Rodrigo entró en el elegante edificio de María, su presencia imponente atrajo miradas curiosas de los empleados. Vestido con un traje impecable y una sonrisa seductora, se dirigió directamente hacia el despacho de María. Al llegar, tocó suavemente la puerta antes de entrar.
¡Toc! ¡Toc!
—Adelante.
—María, qué gusto verte después de tanto tiempo —dijo Rodrigo, su voz suave y cargada de intención.
María levantó la vista de sus papeles, sorprendida al ver a Rodrigo. Mantuvo la compostura, aunque su corazón latía con fuerza.
—Rodrigo, ¿qué haces aquí? —preguntó, su tono profesional y distante.
Rodrigo se acercó, sus ojos recorriendo la oficina con admiración.
—Solo quería felicitarte por tu éxito. Esta empresa es impresionante, pero no es de extrañar, considerando lo talentosa y hermosa que eres —dijo, su voz impregnada de sinceridad y halagos.
María sintió una mezcla de incomodidad y desdén. Aunque las palabras de Rodrigo eran halagadoras, no podía olvidar el dolor que le había causado.
—Agradezco tus palabras, Rodrigo, pero no olvidemos que fuiste tú quien decidió divorciarse. Me dejaste casi en la bancarrota, donde me vi obligada a irme a otro lugar y te casaste con otra mujer, con tu amante si es que no la cambiaste. No entiendo por qué vienes ahora con halagos.
Rodrigo se detuvo, su sonrisa se desvaneció ligeramente, pero mantuvo su postura.
—María, sé que cometí errores. Pero no puedo evitar admirar lo que has logrado. Siempre supe que tenías un talento increíble.
María lo miró fijamente, sus ojos reflejaban una mezcla de tristeza y determinación.
—Rodrigo, no necesito tus halagos ni tu admiración, esos los recibo de mi amado esposo. Lo que necesito es que entiendas que ya no formas parte de mi vida. He trabajado duro para llegar hasta aquí, y no permitiré que vuelvas a desestabilizarme ni a robarme lo que es mío.
Rodrigo asintió, reconociendo la firmeza en las palabras de María.
—Entiendo, María. Solo quería felicitarte y desearte lo mejor. No tengo intención de interferir en tu vida.
María se relajó un poco, pero mantuvo su guardia alta.
—Gracias, Rodrigo. Ahora, si me disculpas, tengo mucho trabajo que hacer.
Rodrigo hizo una leve inclinación de cabeza, pero se detuvo en la puerta, como si reconsiderara irse. Se giró, observando a María con una intensidad inusual.
—Mi esposa es hermosa, pero… —dijo, su voz baja y seductora—, no se compara con tu belleza, María. Siempre has sido bellísima como una diosa, y eso no ha cambiado con los años.
María sintió una mezcla de incomodidad y una chispa de orgullo. Sabía que Rodrigo era un maestro en el arte de la manipulación, pero no podía negar que sus palabras la afectaban. Sin embargo, decidió mantenerse firme.
—Rodrigo, esos halagos pueden funcionar con otras, pero no conmigo. Yo no soy la misma persona que dejaste hace nueve años —respondió, su voz firme.
Rodrigo asintió, aceptando su respuesta. Luego, su tono cambió, adoptando una postura más seria.
—Hay algo más, María. Quiero hablar con Mauro. Verlo, conocer a mi hijo, después de todo este tiempo, en el hombre que se ha convertido.
María levantó la vista, sorprendida y escéptica.
—¿Hablar con Mauro? Después de abandonarlo a él y a mí sin ninguna explicación, ¿esperas que simplemente te reciba con los brazos abiertos? ¿Qué pretendes?
Rodrigo suspiró, acercándose un paso más.
—Sé que cometí errores, pero estoy tratando de enmendarlo —repitió como si fuera una necesidad—. Merece compartir con su padre y yo necesito esa oportunidad para demostrarle que he cambiado.
María lo miró con una mezcla de incredulidad y dolor.
—Señor Lewusz, no sé cuál es tu verdadero motivo, pero te advierto que no permitiré que lastimes a Mauro de nuevo. Si realmente quieres hablar con él, será bajo sus términos, no los tuyos.
Rodrigo asintió, una leve sonrisa en sus labios.
—Lo entiendo, María. Y te prometo que mis intenciones son sinceras.
María no respondió de inmediato, dejando que sus palabras colgaran en el aire. Sabía que Rodrigo siempre tenía un plan, y aunque quería creer que era sincero, no podía ignorar su historial de engaños.
La decisión final sobre si permitir o no ese encuentro recaería en Mauro, y María se aseguraría de que su hijo tuviera todo el apoyo necesario para enfrentar cualquier cosa que pudiera surgir.
Rodrigo, aun en la puerta, no se movió para enfrentar a María una vez más. Su sonrisa se tornó esta vez en una mueca venenosa.
—Sabes María, mi esposa me dio lo que tú te negaste a darme por tantos años de matrimonio: una hija —dijo, sus palabras cargadas de malicia.
María sintió como si un puñal le atravesara el corazón. La ira y el dolor se mezclaron en su interior, pero mantuvo su compostura.
—Rodrigo, tú sabías muy bien que no podía tener más hijos. Mauro es un milagro, y mi embarazo fue de alto riesgo. Aun así, afronté sola esa situación porque tú querías una… ¡MALDITA NIÑA!—respondió, su voz temblando de emoción contenida.
Rodrigo levantó una ceja, fingiendo sorpresa.
—Oh, ¿de verdad? Bueno, parece que las cosas salieron mejor para mí al final.
María sintió que la rabia la consumía, pero se obligó a mantener la calma.
—Por favor, Señor Lewusz, le pido que salga de mi oficina y no se atreva a venir sin tener una cita previa —dijo con voz fría, sus ojos fijos en los de Rodrigo.
Rodrigo sonrió una vez más, disfrutando del efecto de sus palabras.
—Como desees, María. Pero recuerda, siempre estaré cerca y si atreves a impedir que hable con mi hijo, iré con las autoridades.
Con esas palabras, salió de la oficina, dejando a María con una mezcla de furia y tristeza. Sabía que Rodrigo no había cambiado y que sus intenciones seguían siendo tan oscuras como siempre. Pero también sabía que era fuerte y que, con el apoyo de Mauro y su familia, podría enfrentar cualquier desafío que se presentara.