Atracción prohibida. Un amor que rompe las reglas.

Hermanos.

Al pasar a la sala, Rodrigo observó a Mauro y Ainara con una sonrisa enigmática, a la vez que notaba que ambos tenían sus manos entrelazadas.

—Ah, ahora entiendo por qué amado hijo dijo que conocía a Ainara en el evento. Las cosas son más claras ahora —comentó Rodrigo, con un tono que no dejaba claro si estaba bromeando o insinuando algo más.

Ainara y Mauro intercambiaron miradas, sintiendo cómo la tensión aumentaba con cada palabra.

—Por favor, siéntense y pónganse cómodos —dijo Estela, señalando los sofás de la elegante sala.

La decoración era lujosa, con muebles de cuero, cortinas de seda. Ainara y Mauro se sentaron juntos, mientras Francisco y María se acomodaban en el sofá de enfrente.

La sala se llenó de una tensión palpable, en cuanto el silencio se hizo presente, Francisco y María no sabían qué decir, ya Rodrigo y Estela estaban frente a ellos, tratando de mantener la compostura. Ninguno de los cuatro había anticipado este encuentro, y la atmósfera era densa con el peso de las revelaciones recientes.

—No puedo creerlo —dijo Estela, rompiendo el silencio primero, su mirada fija en Francisco—. Nunca imaginé que terminarías casado con… María.

Francisco suspiró, frotándose las sienes.

—La vida tiene formas extrañas de sorprendernos —respondió con un tono cansado—. Pero aquí estamos.

—¡Una familia! —exclamó Rodrigo en tono irónico, se cruzó de brazos, intentando ocultar su propia incomodidad. —Pero no estamos aquí para discutir el pasado. Queremos arreglar nuestra relación con nuestros hijos, aparte de hablar ciertas cosas.

María levantó una ceja, escéptica.

—¿Qué cosas, exactamente? —preguntó, su voz llena de desconfianza.

Estela miró a Rodrigo, buscando apoyo.

—Queremos hablar sobre el futuro, sobre algunas decisiones importantes que deben tomar —dijo, con una voz forzada que intentaba sonar convincente.

Francisco se inclinó hacia adelante, sus ojos fijos en los de Estela.

—¿Decisiones cruciales? —repitió—. ¿Qué clase de decisiones?

Rodrigo aclaró su garganta, sintiendo que el momento se volvía más complicado.

—Queremos proponerles una opción, la cual estamos seguros de que será beneficiosa para ellos y para nuestras familias —dijo, eligiendo sus palabras con cuidado.

María intercambió una mirada con Francisco, ambos sintiendo que algo más oscuro estaba en juego, luego miraron a ambos jóvenes que no habían pronunciado ni una palabra.

—Las decisiones que tomemos serán por nuestro gusto, no porque otros quieran dar opiniones sobre nuestra vida —dijo Mauro cuando Francisco estaba por responder.

—Voy a llamar a los niños —anunció Estela de repente, con una sonrisa que intentaba parecer casual—. ¡Niños, vengan por favor!

Unos momentos después, dos pequeños niños entraron corriendo en la sala, una niña y un niño, ambos con expresiones de entusiasmo y curiosidad. La niña tenía rizos rubios y ojos verdes brillantes, mientras que el niño era moreno con una sonrisa traviesa.

—Estos son mis hijos, Veruzka y Emiliano —dijo Estela, presentándolos con orgullo—. Y estos son Ainara y Mauro, sus hermanos mayores.

Ainara sintió una oleada de emociones al escuchar esas palabras. La revelación de que tenía medios hermanos pequeños la tomó completamente por sorpresa, y la situación se volvía cada vez más surrealista.

—¿Mis hermanos mayores? —preguntó Veruzka, con los ojos llenos de emoción—. ¡Qué emocionante!

Emiliano también parecía encantado, corriendo hacia Mauro y Ainara con entusiasmo.

—¡Hola, hermanos! —dijo Emiliano, con una sonrisa que iluminaba su rostro.

Mauro y Ainara intercambiaron miradas, tratando de procesar la información. La inocencia y la alegría de los niños contrastaban fuertemente con la tensión y la complejidad de los sentimientos de los adultos.

Francisco observó la escena con una expresión de preocupación, mientras María se esforzaba por mantener una sonrisa para no incomodar a los pequeños.

—Es un placer conocerlos, Veruzka y Emiliano —dijo María, con voz suave—. Son unos niños encantadores.

Ainara y Mauro intentaron sonreír, aunque sus corazones estaban llenos de confusión y preocupación. La revelación de que compartían hermanos menores en común era un golpe inesperado y difícil de asimilar. Aunque ellos no compartían lazos de sangre, la situación añadía una capa de complejidad emocional que ambos jóvenes encontraban asfixiante.

«Nunca imaginé que tendría hermanos en común con Mauro» pensó Ainara, sintiendo una punzada de dolor. Era como si este nuevo lazo los atara de una manera que nunca habían anticipado.

La inocente alegría de Veruzka y Emiliano solo hacía más evidente la complejidad de su situación. Sus ojos brillaban de emoción al conocer a sus hermanos mayores, pero Ainara no podía evitar sentirse atrapada.

Mauro, por su parte, estaba lleno de una mezcla de rabia contenida y un deseo feroz de proteger a Ainara. Ver la manera en que su padre la miraba solo aumentaba su deseo protector.

«Lo dejaré sin ojos» pensaba él. Pero la realidad de compartir hermanos en común añadía un peso que ni siquiera él podía ignorar.

«¿Cómo podemos llevar esto adelante sabiendo que tenemos estos lazos?», pensaba Mauro, sintiendo cómo la presión de la situación se intensificaba. La idea de que su relación pudiera ser vista como prohibida por la sociedad era un pensamiento que le resultaba insoportable.

Veruzka, de ocho años, y Emiliano, de seis, observaban con fascinación a sus hermanos mayores. La niña, maravillada por el vibrante cabello rojizo de Ainara, no pudo contener su admiración.

—¡Me encanta tu cabello! —dijo Veruzka, sus ojos verdes brillaban con entusiasmo—. ¿Me lo puedes regalar?

Ainara se sonrojó un poco, sorprendida por la inocente petición.

—Gracias, Veruzka, pero no puedo regalártelo. Es mi cabello natural —respondió Ainara con una sonrisa.




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.