Ainara y Mauro llegaron a su apartamento, sintiendo una mezcla de alivio y agotamiento. La noche había sido larga y tensa, llena de revelaciones y confrontaciones. Cerraron la puerta detrás de ellos, dejando fuera el caos y las manipulaciones de sus padres.
—Finalmente en casa —dijo Mauro, dejando escapar un suspiro de alivio.
Ainara asintió, dejándose caer en el sofá.
—No puedo creer todo lo que ha pasado esta noche. Tener hermanos en común… es difícil de asimilar —dijo Ainara, con la voz cargada de confusión y preocupación.
Mauro se sentó a su lado y la tomó de la mano.
—Lo sé, mi princesa. Todo esto es una locura. Todos están locos. Pero recuerda, nosotros no somos hermanos de sangre. Somos hermanastros, algo muy distinto y lo que sentimos el uno por el otro es real… ni siquiera pienses que hacemos mal —respondió Mauro, con firmeza.
Ainara lo miró a los ojos, encontrando consuelo en su mirada.
—Sí, lo sé. Pero aun así, todo se siente tan complicado. Y saber que nuestros padres están tratando de manipularnos solo lo hace peor —dijo Ainara, dejando escapar un suspiro.
Mauro acarició suavemente su cabello.
—No permitiremos que nos controlen, Ainara. Nos tenemos el uno al otro, y eso es lo que realmente importa. Vamos a salir de esto juntos —dijo Mauro, con voz reconfortante.
Ainara asintió, sintiéndose un poco más tranquila.
—Gracias, Mauro. No sé qué haría sin ti —dijo, apoyándose en su hombro.
—Yo tampoco sé qué haría sin ti, Ainara. Somos más fuertes de lo que piensan, y no vamos a dejar que nada ni nadie nos separe —respondió Mauro, abrazándola con fuerza.
Mientras se acurrucaban en el sofá, pasaron el resto de la noche hablando y apoyándose mutuamente, fortaleciendo aún más su vínculo. Sabían que la batalla apenas comenzaba, pero estaban preparados para enfrentarlo todo, sabiendo que siempre se tendrían el uno al otro.
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El día de clases finalmente llegó, marcando el inicio del tercer semestre en la Universidad para Ainara y Mauro.
Ambos caminaron juntos por el concurrido campus, disfrutando de la fresca brisa matutina. Al llegar, se encontraron con sus amigos en el punto de encuentro habitual. Alan los recibió con una sonrisa.
—¡Hola, pareja! ¿Listos para otro semestre de locura? —dijo Alan, con su típico entusiasmo—. Aún no me dan sobrinos.
—Ja, ja, ja —todos soltaron una carcajada.
—La cigüeña no tiene encomiendas todavía para nosotros —respondió Mauro, con una sonrisa.
—Sí, Alan, mejor no te hagas ilusiones. La cigüeña está de vacaciones indefinidas —añadió Ainara, con un guiño.
Alan se rio, siempre disfrutando de las bromas entre amigos.
—Bueno, bueno, lo aceptaré por ahora. Pero sigan practicando, ¿eh? —dijo Alan, con una sonrisa pícara.
—¡Eres imposible! —dijo Mauro, riendo.
Mauro intercambió una mirada rápida con Ainara antes de dirigirse a Alan en voz baja.
—Alan, necesito que cuides a Ainara. No quiero que le pase nada —dijo Mauro, su preocupación era evidente en su tono de voz.
Alan, captando de inmediato la seriedad del asunto, asintió con determinación.
—No te preocupes, Mauro. Me encargaré de que esté bien. Nada ni nadie se acercará a ella sin que yo lo sepa —respondió Alan, con una mirada que reflejaba su compromiso.
—Gracias, Alan. Sé que puedo confiar en ti —dijo, sintiéndose un poco más seguro.
Mauro le dio un apretón de manos a Alan antes de volverse hacia Ainara.
—Nos vemos más tarde, amor. Estaré pensando en ti —dijo él dándole un suave beso en la frente.
—Yo también, Mau. Ten un buen día —respondió Ainara, con una sonrisa.
Mientras se dirigían a sus respectivas clases, ambos sabían que el día traería sus propios desafíos. Pero la seguridad de que tenían amigos en quien confiar y el amor que compartían les daba la fuerza para enfrentar lo que viniera. Ainara y Mauro estaban decididos a seguir adelante, apoyándose mutuamente en cada paso del camino.
—Gracias, Alan —dijo Ainara mientras caminaban para su clase.
—Siempre, Ainara. Además, sabes que me encanta ser tu guardaespaldas personal —bromeó Alan.
—Por cierto, ¿qué se traen entre manos Bianca y tú? He visto algunas fotos por ahí en las redes.
Alan sonrió de manera pícara, disfrutando de la oportunidad de hablar sobre su interés secreto.
—Oh, Bianca y yo… bueno, digamos que hay cierta química —dijo Alan, levantando una ceja de manera sugestiva.
Ainara se rio, reconociendo la típica actitud coqueta de Alan.
—¿Química? ¿Así lo llamas ahora? —respondió Ainara, divertida.
—Sí, química. Aunque, honestamente, no sé si es más como una reacción explosiva —admitió Alan, riendo—. Bianca es increíble, y siempre me hace reír. Me encantaría pasar más tiempo con ella, pero ya sabes los estudios están de por medio.
Ainara sonrió, sabiendo que Bianca también sentía algo por Alan, aunque no lo había admitido abiertamente.
—Bueno, pues espero que tengas suerte, Alan. Bianca es una chica genial y se merece a alguien que la haga feliz —dijo Ainara, con sinceridad.
Alan asintió, sintiendo un poco de nerviosismo mezclado con entusiasmo.
—Gracias, Ainara. Haré mi mejor esfuerzo. Y, por cierto, cuenta con mi apoyo en cualquier cosa que necesites. Estoy aquí para ti y Mauro —dijo Alan, con determinación.
—Lo sé, Alan. Y te lo agradezco mucho. Me hace feliz tener amigos como ustedes, siempre han estado ahí —respondió Ainara, con una sonrisa.
Las primeras semanas de clases fueron días tranquilos para Ainara y Mauro. Ambos se sumergieron en sus estudios, adaptándose a la rutina universitaria. Mauro, además, se acoplaba a su nuevo trabajo de media jornada laboral, lo que añadía un ritmo diferente a sus días.
Una noche, mientras se relajaban en su apartamento después de un largo día, Ainara se acostó en la cama, mirando al techo con pensamientos volando en su mente.