Atracción prohibida. Un amor que rompe las reglas.

Estela.

Ainara inspeccionó los documentos una y otra vez, esperando encontrar alguna pista que pudiera explicar la angustia de Mauro. Pero todo parecía en orden; solo formularios para un proyecto académico. Cada página que revisaba aumentaba su frustración.

—No hay nada aquí —murmuró para sí misma, sintiendo un nudo en el estómago.

Diego, observando su expresión, ofreció una sonrisa reconfortante.

—Te lo dije, Ainara. No hay nada de que preocuparse. Mauro debe haber estado confundido o abrumado por otra cosa.

Ainara asintió, aunque su mente no se calmaba. Se levantó de la silla, sintiendo que el peso del mundo caía sobre sus hombros.

—Gracias por mostrarme los documentos, profesor. Lo siento por las molestias.

Diego negó con la cabeza.

—No te preocupes, Ainara. Estoy aquí para ayudar en lo que necesites.

Ainara salió de la oficina sintiéndose desanimada y un poco derrotada. Mientras caminaba por el pasillo de la universidad, las preguntas seguían rondando su mente. No podía deshacerse de la sensación de que algo estaba mal, pero no tenía pruebas.

Al llegar a casa, María y Francisco la esperaban con caras ansiosas.

—¿Qué descubriste? —preguntó Francisco, con la esperanza reflejada en sus ojos.

Ainara suspiró y se dejó caer en una silla.

—No encontré nada. Los documentos eran solo formularios… solo eso para un proyecto académico. No entiendo por qué Mauro estaba tan angustiado y bebió de esa manera.

María colocó una mano reconfortante sobre la de Ainara.

—Hiciste lo mejor que pudiste. A veces, las respuestas no son tan fáciles de encontrar. Pero no te preocupes, seguiremos buscando.

Ainara asintió, aunque la frustración seguía ardiendo en su pecho. Quería proteger a Mauro y resolver el misterio, pero sentía que estaba luchando contra sombras.

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Era una tarde tranquila de vacaciones, el sol brillaba suavemente a través de las ventanas, iluminando la sala de estar. Ainara estaba sentada en el sofá, absorta en un libro, cuando Francisco entró con una expresión seria en el rostro. Ella levantó la vista, notando de inmediato la tensión en su padre.

—¿Todo bien, papá? —preguntó, dejando el libro a un lado—. ¿Descubriste algo?

Francisco se sentó a su lado, suspirando profundamente antes de hablar.

—Ainara, necesito hablar contigo sobre algo importante —dijo, su voz cargada de preocupación—. Es sobre tu madre, ha estado insistiendo en verte. Quiere hablar contigo, dice que está arrepentida y quiere enmendar sus errores.

Ainara sintió una oleada de emociones contradictorias. La mención de su madre siempre la llenaba de confusión y resentimiento. Había pasado tanto tiempo, y ahora, de repente, Estela quería reinsertarse en su vida.

—¿Y qué piensas tú de esto? —preguntó Ainara, tratando de mantener la calma.

Francisco la miró con ternura, sabiendo lo difícil que era este tema para ella.

—Creo que deberías tomar la decisión que te haga sentir más cómoda. Si no quieres verla, lo entenderé. Pero si decides hablar con ella, estaré aquí para apoyarte.

Ainara bajó la mirada, sus pensamientos enredados en una maraña de recuerdos dolorosos y dudas.

—No confío en ella, papá. Me dejó cuando más la necesitaba y ahora aparece como si nada. No sé si puedo perdonarla —dijo, su voz temblando ligeramente.

Francisco tomó su mano, apretándola con cariño.

—Ainara, perdonar no significa necesariamente entablar una relación. Perdonar es soltar lo que nos duele, liberar el peso que llevamos dentro. Puedes perdonar a Estela sin tener que aceptarla de nuevo en tu vida. Son dos cosas muy diferentes.

Ainara asintió lentamente, sintiendo un nudo en el estómago.

—Está bien. Aceptaré verla, pero quiero que tú organices el encuentro. No confío en ella y no quiero que manipule la situación.

Francisco la abrazó, sintiéndose orgulloso de la fuerza y la madurez de su hija.

—Lo haré, Ainara. No permitiré que te haga daño. Solo quiero lo mejor para ti.

Ainara se acurrucó en el abrazo de su padre, sintiendo una mezcla de ansiedad y esperanza. Sabía que enfrentar a su madre no sería fácil, pero con el apoyo de su padre, sentía que podría manejar cualquier cosa. Las vacaciones, que habían empezado como un descanso de la rutina, ahora se presentaban con un desafío inesperado, y Ainara estaba decidida a enfrentarlo con valentía.

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Ainara llegó al Hotel Jirahara, uno de los lugares más lujosos de Barquisimeto. Las lámparas de araña colgaban del techo, y los suelos de mármol brillaban con elegancia. A pesar del esplendor del lugar, Ainara sentía una tensión en el aire. Estaba vestida con un elegante vestido negro, sencillo pero sofisticado, y llevaba el cabello suelto, cayendo en suaves ondas sobre sus hombros.

Estela estaba sentada en una de las mesas del restaurante, con una expresión nerviosa en el rostro. Llevaba un vestido de seda color esmeralda que contrastaba con su piel clara y su cabello rubio perfectamente arreglado.

Ainara se acercó, sintiendo un nudo en el estómago mientras se sentaba frente a ella. Estela era una figura del pasado que resurgía con la misma fuerza de una marea inesperada.

La tensión entre ellas era palpable, un silencio denso que parecía ahogar cualquier palabra.

—Ainara, gracias por venir —dijo Estela, su voz temblando ligeramente—. No sabes cuánto significa esto para mí.

Ainara la miró con frialdad, manteniendo una expresión impasible, recordando los sollozos de una niña de nueve años que suplicaba ser llevada por su madre. La niña, que aún residía en alguna parte de su ser, se revolvió, aferrándose al dolor y al rencor

—Estoy aquí porque quiero escuchar lo que tienes que decir, pero no esperes que esto cambie las cosas entre nosotras —respondió Ainara, su voz firme.

Estela asintió, bajando la mirada.

—Lo entiendo. He cometido muchos errores y quiero enmendarlos. Sé que te dejé cuando más me necesitabas, y lo lamento profundamente.




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