Atracción prohibida. Un amor que rompe las reglas.

Casarnos.

Mauro levantó la cabeza al oír su nombre, sus ojos estaban vidriosos y su aliento olía a alcohol.

—¿Qué… están… haciendo… aquí? —preguntó Mauro, su voz arrastrada.

Ainara se arrodilló junto a él, sus ojos llenos de preocupación.

—Mauro, ¿estás bien? Llevamos horas buscándote. Estábamos muy preocupados.

Mauro asintió lentamente, frotándose los ojos.

—Lo… siento.

Ambas jóvenes se miraron.

—Vamos a casa cariño —dijo en voz baja Ainara.

Las dos jóvenes caminaron lentamente por las calles de la urbanización El Pedregal, sosteniendo a Mauro entre ambas para asegurarse de que no tropezara. El estado de Mauro era evidente; estaba completamente borracho y comenzaba a murmurar incoherencias.

—Yo… no sé… papá… —murmuraba Mauro, sus palabras entrecortadas y mezcladas—. No entiendo… todo está… confuso.

Ainara lo miraba con preocupación, tratando de captar alguna coherencia en sus palabras.

—Mauro, cálmate. Estamos aquí contigo. ¿Qué pasó? —preguntó Ainara, aunque sabía que probablemente no obtendría una respuesta clara.

Mauro se tambaleaba, sus ojos vidriosos se enfocaban en un punto invisible en el horizonte.

—Todo… es… no puedo… el proyecto… Diego… papá… profesor…

Daira frunció el ceño, tratando de juntar las piezas.

—¿Diego? ¿Qué tiene que ver el profesor Diego con esto? —preguntó, aunque no esperaba una respuesta.

—¿Y quién es él? —pregunto Daira sin entender.

—Es un profesor de la Universidad, pero la que tiene clases con él, soy yo. La carrera de Mauro no tiene nada que ver con el Derecho.

—Eso sí que es extraño… —Daira se quedó pensativa—. Y si fue que tuvo una discusión con ese profesor, tal vez se quiso pasar de listo contigo.

Ainara no sabía qué pensar mientras que Mauro seguía balbuceando, sus palabras se volvían más confusas con cada intento.

—Firma… documento… no quiero… Ainara… lo siento…

Ainara sintió un nudo en el estómago. Algo en las palabras de Mauro le daba un mal presentimiento, pero no podía entenderlo por completo en su estado actual.

Finalmente, llegaron a la casa de Ainara y entraron, ayudando a Mauro a sentarse en el sofá. María y Francisco se acercaron rápidamente, alarmados por el estado de Mauro.

—¿Qué ha pasado? —preguntó María, su voz llena de preocupación.

Ainara negó con la cabeza, sin saber cómo explicar.

—Lo encontramos así borracho y hablando de cosas sin sentido. Mencionó al profesor Diego, a su papá, y algo sobre firmar un documento. No sé qué pensar.

Francisco frunció el ceño, su instinto de protección se activó.

—Llevémoslo a su habitación. Necesita descansar y desintoxicarse. Mañana intentaremos entender qué ocurrió.

Juntos, ayudaron a Mauro a subir las escaleras y lo acomodaron en su cama. Ainara se quedó a su lado, vigilándolo, mientras él murmuraba entre sueños.

—Me quiero quedar con el aquí, ¿puedo?

—Sí, está bien —María asintió y todos salieron dejando solos a los jóvenes.

—No… no quiero… —seguía diciendo, sus palabras eran un eco inquietante en la quietud de la noche.

Mientras Ainara lo observaba, se prometió que descubriría qué estaba ocurriendo y protegería a Mauro de cualquier amenaza, incluso si venía de su propio padre. La noche sería larga, pero ella sabía que no descansaría hasta obtener respuestas.

Ainara se quedó a un lado de la cama de Mauro, vigilándolo mientras él murmuraba incoherencias entre sueños. De repente, sus palabras comenzaron a tomar un tono diferente, más suave y tierno.

—Ainara… —murmuró Mauro, sus ojos entreabiertos y vidriosos—. Siempre has sido… lo mejor de mi vida…

Ainara sintió su corazón latir más rápido, sorprendida por el cambio en su tono. Se inclinó hacia él, tratando de escuchar mejor.

—Eres… hermosa… tan fuerte… —continuó Mauro, con una sonrisa débil en su rostro—. No sé qué haría… sin ti…

Ainara sintió una oleada de emociones al escuchar sus palabras. A pesar de su estado, parecía que Mauro estaba expresando sus verdaderos sentimientos, esos que a veces ocultaba detrás de su fachada.

—Mauro, estoy aquí —dijo suavemente, acariciando su cabello—. Siempre estaré aquí para ti, mi engreído.

Mauro entrelazó sus dedos con los de Ainara, sus ojos llenos de una mezcla de amor y tristeza.

—Te amo, Ainara… —susurró, sus palabras apenas audibles—. Prometo que… siempre te protegeré…

Ainara sintió lágrimas acumulándose en sus ojos. Apretó su mano con fuerza, queriendo transmitirle todo su apoyo y amor.

—Y yo a ti, Mauro. Te prometo que siempre estaré a tu lado —respondió, su voz temblando de emoción.

Mauro cerró los ojos, finalmente encontrando un poco de paz en su borrachera. Ainara se quedó junto a él, sin soltar su mano, sabiendo que, sin importar los desafíos que enfrentaran, su amor y su conexión los ayudarían a superar cualquier obstáculo.

Mientras la noche avanzaba, Ainara estaba agradecida de tenerlo a su lado, a salvo, aunque fuera por un momento.

Al mismo tiempo que Mauro continuaba hablando con el corazón abierto, Ainara sintió una profunda oleada de amor y compasión. Decidió que quería estar lo más cerca posible de él en ese momento. Con cuidado, se acomodó en la cama junto a Mauro, sosteniéndole la mano y manteniéndolo cerca.

Ainara se acostó a su lado, acurrucándose contra él. Podía sentir la calidez de su cuerpo y oír su respiración irregular, pero la cercanía la reconfortaba.

De repente, Mauro comenzó a sollozar, sus lágrimas rodaban por sus mejillas.

—No puedo… no puedo perderte, Ainara… me volvería loco si tú me llegas a faltar… —dijo entre sollozos—. Quiero ser tu esposo… para que nadie te quite de mi lado… estemos juntos…

Ainara sintió una mezcla de ternura y preocupación ante el gesto posesivo de Mauro. Sabía que sus palabras venían del corazón, pero también entendía que el alcohol estaba amplificando sus emociones.




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