María llegó a casa después de una larga jornada laboral, sintiendo el cansancio acumulado en sus hombros. La casa estaba en silencio, y las luces del pasillo iluminaban suavemente el espacio. María dejó su bolso en la entrada y se dirigió a la cocina para prepararse una taza de té, ansiosa por relajarse.
Ainara, que estaba sentada en el sofá con un libro, levantó la vista al oír los pasos de María.
—María, ¿has visto a Mauro? —preguntó Ainara, su voz llena de preocupación—. Debió haber salido de la universidad hace varias horas, pero aún no ha llegado a casa.
María frunció el ceño, dejando la taza de té a medio preparar.
—No, no lo he visto. ¿Le has llamado o enviado un mensaje?
Ainara asintió, mostrando su teléfono.
—Le he llamado varias veces y le he enviado mensajes, pero no le llegan. Es extraño, siempre me avisa si va a llegar tarde.
La preocupación comenzó a asentarse en el estómago de María. Sabía que Mauro no era de los que desaparecían sin avisar, especialmente después de todo lo que habían pasado juntos.
En ese momento, Francisco salió del baño, secándose el cabello con una toalla. Notó la tensión en el aire y se acercó a las dos mujeres.
—¿Qué sucede? —preguntó, su voz se llenó de preocupación al ver las expresiones en sus rostros.
—Es Mauro —respondió María—. No ha llegado a casa y no responde a las llamadas ni a los mensajes.
Francisco frunció el ceño, su expresión se volvió seria.
—Voy a intentar llamarlo también —dijo, sacando su teléfono y marcando el número de Mauro.
El tono de llamada sonó una y otra vez, pero nadie respondió. Francisco colgó y trató de mantener la calma.
—Voy a llamar a algunos de sus amigos, tal vez sepan algo —dijo, tratando de pensar con claridad.
Ainara lo observaba con ansiedad, sus ojos reflejaban el mismo miedo que comenzaba a sentir María.
Francisco se sentó en el sofá junto a María y Ainara, comenzando a marcar los números de los amigos de Mauro uno por uno. Cada llamada que hacía, cada respuesta negativa que recibía, aumentaba la sensación de angustia.
—No puede haber desaparecido así, sin más —murmuró Francisco, tratando de convencerse a sí mismo tanto como a las mujeres—. Tiene que haber una explicación.
Ainara asintió, tratando de mantenerse positiva.
—Tal vez solo se quedó sin batería o algo, el transporte esta difícil. O se encontró con alguien y se le pasó el tiempo. Intentemos no preocuparnos hasta que tengamos más información.
María asintió, aunque la inquietud no desaparecía. El silencio en la casa, que normalmente era reconfortante, ahora se sentía opresivo. Sentía que algo no estaba bien, pero no quería transmitir ese miedo a Ainara.
Ambos se quedaron juntos en la sala, esperando alguna señal de Mauro, cada minuto que pasaba parecía eterno. La incertidumbre se cernía sobre ellos, y aunque trataban de mantenerse calmados, no podían evitar temer lo peor.
Mientras el silencio opresivo continuaba en la sala, María recordó lo que pasó en su oficina esa tarde.
—Hay algo más que debo contarles —dijo, con un nudo en la garganta.
Francisco y Ainara se volvieron hacia ella, expectantes.
—Hoy tuve una visita inesperada en mi oficina —continuó María, tratando de mantener la voz firme—. Rodrigo apareció de repente.
Francisco frunció el ceño, y Ainara abrió los ojos con sorpresa.
—¿Rodrigo? ¿Qué quería? —preguntó Francisco, su tono preocupado.
María tomó un profundo suspiro, recordando cada detalle del encuentro.
—Dijo que quería enmendar sus errores y que deseaba hablar con Mauro. Pero no confío en él. Fue muy... insinuante y, antes de irse, lanzó un comentario venenoso sobre su nueva esposa, diciendo que ella le dio una hija, algo que yo no pude darle. —La voz de María se quebró ligeramente al recordar esas palabras.
Francisco apretó los puños, furioso por el desprecio de Rodrigo hacia María.
—Ese maldito... ¿Crees que podría estar detrás de la desaparición de Mauro? —preguntó, su voz cargada de ira y preocupación.
María asintió, las lágrimas comenzando a acumularse en sus ojos.
—Es posible. No confío en él ni por un segundo. Desde que se fue, nunca ha mostrado verdadero interés en Mauro, y ahora aparece de la nada... No puedo evitar pensar lo peor.
Ainara, viendo la angustia en los rostros de María y Francisco, se acercó y tomó la mano de María.
—Lo encontraremos. Mauro es fuerte, y estoy segura de que está bien. Tal vez solo necesita un poco de tiempo y esta meditando en algún parque.
Francisco asintió, aunque la preocupación en su rostro no disminuyó.
—Voy a llamar a la policía y reportar su desaparición. No podemos perder más tiempo —dijo, levantándose del sofá con determinación.
María asintió, agradecida por la acción inmediata de su esposo, pero no pudo evitar sentir una sombra de miedo en su corazón. La aparición repentina de Rodrigo y la desaparición de Mauro parecían demasiado coincidentes.
Mientras Francisco hacía la llamada, María se prometió a sí misma que haría todo lo posible para proteger a su hijo y asegurarse de que Rodrigo no volviera a causarles daño.
Cuando Francisco hablaba con la policía, María se quedó pensativa, recordando algo importante. De repente, sus ojos se iluminaron.
—Francisco, creo que aún tengo el número de celular de Rodrigo —dijo María, levantándose rápidamente—. Es el mismo que tenía cuando estábamos casados. Estoy segura de que no lo ha cambiado.
Francisco, que estaba terminando su llamada, se volvió hacia ella con una expresión de desaprobación.
—María, no creo que sea una buena idea. No podemos confiar en lo que diga.
—Lo sé, pero necesitamos cualquier información que podamos conseguir ¿verdad? Quizás sepa algo sobre Mauro —insistió María.
Francisco suspiró, rindiéndose ante la determinación de su esposa.
—Está bien, pero llámalo desde mi número, no desde el tuyo. No quiero que tenga tu contacto directo.