Ainara sintió una mezcla de confusión y desconfianza. No podía evitar preguntarse cuál era el verdadero motivo de Estela para reaparecer en su vida de esta manera.
—¿Qué hace aquí, señora García? ¿No cree que ya es tarde para venir a pedir el amor de una hija que usted misma abandono? —la voz de Ainara temblaba de tristeza y rabia—. No le importaron los llantos de una niña, las súplicas que no la dejara, incluso esa niña perdió la voz esperando que se diera la vuelta y la sostuviera en sus brazos.
Estela se quedó callada, sin saber qué responder. Ainara suspiró, hizo una pausa, sus ojos llenos de lágrimas que se negaban a caer.
—Recuerdo aquella conversación, donde le decías a papá que yo no era la hija que soñaste. Todo porque soy pelirroja —Ainara sonrió con amargura—. Ahora entiendo a mis abuelos porque jamás te quisieron.
La mirada de Estela se volvió fría, calculadora pero esforzándose por mostrar arrepentimiento.
—Papa se casó contigo porque de verdad te amo. Pero tú nunca lo amaste, al igual que a mí.
Ainara respiro hondo tratando de calmar ese dolor que le quemaba el pecho. Estela, sin poder soportar estar ahí, sacó un sobre de su bolso y se lo entregó.
—Quiero invitarte a una fiesta que se celebrará en un mes. Es una ocasión especial, y me encantaría que estuvieras allí. Es mi manera de mostrarte que realmente quiero ser parte de tu vida.
Ainara tomó el sobre, aunque sus dudas no se desvanecieron.
—Lo pensaré —dijo Ainara, guardando el sobre en su bolso.
Estela sonrió débilmente, aunque Ainara no pudo evitar notar la falta de sinceridad en su sonrisa.
—Gracias por darme esta oportunidad, Ainara. Espero verte en la fiesta.
Ainara asintió y se levantó, sintiendo el peso de la incertidumbre sobre sus hombros.
—No vuelvas a fingir que estás arrepentida señora García. No has venido porque me amas, sino porque necesitas algo. Pero yo no soy tu salvación.
Ainara sabía que tendría que ser cautelosa y estar alerta en los días siguientes. El encuentro había dejado más preguntas que respuestas, y estaba decidida a encontrar la verdad.
Estela se quedó allí con su máscara de arrepentimiento, desmoronándose lentamente.
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Ainara llegó a su casa después del encuentro con Estela, sintiéndose abatida y confundida. Cada paso que daba hacia su habitación, el nudo en su estómago se hacía más grande. Apenas entró, cerró la puerta con un golpe suave y se dejó caer en la cama. Las lágrimas que había contenido durante la reunión empezaron a fluir libremente, mojando la almohada.
Se sentía dolida, traicionada y llena de un resentimiento que no podía simplemente sacudirse. Las palabras de su madre resonaban en su cabeza, pero no podía sacudirse la sensación de que todo era una actuación, una farsa bien ensayada. La invitación a la fiesta en el sobre que Estela le entregó estaba sobre su escritorio, como un recordatorio constante de la confusión que sentía.
Ainara se encogió en su cama, abrazando sus rodillas y permitiéndose llorar. El peso de los recuerdos y las emociones reprimidas la agobiaban.
De repente, escuchó un suave golpe en la puerta.
—¿Ainara? —era la voz de Mauro, llena de preocupación.
—Entra —murmuró, sin levantar la cabeza.
Mauro abrió la puerta y se acercó a la cama, sentándose a su lado. Al ver el estado en que estaba, su corazón se llenó de tristeza. Le tomó la mano suavemente.
—¿Qué pasó, amor? —preguntó, su voz cálida y reconfortante.
Ainara levantó la cabeza, sus ojos hinchados por el llanto.
—Fue horrible, Mauro. Ella dice que quiere enmendar sus errores, pero no confío en ella. Todo parecía tan… falso.
Mauro la abrazó, permitiéndole apoyarse en su hombro mientras ella continuaba.
—Me dejó cuando más la necesitaba y ahora aparece como si nada. Me siento tan confundida, tan… dolida. Y luego me da una invitación para una fiesta, diciendo que quiere ser parte de mi vida. No sé qué pensar.
Mauro la apretó más fuerte, besando suavemente su frente.
—Es natural sentirte así, Ainara. Has pasado por mucho, y es difícil confiar en alguien que te ha hecho tanto daño. Pero recuerda que no tienes que enfrentarlo sola. Estoy aquí contigo.
Ainara asintió, sintiendo un alivio en su corazón al escuchar sus palabras.
—Gracias, Mauro. No sé qué haría sin ti.
Mauro la miró a los ojos, llenos de amor y determinación.
—Siempre estaré a tu lado, Ainara. Pase lo que pase, no permitiré que nadie te haga daño.
Ainara sintió una oleada de gratitud y amor por Mauro. Sabía que, con él a su lado, podía enfrentar cualquier desafío, incluso aquellos que venían del pasado.
Mauro y Ainara se quedaron en la habitación, abrazados y compartiendo la calidez de estar juntos en medio de la tormenta emocional que ambos atravesaban. Después de unos momentos en silencio, él decidió abrirse sobre sus propios sentimientos.
—Ainara, hay algo que no te he contado —dijo Mauro, su voz baja pero firme.
Ainara levantó la vista, sus ojos aún húmedos por las lágrimas.
—¿Qué es, Mauro?
Mauro tomó un profundo respiro, sintiendo el peso de las palabras que estaba a punto de decir.
—El día que me emborraché… fue porque mi padre apareció en la universidad. Me sorprendió verlo allí, después de tantos años. No sabía cómo manejarlo.
Ainara lo miró con comprensión, apretando suavemente su mano.
—¿Qué te dijo? ¿Cómo te sentiste?
Mauro cerró los ojos por un momento, recordando el encuentro.
—Me dijo que quiere ser parte de mi vida de nuevo. Pero no puedo olvidar cómo nos dejó. Me sentí como un niño otra vez, abandonado y traicionado. Un padre que no quiso hacerse cargo de mí, que nos dejó prácticamente en la calle. Y ahora, de repente, aparece porque ya no soy un niño al que tiene que estar vigilando.
Ainara sintió una oleada de tristeza por Mauro, entendiendo el dolor que llevaba dentro.