Ainara y Mauro llegaron al lujoso Hotel Corona, cada uno llevando su invitación en la mano. El elegante vestíbulo del hotel estaba decorado con deslumbrantes luces y arreglos florales, dando un aire de sofisticación a la velada. La alfombra roja que conducía al salón principal les hizo sentir que estaban entrando en un evento de la más alta categoría.
Ainara lucía un impresionante vestido de noche rojo, con un escote en V y una falda que caía en elegantes pliegues hasta el suelo. Su cabello estaba recogido en un elegante moño, dejando al descubierto sus delicados pendientes de diamantes.
Mauro, por su parte, estaba impecablemente vestido con un esmoquin negro y una corbata de seda roja que complementaba perfectamente el vestido de Ainara. Su postura segura y su sonrisa tranquila reflejaban la confianza y el amor que sentían el uno por el otro.
Mientras entregaban sus invitaciones al personal del evento, ambos se miraron con complicidad.
—Estamos listos para esto —dijo Mauro, apretando suavemente la mano de Ainara.
—Sí, pase lo que pase, lo enfrentaremos juntos —respondió Ainara, devolviéndole la sonrisa.
Al entrar al salón principal, se encontraron rodeados de invitados elegantemente vestidos, todos conversando y disfrutando de la opulenta decoración. Las mesas estaban adornadas con centros de mesa de cristal y flores frescas, y la suave música de un cuarteto de cuerdas llenaba el aire.
—Vamos a separarnos y buscar a nuestros padres —sugirió Mauro—. Nos encontraremos en la mesa principal.
Ainara asintió, dándole un beso rápido en la mejilla antes de alejarse en dirección opuesta.
Mientras Ainara se movía entre la multitud, buscando a su madre, sentía una mezcla de nerviosismo y determinación. Sabía que este encuentro no sería fácil, pero estaba decidida a enfrentarlo con la cabeza en alto.
Mauro, por su parte, se abrió paso entre los invitados, buscando la inconfundible figura de su padre. La tensión era palpable en el aire, pero también lo era la resolución de ambos. Estaban preparados para cualquier cosa que sus padres tuvieran planeado, y sabían que, pase lo que pase, se tendrían el uno al otro.
A medida que se acercaban a sus respectivos padres, Ainara y Mauro no podían evitar sentir que el destino estaba a punto de desvelar una nueva y desafiante etapa en sus vidas. La noche estaba llena de promesas y sombras, y ambos sabían que estaban a punto de enfrentarse a la verdad que cambiaría su futuro para siempre.
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Ainara se abrió paso entre la multitud, finalmente divisando a su madre, al otro lado del salón. Estela, vestida con un elegante vestido de seda verde esmeralda, la recibió con una sonrisa calculadora.
—Ainara, querida, me alegra que hayas venido. Hay alguien a quien quiero presentarte —dijo Estela, tomando a Ainara del brazo y guiándola a través del lujoso salón del hotel.
—Buenas noches, señora García.
—Por favor, Ainara, soy tu madre. Qué manera de decirme así —respondió Estela, con una mezcla de reproche y amabilidad.
Ainara levantó una ceja, sin perder su tono irónico.
—Oh, claro, madre. Solo trataba de ser cortés. No quisiera faltar el respeto a una dama de tan alta moral —dijo, su voz cargada de sarcasmo.
Estela intentó ignorar el comentario y continuó guiándola por el salón.
—Este evento es muy importante para nuestra familia. Quiero que conozcas a algunas personas influyentes que pueden abrirte muchas puertas.
Ainara suspiró, resistiendo las ganas de rodar los ojos.
—¿Influyentes? Seguro, madre. Me encantaría conocer a todas esas personas que manipulas tan magistralmente.
Estela apretó ligeramente el brazo de Ainara, tratando de mantener la compostura.
—Ainara, esto no es un juego. Tienes que comportarte —dijo en un susurro, mientras se acercaban a donde estaba su esposo.
Ainara sonrió con una falsa dulzura.
—Claro, madre. Estoy tomando notas de tu manual de manipulaciones y engaños. Puede que algún día alcance tu nivel de excelencia.
Ainara sintió una mezcla de nerviosismo e intriga, sin poder evitar pensar en lo que su madre podría estar tramando. Llegaron a una esquina del salón donde un hombre de complexión fuerte y porte autoritario estaba conversando con otros invitados.
Estela se detuvo, y con una sonrisa que no llegaba a sus ojos, se dirigió al hombre.
—Rodrigo, cariño, quiero presentarte a mi hija, Ainara.
Ainara sintió un escalofrío y su corazón se hundió al escuchar el nombre. Miró a Rodrigo, quien la observaba con una mezcla de sorpresa y satisfacción. A su lado, Mauro también quedó estupefacto, sus ojos se llenaron de incredulidad.
—¿Qué demonios…? —murmuró Mauro, sintiendo una ola de confusión y alarma.
—Ainara, él es Rodrigo, mi esposo —continuó Estela, disfrutando del desconcierto palpable en el aire.
Ainara sintió que el mundo se desmoronaba a su alrededor. ¿Cómo podía ser posible? Miró a Mauro, buscando algún indicio de que esto era una pesadilla.
—No puede ser —susurro Ainara para sí misma, su voz temblando.
Ainara y Mauro intercambiaron miradas cargadas de confusión y alarma. La revelación de que sus padres también estaban casados era un golpe inesperado y perturbador.
Antes de que ninguno de ellos pudiera reaccionar, Rodrigo extendió la mano hacia Ainara, su sonrisa era encantadora, pero sus ojos la miraban de una manera que la hizo sentir incómoda.
—Un placer conocerte, Ainara. Soy Rodrigo Lewusz. Estela me ha hablado mucho de ti, pero se ha quedado corta con las palabras. Eres bellísima —dijo Rodrigo, su voz teñida de una insinuación inapropiada.
Ainara sintió un nudo en el estómago, una mezcla de repulsión y sorpresa. Trató de mantener la compostura, pero la mirada de Rodrigo la hacía sentir vulnerable.
Mauro, que observaba la interacción, notó la manera inapropiada en que su padre miraba a Ainara. Sintió cómo la ira hervía en su sangre, su instinto protector se despertó de inmediato.