Ainara y Mauro disfrutaban de una tarde tranquila en su apartamento, convencidos de que tendrían unos días sin saber nada de sus respectivos padres.
Habían decidido desconectar y centrarse en ellos mismos, buscando un respiro de las revelaciones y tensiones recientes, ya que pronto empezarían las clases de un siguiente semestre.
Sin embargo, esa paz fue interrumpida por una llamada de Francisco. Ainara contestó el teléfono, y tras una breve conversación, colgó con una expresión de sorpresa.
—Era mi papá —dijo Ainara, mirando a Mauro.
—¿Qué pasa? —preguntó Mauro, notando la preocupación en su rostro.
—Es para decir que estamos invitados a una cena esta noche. Parece que todos hemos sido invitados —respondió Ainara, su voz reflejaba una mezcla de incertidumbre y resignación.
Mauro levantó una ceja, sintiendo una oleada de inquietud.
—¿Dónde es la cena?
—En casa de Estela y Rodrigo. Viven al norte de Barquisimeto, en la urbanización Yucatán —dijo Ainara, su voz temblaba ligeramente.
Mauro dejó escapar un suspiro, sintiendo cómo la tensión se apoderaba de él, a la vez que un sentimiento de tristeza lo invadía.
—Genial, justo lo que necesitamos: otra reunión familiar —dijo Mauro con sarcasmo.
Ainara asintió, sintiendo una mezcla de nerviosismo y determinación.
—No sé qué tienen planeado esta vez, pero debemos estar preparados para cualquier cosa. Quizás seguirán insistiendo en esos absurdos matrimonios.
Mauro la tomó de la mano, apretándola con firmeza.
—Estamos juntos en esto, Ainara. No importa lo que pase, enfrentaremos esto como siempre lo hemos hecho: unidos.
Ainara esbozó una pequeña sonrisa, agradecida por el apoyo de Mauro.
—Sí, unidos. Vamos a estar bien.
Se prepararon para la cena, conscientes de que no sería una velada fácil. Mientras conducían hacia la urbanización Yucatán, Ainara y Mauro se mantuvieron en silencio, cada uno perdido en sus pensamientos y preparando sus corazones para lo que estaba por venir.
Al llegar, Mauro sentía una mezcla de nostalgia y dolor al reconocer la zona.
«¿Cómo no recordar?» Pensó. La misma urbanización de donde él y su madre, tuvieron que salir cuando ella se divorció de Rodrigo, sin nada en la mano, apenas con la dignidad intacta.
—Es difícil volver aquí —murmuró Mauro, susurrando más para sí mismo que para Ainara.
Ainara lo miró con preocupación, notando la sombra de tristeza en su rostro.
—Vamos a estar bien, Mauro. Estamos juntos en esto —dijo, apretando suavemente su mano.
Mauro asintió, tratando de concentrarse en el presente en lugar de los amargos recuerdos del pasado.
Ambos iban vestidos de manera casual. Ainara llevaba unos jeans ajustados y una blusa blanca sencilla que realzaba su naturalidad. Mauro, por su parte, vestía unos jeans oscuros y una camiseta blanca que resaltaba su figura atlética.
En la entrada dieron sus datos y el vigilante los hizo pasar, al llegar a la casa de Estela y Rodrigo, se detuvieron por un momento para observar. No era una casa muy grande, pero sí, con una fachada elegante y moderna. Las luces cálidas iluminaban el jardín perfectamente cuidado, y la entrada estaba adornada con flores frescas, creando un ambiente acogedor y lujoso.
María y Francisco llegaron poco después, vestidos de manera igualmente casual. María llevaba unos pantalones de lino y una blusa suave, mientras que Francisco vestía unos jeans y una camisa de cuadros. Ambos se acercaron a Mauro y Ainara, intercambiando miradas de apoyo y comprensión.
—Es duro estar aquí de nuevo —dijo María, con un tono que apenas ocultaba el dolor de los recuerdos.
—Lo sé, mamá. Pero estamos aquí juntos. No vamos a dejar que nada ni nadie nos derrumbe —respondió Mauro, con determinación en su voz.
Francisco asintió, colocando una mano en el hombro de Ainara.
—Vamos a enfrentar esto como familia. No estamos solos en esto, no debemos dejar que ellos nos intimiden y nos arrebaten lo que tenemos —dijo, con una firmeza que intentaba ser reconfortante.
Ainara, Mauro, María y Francisco se dirigieron a la puerta principal, listos para enfrentar la velada que les esperaba. Sabían que la noche estaría llena de desafíos y tensiones, pero también estaban seguros de que, unidos, podrían superar cualquier obstáculo que se les presentara. El amor y el apoyo mutuo eran su mayor fortaleza, y estaban decididos a protegerlo a toda costa.
Fueron recibidos por Estela, que los miró con sorpresa al ver que los cuatro llegaban al mismo tiempo.
—¡Oh! ¡Qué sorpresa verlos llegar juntos! —exclamó Estela, con una sonrisa tensa.
Estela reconoció de inmediato a María, sabiendo que era la exesposa de su actual esposo, Rodrigo. Intentando mantener la compostura, se dirigió a Francisco y Ainara primero.
—Francisco, hija, qué gusto verlos. ¿Y acaso tu esposa no te acompaña, Francisco? —preguntó Estela con una sonrisa forzada, ignorando deliberadamente a María.
Francisco, con un tono frío y una mirada firme, respondió sin titubear.
—Mi esposa está aquí, Estela. María es mi esposa.
La revelación impactó a Estela, quien sintió como su sonrisa se desvanecía momentáneamente. Sus ojos se abrieron con sorpresa y su rostro mostró una breve pero palpable incomodidad.
—Oh… no lo sabía —murmuró Estela, tratando de recuperar su compostura rápidamente.
Rodrigo, que estaba justo detrás de Estela, observó la escena con una calma inquietante. Parecía que la revelación no le afectaba tanto, y su expresión permanecía serena e indiferente.
—Bienvenidos, todos. Pasen, por favor —dijo Rodrigo, con una voz suave, pero autoritaria, abriendo la puerta para que entraran.
Ainara y Mauro intercambiaron miradas, sabiendo que la tensión en el aire solo aumentaría a medida que avanzara la noche.
Mientras entraban a la elegante casa, la decoración lujosa y el ambiente acogedor contrastaban con la tensión latente entre los presentes. Ainara y Mauro se tomaron de la mano, encontrando en su amor y en su unión la fortaleza necesaria para enfrentar los desafíos que les esperaban.