Atracción prohibida. Un amor que rompe las reglas.

Pelirrojos.

La cena continuaba, y aunque los niños seguían hablando animadamente, la tensión en el aire era palpable. Rodrigo no dejaba de mirar a Ainara de una manera que la hacía sentir incómoda. Por su parte, ella se acercó más a Mauro, buscando su protección y apoyo.

Francisco, observando la mirada pecaminosa de Rodrigo hacia su hija, sintió una oleada de furia.

«¿Cómo se atreve este maldito?», pensó mientras su mano apretaba el tenedor, deseando voltear el rostro de Rodrigo de un solo golpe. Sin embargo, María, conociendo bien a su exesposo y sus maneras, apretó el brazo de Francisco para calmarlo.

Rodrigo, notando la incomodidad en el ambiente, decidió hacer un comentario que solo aumentó la tensión.

—Ainara, eres realmente hermosa. Me pregunto, ¿de dónde viene esa belleza? ¿De parte de Estela o de Francisco? —dijo el hombre, con una sonrisa que no lograba ocultar su malicia.

Francisco, con un tono frío y una mirada firme, respondió sin titubear.

—La belleza de tu hijastra viene de nuestra familia, Rodrigo. Y te sugiero que cuides tus ojos, he notado como lagrimean, no querrás quedarte ciego —dijo Francisco, con una sutil amenaza en su voz, a la vez que hacía hincapié en la palabra que le indicaba el tipo de relación con su hija.

Ainara sintió una mezcla de gratitud y alivio al escuchar las palabras de su padre. Sabía que Francisco siempre la protegería, sin importar las circunstancias.

Rodrigo levantó una ceja, sorprendido por la firmeza de Francisco, pero decidió no insistir más. En cambio, se recostó en su silla, observando la escena con una expresión indescifrable.

Estela, ofendida por las palabras de su esposo agregó:

—En mi familia no hay pelirrojos, cariño. Todos tenemos el cabello rubio, el color de la verdadera belleza —dijo Estela, con una sonrisa despectiva—. Tu hija lleva ese encanto.

Ainara sintió esa punzada de dolor y resentimiento. El comentario de su madre le recordaba nuevamente por qué siempre había sentido que nunca la quiso realmente.

Mauro, notando la incomodidad de Ainara, también intervino con su habitual sarcasmo.

—Vaya, señora Lewusz, qué interesante teoría sobre la belleza. Aunque, personalmente, creo que el verdadero encanto está en la diversidad. El cabello rojo de Ainara es simplemente espectacular y único. Pero claro, cada uno tiene sus gustos, ¿verdad? —dijo Mauro, con una sonrisa diplomática pero dejando en claro su defensa hacia su esposa.

Estela frunció el ceño, claramente molesta por la respuesta de Mauro, pero decidió no insistir más en el tema.

Veruzka, sin embargo, no entendió la tensión en el aire y continuó con su inocente entusiasmo.

—Cuando sea grande, tendré mi cabello así —insistió la niña sonriendo de oreja a oreja.

Ainara forzó una sonrisa, intentando ocultar su incomodidad.

Rodrigo observaba la escena en silencio, con su expresión indescifrable. Francisco, por su parte, se sentía orgulloso de la manera en que Mauro había defendido a Ainara, aunque la tensión seguía siendo palpable.

Después de la cena, Mauro y Rodrigo se encontraron en el jardín, lejos de los demás. El joven no podía contener más su ira y decidió enfrentar a su padre.

—Rodrigo, necesitamos hablar —dijo Mauro, su voz era baja, pero llena de furia contenida.

Rodrigo levantó una ceja, con una sonrisa que no lograba ocultar su malicia.

—¿De qué quieres hablar, hijo?, ¿de tu futuro matrimonio con la hija del ministro?

Mauro apretó los puños, tratando de mantener la calma.

—Deja de mirar a Ainara de esa manera. Es repugnante y completamente inapropiado. Estás casado, deberías respetar a tu esposa, quien es la madre de Ainara —dijo Mauro, su voz temblaba de ira.

Rodrigo soltó una risa sarcástica.

—¿Respetar a Estela? Ella es solo una esposa de papel. Pero puedo tener ambas, tanto a la madre como a la hija, a mis placeres, si así lo deseo —respondió Rodrigo, con una sonrisa arrogante—. Tu hermanastra tiene esa belleza singular, la cual cualquier hombre estaría dispuesto a ponerle el mundo a sus pies, incluso si eso conllevaría matar.

Mauro sintió cómo la ira lo consumía. No podía soportar más las palabras de su padre. Sin pensarlo dos veces, se lanzó contra Rodrigo, empujándolo con fuerza.

—¡Eres un maldito! ¡No permitiré que sigas con tus perversiones! —gritó Mauro, mientras Rodrigo trataba de recuperar el equilibrio.

Rodrigo, sorprendido por la reacción de su hijo, intentó mantener la compostura, pero la mirada de odio en los ojos de Mauro le dejó claro que había llegado demasiado lejos.

Pero Rodrigo, aun con una sonrisa maliciosa y sin intención de retroceder, se acercó a Mauro, sus ojos brillaban con una mezcla de desafío y burla.

—Dime, Mauro, ¿acaso te estás revolcando con tu hermana? —preguntó Rodrigo, su voz goteaba con veneno.

Mauro sintió cómo la ira lo consumía, pero se obligó a mantener la calma.

—Ese no es problema tuyo, Rodrigo. Y no somos hermanos, no confundas las cosas —respondió Mauro, su voz firme y llena de desprecio—. No voy a permitir que sigas faltándole el respeto a Ainara de esa manera. Si no controlas lo que ves, te quedarás sin ojos.

Rodrigo soltó una risa sarcástica.

—¿Y qué pasa con Liliana? Ella sería una esposa ideal para ti. Rica, hermosa y bien conectada. Podrías tener todo lo que quieras —dijo Rodrigo, con una sonrisa arrogante.

Mauro apretó los puños aún más fuertes, sintiendo cómo la rabia se convertía en una furia volcánica.

—No quiero nada de lo que me ofreces, y mucho menos a esa Liliana. Mis sentimientos no están a la venta, y no voy a caer en tus trampas. Si no dejas de mirar a Ainara de esa manera y de faltarle al respeto, te juro que te arrepentirás —dijo Mauro, su voz temblaba de ira contenida.

Rodrigo levantó una ceja, sorprendido por la firmeza de Mauro, pero su sonrisa no desapareció.

—Vaya, parece que has desarrollado un carácter fuerte. Pero no olvides con quién estás hablando —dijo Rodrigo, con un tono amenazante.




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