores, Mauro. Pero quiero enmendarlos. Quiero ser parte de tu vida de nuevo.
Mauro lo miró con ojos llenos de desprecio.
—¿Parte de mi vida? No necesito nada de ti, Rodrigo. Te fuiste y nos dejaste. No intentes venir ahora como si nada hubiera pasado.