Atracción prohibida. Un amor que rompe las reglas.

Formularios.

Ainara se despertó al siguiente día con la luz del sol filtrándose por las cortinas. Al abrir los ojos, sintió el peso del brazo de Mauro alrededor de ella, recordándole los eventos de la noche anterior. Mauro estaba aún profundamente dormido, su respiración era regular y su rostro reflejaba la paz que había encontrado en medio de su confusión.

Con cuidado, Ainara se deslizó fuera de la cama para no despertarlo y salió de la habitación, se dirigió al baño para hacer sus necesidades y asearse. Después encontró a María y Francisco en la cocina, preparando el desayuno, sus rostros llenos de preocupación.

—¿Cómo está? —preguntó María, en cuanto vio a Ainara.

—Sigue dormido, pero parece más tranquilo —respondió Ainara, tomando asiento en la mesa—. Anoche estuvo diciendo las mismas cosas… mencionó a Diego, a su papá y algo sobre firmar un documento. No entendí bien todo lo que decía, es un rompecabezas que las piezas no encajan.

Francisco frunció el ceño, sirviendo una taza de café para Ainara.

—Esto es más serio de lo que pensábamos. Diego es tu profesor, ¿verdad? ¿Qué documento podría haber firmado Mauro?

Ainara asintió, aceptando la taza de café.

—Sí, Diego es mi profesor de derecho. Y Mauro estaba realmente angustiado por algo. Tenemos que averiguar qué está pasando.

María se sentó junto a Ainara, su expresión llena de determinación.

—Quizás deberíamos hablar con el profesor Diego directamente. Si tiene alguna información sobre lo que Mauro firmó, necesitamos saberlo.

En ese momento, se escuchó un ruido en el pasillo. Mauro apareció en la puerta de la cocina, con el rostro pálido y ojeroso. Se apoyó en el marco de la puerta, visiblemente afectado por la resaca.

—Buenos días —dijo Mauro, su voz ronca.

Ainara se levantó rápidamente y se acercó a él.

—Mauro, ¿cómo te sientes? Anoche estabas realmente mal.

Mauro se dejó caer en una silla, frotándose las sienes.

—Me duele la cabeza… Y siento como si hubiera sido atropellado por un tren —dijo con una mueca—. ¿Qué pasó exactamente?

María le sirvió un vaso de agua y se lo ofreció.

—Anoche estabas muy borracho. Dijiste algunas cosas sobre firmar un documento y mencionaste al profesor Diego. ¿Recuerdas algo de eso?

Mauro tomó un sorbo de agua, tratando de concentrarse.

—Recuerdo que el profesor me pidió que firmara unos documentos para participar en un proyecto académico. No le vi nada de malo, ya que es algo relacionado con la universidad.

Francisco se inclinó hacia él, su expresión grave.

—Mauro, necesitamos saber exactamente qué firmaste. Podría ser importante.

Mauro asintió lentamente, sintiendo el peso de la preocupación en el aire.

—Voy a ver si puedo recordar más detalles. Pero ahora mismo, solo necesito descansar un poco más.

Ainara lo abrazó, susurrando palabras de consuelo.

—Está bien, Mauro. Descansa un poco más, de todas maneras ya salimos de clases.

María observó a Mauro con preocupación mientras él se sentaba en la silla de la cocina, visiblemente afectado por la resaca. No podía evitar sentir una mezcla de alivio y ansiedad al verlo en casa, pero había preguntas que necesitaban respuestas.

—Mauro, ¿por qué bebiste tanto? —preguntó María, su voz llena de preocupación—. Es la primera vez que haces algo así. ¿Qué ocurrió?

Mauro evitó su mirada, jugueteando con el vaso de agua en sus manos.

—Lo siento, mamá. Solo… necesitaba estar solo. Ha sido mucho para manejar últimamente —dijo, su voz apagada—. Ya sabes la Universidad, los últimos exámenes, para ser ingeniero no es una tarea sencilla.

María se inclinó hacia él, tratando de encontrar algún rastro de lo que realmente estaba pasando.

—Mauro, sabes que puedes hablar conmigo. No tienes que enfrentar todo esto solo.

Mauro forzó una sonrisa, tratando de calmarla.

—No te preocupes, mamá. No volverá a pasar. Solo necesitaba un momento de escape.

Aunque María quería insistir, decidió no presionarlo más por el momento. Sabía que Mauro estaba ocultando algo, pero también entendía que forzarlo podría hacer más daño que bien.

—Está bien, Mauro. Pero recuerda que estamos aquí para ti. No tienes que llevar esta carga solo.

Mauro asintió, agradecido por el apoyo, pero sin poder decirle a su madre la verdad: que había visto a su padre y la confusión y el dolor que eso le había causado.

Ainara, que había estado escuchando en silencio, se acercó y tomó la mano de Mauro.

—No importa lo que pase —dijo, su voz llena de determinación—. Estaré contigo.

Mauro apretó su mano, sintiendo el calor y la fuerza en su gesto.

—Gracias, Ainara. Gracias a todos. Prometo que haré todo lo posible para estar bien.

Mauro se levantó y se dirigió nuevamente a su habitación para descansar un poco más. Ainara, María y Francisco se miraron con determinación. Sabían que la verdad estaba allí afuera, y harían todo lo posible para descubrirla y proteger a Mauro de cualquier amenaza que pudiera estar acechando.

¿Estarán preparados para los días difíciles que se les avecinan?

Ainara no podía quedarse quieta así que se dirigió a la universidad con un objetivo claro en mente. A pesar de que las clases han finalizado, los profesores todavía estaban ahí.

Al llegar, buscó la oficina de Diego y, después de unos minutos, tocó la puerta.

—Adelante —dijo la voz de Diego desde el interior.

Ainara entró y cerró la puerta detrás de ella. Diego levantó la vista de sus papeles y le sonrió.

—Señorita Rodas, ¿en qué puedo ayudarte?

Ainara tomó asiento frente a su escritorio, decidida a obtener respuestas.

—Profesor, necesito saber qué documentos hizo firmar a Mauro para el proyecto académico —dijo, manteniendo la calma—. Anoche estaba muy angustiado y mencionó algo sobre esos papeles. Quiero entender qué está pasando.

Diego frunció el ceño, fingiendo preocupación.




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