Atracción prohibida. Un amor que rompe las reglas.

Búsqueda.

Ainara no podía dejar de pensar en Mauro. Su mente daba vueltas, imaginando todo tipo de escenarios, cada uno más inquietante que el anterior. La preocupación y la desesperación la consumían, y con cada minuto que pasaba sin noticias de él, su ansiedad crecía.

Se levantó del sofá y se dirigió hacia María, que estaba sentada con Francisco, ambos con la misma expresión de preocupación.

—María, ¿sabes dónde vive Daira González, la amiga de Mauro? —preguntó Ainara, tratando de mantener la calma en su voz.

María la miró, sorprendida por la pregunta.

—Sí, vive aquí en la misma urbanización, a tres calles de nuestra casa ¿Por qué preguntas?

Ainara asintió, agradecida por la información.

—Voy a ir a ver si Daira sabe algo. No puedo quedarme aquí sin hacer nada.

María y Francisco intercambiaron una mirada, pero sabían que Ainara tenía razón. Cualquier pista podría ser útil.

—Ten cuidado, Ainara. Y por favor, avísanos si descubres algo —dijo María, su voz cargada de preocupación.

Ainara asintió y salió rápidamente de la casa. La noche había caído sobre Barquisimeto, y las luces de las calles iluminaban tenuemente su camino. Caminó con determinación, su mente enfocada en encontrar alguna respuesta sobre el paradero de Mauro.

Llegó a la calle que le indicó María y buscó la casa de Daira. La encontró, rápidamente, una casa modesta con un jardín bien cuidado. Ainara se detuvo frente a la puerta, tomando aire antes de tocar el timbre.

Daira abrió la puerta, su expresión reflejaba sorpresa al ver a Ainara. Ambas compartían la característica melena pelirroja, aunque los ojos de Daira eran de un azul profundo, mientras que los de Ainara eran verde intenso. A pesar de ser una de las mejores amigas de Mauro, había una tensión subyacente entre ellas, una sensación de celos que Ainara había sentido durante mucho tiempo.

—Ainara, ¿qué haces aquí? —preguntó Daira, su tono curioso pero algo defensivo.

—Daira, necesito saber si has visto a Mauro. No ha vuelto a casa y estamos muy preocupados —respondió Ainara, su voz cargada de urgencia.

Daira parpadeó, sorprendida por la pregunta.

—No, no lo he visto desde hace un par de días. ¿Qué ha pasado?

Ainara sintió una oleada de frustración. Había esperado que Daira pudiera tener alguna pista.

—No lo sabemos. Simplemente, desapareció, y no responde a nuestras llamadas ni mensajes.

Daira entrecerró los ojos, algo confusa.

—¿Estás insinuando que Mauro podría estar conmigo? —preguntó, su tono mezclando incredulidad y un ligero toque de celos.

Ainara suspiró, tratando de contener su frustración.

—No, Daira. Solo estoy desesperada por encontrarlo. Cualquier información podría ser útil.

Daira abrió la puerta un poco más, permitiendo que Ainara entrara.

—Pasa, veamos si podemos pensar en algo juntas. Tal vez recordemos algo que pueda ayudar.

Ainara entró en la casa, sintiendo una mezcla de esperanza y desesperación. No importaban las tensiones personales en ese momento; lo único que importaba era encontrar a Mauro. Mientras ambas se sentaban a conversar, la esperanza de encontrar alguna pista, por pequeña que fuera, las mantenía motivadas.

Ainara y Daira se sentaron en la sala de estar de la casa, una habitación acogedora y llena de libros y fotos familiares. Daira sirvió dos tazas de té y se las entregó a Ainara.

—Debemos pensar —dijo Daira, mirando a Ainara con preocupación—. ¿Había algo raro en el comportamiento de Mauro últimamente?

Ainara tomó un sorbo de té, tratando de recordar cualquier detalle significativo.

—Bueno, hace unos días noté que estaba más callado de lo normal, pero no me dijo nada específico. Solo mencionó que sentía una especie de inquietud, pero no pudo explicar exactamente qué era.

Daira frunció el ceño, pensando en las palabras de Ainara.

—Eso es extraño. Mauro no suele guardar cosas para sí mismo. ¿Qué crees que podría ser? —preguntó Daira.

Ainara se estremeció al recordar la reciente aparición de Rodrigo en sus vidas.

—Es posible… María mencionó que Rodrigo apareció de repente en su oficina hoy. No sé cuál podría ser su juego, pero no confío en él.

Daira asintió, comprendiendo la gravedad de la situación.

—Tal vez deberíamos pensar en los lugares que Mauro solía visitar cuando necesitaba despejarse. Algún lugar donde se sienta seguro y pueda estar solo.

Ainara reflexionó sobre esa idea, tratando de recordar los espacios favoritos de Mauro.

—Hay un parque no muy lejos de aquí, donde suele ir a correr. También una cafetería donde solía estudiar a veces. Tal vez podríamos empezar por ahí.

Daira se levantó, decidida.

—Vamos. No podemos perder más tiempo.

Ambas salieron de la casa de Daira, decididas a encontrar a Mauro. Mientras caminaban por las calles de la urbanización El Pedregal, Ainara se dio cuenta de que, a pesar de sus celos, Daira realmente se preocupaba por Mauro. Eso le dio un poco de esperanza. Sabía que, juntas, tenían más posibilidades de encontrar alguna pista que las llevara hacia él.

La búsqueda estaba lejos de terminar, pero Ainara estaba dispuesta a hacer todo lo posible para encontrar a Mauro y traerlo de vuelta a salvo.

Ainara y Daira caminaron rápidamente por las calles de la urbanización El Pedregal, sus pasos resonando en la tranquila noche. La preocupación por Mauro impulsaba cada uno de sus movimientos. Llegaron al parque donde Mauro solía ir a correr. Las luces del parque estaban encendidas, pero el lugar estaba desierto.

—No está aquí —dijo Daira, mirando a su alrededor con ansiedad.

Ainara asintió, tratando de no dejarse llevar por el pánico.

—Probemos en la cafetería donde suele estudiar —sugirió.

Ambas se dirigieron hacia la pequeña cafetería al final de la calle. Al entrar, el aroma del café recién hecho llenó el aire. Ainara buscó con la mirada entre las mesas, pero no encontró ninguna señal de Mauro.




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.