Estela caminaba por el campus de la universidad, buscando a Ainara. Había decidido hacer una visita sorpresa para hablar con su hija sobre los planes que tenía para ella. En su mente había planificado como convencerla de la boda.
Mientras avanzaba por los pasillos, su mirada se detuvo en una escena que la dejó completamente horrorizada.
A lo lejos, bajo la sombra de un árbol, vio a Ainara y Mauro besándose apasionadamente. La sangre de Estela se heló y su rostro se contrajo en una mueca de repulsión. Para ella, esa escena era algo pecaminoso, una abominación que no podía tolerar.
—¡AINARA! —gritó Estela, su voz llena de indignación y furia.
Ainara y Mauro se separaron bruscamente, sorprendidos por la aparición repentina de Estela. Ainara sintió una oleada de miedo al ver la expresión de su madre.
—Estela, yo… —comenzó Ainara, pero Estela la interrumpió con un gesto de la mano.
—¡Esto es inaceptable! —exclamó Estela, su voz temblaba de ira—. ¿Cómo te atreves a hacer algo tan… tan repugnante? ¡Es una abominación!
Mauro, sintiendo la tensión en el aire, intentó calmar la situación.
—Señora Estela, por favor…
Pero Estela no estaba dispuesta a escuchar. Su mente estaba llena de pensamientos de traición y deshonra.
—¡No quiero escuchar nada! —gritó, sus ojos llenos de furia—. Esto debe terminar, y debe terminar ahora. Ainara, ven conmigo. No permitiré que sigas con esta… esta aberración.
Ainara miró a Mauro, sus ojos llenos de tristeza y desesperación. Sabía que su madre no entendería, pero también sabía que no podía dejar que Estela destruyera lo que tenía con Mauro.
—Estela, no puedes controlarnos. No puedes decidir sobre nuestro amor —dijo Ainara, su voz firme a pesar del miedo.
Estela la miró con una mezcla de incredulidad y desprecio.
—Veremos sobre eso, Ainara. Veremos sobre eso y ya te he dicho que no me llames por mi nombre, ¿cómo te atreves? ¡Soy tu madre!
Con esas palabras, Estela tomó a Ainara de los brazos, arrastrándola, pero la joven se resistió.
—Estela, deténgase —dijo Mauro, su voz era firme y llena de ira contenida.
Estela se volvió hacia Mauro, con una mirada de desafío.
—No tienes derecho a decirme qué hacer con mi hija —respondió, su voz salía con veneno.
Mauro dio un paso adelante, su mirada era fría y determinada.
—Tengo todo el derecho cuando se trata de proteger a Ainara. No permitiré que la arrastres como si fuera una niña pequeña. Ella es una adulta y tiene derecho a decidir sobre su vida y su amor —dijo Mauro, con voz firme.
Ainara, sintiendo el apoyo de Mauro, se liberó del agarre de su madre y se acercó a él.
—Mamá, no puedes controlar mi vida. No permitiré que destruyas lo que tengo con Mauro. Nuestro amor es real y no vamos a dejar que nadie nos separe —dijo Ainara, con determinación.
Estela, furiosa y sin saber qué más decir, se quedó en silencio por un momento. Finalmente, soltó un suspiro de frustración.
—Esto no ha terminado, Ainara. No permitiré que sigas con esta relación del diablo. Haré lo que sea necesario para separarlos —dijo Estela, con una voz llena de amenaza.
Los estudiantes y profesores que pasaban por el lugar se detuvieron a observar la escena, susurrando entre ellos. El murmullo crecía a medida que la confrontación se intensificaba.
—¡SON HERMANOS! —gritó Estela, su voz resonaba en el aire—. Esa atracción que sienten es pecaminosa, es algo prohibido incluso ante los ojos de Dios.
Ainara y Mauro sintieron cómo las miradas de los demás se clavaban en ellos, llenas de curiosidad y juicio. La situación se volvía cada vez más insoportable.
Estela, sin esperar respuesta, se dio la vuelta y se marchó furiosa de la universidad, dejando a Ainara y Mauro lidiando con las consecuencias de su arrebato.
Mauro abrazó a Ainara, tratando de consolarla.
—Tranquila, no le prestes atención, esa señora está loca, así que no podrá hacer nada contra nosotros —dijo Mauro, con voz firme.
Ainara asintió.
Ambos se quedaron en silencio por un momento, tratando de procesar lo que acababa de suceder. Ella se aferró a Mauro, sintiendo una mezcla de miedo y desesperación.
—Mauro, siento que mi madre querrá destruirnos. No sé si podré soportar tanto. Además, no la conozco realmente. Por tantos años, nunca la había visto así —dijo Ainara, su voz temblaba.
Mauro la abrazó con más fuerza, tratando de consolarla.
—Ainara, no vamos a dejar que nos destruya. Estamos juntos en esto, y no permitiré que nada ni nadie nos separe. Te lo prometo, quizás tu madre sea como mi padre, así que puede ser manipuladora, pero no vamos a ceder —respondió Mauro, con voz firme.
Ainara asintió, sintiéndose un poco más tranquila al escuchar las palabras de Mauro. Sin embargo, los murmullos y las miradas curiosas de los estudiantes y profesores que habían presenciado la escena seguían siendo abrumadores.
Mauro, notando la incomodidad de Ainara, se volvió hacia los chismosos con una mirada de determinación.
—¿No tienen nada mejor que hacer? —dijo Mauro, su voz era fría y autoritaria—. Esto no es un espectáculo. Váyanse y dejen de meterse en asuntos que no les conciernen.
Los murmullos se detuvieron de inmediato, y los curiosos comenzaron a dispersarse, sintiendo la intensidad de la mirada de Mauro.
Ainara respiró hondo, sintiéndose un poco más aliviada al ver cómo Mauro manejaba la situación.
—Gracias, Mauro. Realmente no sé qué haría sin ti —dijo Ainara, con una voz llena de gratitud—. De seguro fuera una prisionera de mi madre.
—Siempre estaré aquí para ti, Ainara. Vamos a estar juntos, por toda la eternidad, sin importar lo que pase —respondió Mauro, con una sonrisa reconfortante.
Cuando ambos terminaron con sus clases, Ainara se despidió de Mauro, ya que él tendría que ir a su trabajo, así que ella aprovechó para ir a casa de su padre; sin embargo, no se esperaba lo que venía después.