Estela la miró con una mezcla de incredulidad y desprecio.
—¿Limpia y pura? No me hagas reír, Ainara. Lo que estás haciendo es una abominación. No puedo creer que seas tan ciega para no ver lo repugnante que es esto.
Ainara sintió cómo la furia crecía dentro de ella. No podía permitir que su madre destruyera lo que tenía con Mauro.
—Lo repugnante es tu hipocresía, mamá. No tienes derecho a juzgarme cuando tú misma has cometido errores mucho peores. Mauro y yo nos amamos, y nada de lo que digas cambiará eso.
Estela se cruzó de brazos, su expresión se volvió aún más fría.
—Veremos cuánto dura ese amor cuando te des cuenta de la realidad. No permitiré que sigas con esta relación. Haré lo que sea necesario para separarlos, ten la seguridad de eso niña.
Ainara la miró con desafío, sintiendo una mezcla de tristeza y determinación.
—Haz lo que quieras, mamá. Pero no podrás destruir lo que tenemos. Mauro y yo nos amamos, te duela y no lo quieras aceptar, no me importa.
Estela, más molesta que nunca, se acercó a Ainara con una expresión de repulsión.
—Ainara, ¿no entiendes? Tanto tú como Mauro son hermanos porque nosotros, sus padres, estamos casados. ¡Eso es algo impuro, una abominación! —exclamó, su voz temblaba de ira.
Ainara no se dejó intimidar. Se mantuvo firme, enfrentando a su madre con una mirada desafiante.
—Mamá, no puedes juzgarme por algo que no elegí. Ni Mauro ni yo tenemos la culpa de que ustedes estén casados. No somos hermanos de sangre, y nuestro amor no es algo impuro, no me vas a convencer de lo contrario si es lo que pretendes.
La tensión era palpable, como una tormenta a punto de desatarse. Estela, no podía controlar la expresión de repulsión que tenía.
—Dime, ¿qué le dirán a sus hermanos, a Veruzka y a Emiliano? ¿Cómo creen que los verán? ¿Qué les van a enseñar? ¿Qué los hermanos se casan? No puedes solo concentrarte en ti, Ainara. No sean egoístas.
Ainara sintió una punzada de dolor al escuchar las palabras de su madre, pero no dejó que la inseguridad la dominara.
—¿Egoístas? No somos egoístas, mamá. Estamos luchando por nuestro amor, algo que tú nunca entenderás. Veruzka y Emiliano son inocentes en todo esto, y no vamos a permitir que crezcan con mentiras y manipulaciones —respondió Ainara, con voz firme.
Estela, aún furiosa, intentó calmarse para continuar la conversación con Ainara. Sabía que necesitaba un enfoque más estratégico para hacer que su hija cambiara de opinión.
—Ainara, por favor, escucha. Lo mejor para ti es que te cases con Santiago. Tienes que dejar de estar jugando a la casa con Mauro —dijo Estela, tratando de sonar más razonable.
Ainara la miró con incredulidad.
—¿Jugar a la casa? Mamá, lo que tengo con Mauro es real. Nuestro amor es genuino y fuerte, y no voy a renunciar a él por un matrimonio de conveniencia —respondió Ainara, con voz firme.
Estela frunció el ceño, su paciencia se agotaba.
—Santiago es un buen partido. Tiene dinero, conexiones y puede ofrecerte una vida cómoda y segura. Mauro no puede darte lo mismo, piensa bien con la mente y no con lo que crees que sientes —insistió Estela, tratando de convencer a Ainara.
Ainara negó con la cabeza, sintiendo una mezcla de tristeza y frustración.
—No me importa el dinero ni las conexiones, mamá. Lo único que quiero es estar con la persona que amo. ¿Es tan difícil de entender? —dijo Ainara, con voz llena de emoción.
Estela intentó otro enfoque, tratando de apelar a la lógica de su hija.
—Ainara, piénsalo bien. ¿Qué futuro pueden tener tú y Mauro? La gente siempre los verá como hermanos, incluso si no son de sangre. Nunca podrán escapar de esa sombra. Pero con Santiago, tendrás una vida respetable y sin complicaciones —dijo Estela, su voz era casi suplicante.
Ainara no respondió, al ver que no tenía sentido seguir hablando con la mujer que estaba delante de ella.
Estela, por su parte, intentó un último esfuerzo para apelar al corazón de Ainara, tratando de usar a sus hijos pequeños como argumento nuevamente.
—Ainara, piensa en tus hermanos pequeños. Ellos también son hermanos de Mauro. ¿Qué les vas a decir cuando crezcan? ¿Qué clase de ejemplo les estás dando? —insistió Estela, su voz se llenó de desesperación.
Ainara sintió una punzada de dolor al recordar a los pequeños que conoció en la cena. Sus caritas inocentes, su entusiasmo al conocer a sus hermanos mayores. Era una imagen tierna y dulce que había tocado su corazón.
Ainara no tenía las respuestas, sintiéndose atrapada entre sus propios sentimientos y las manipulaciones de su madre.
—Nuestro amor no es algo de lo que debamos avergonzarnos —dijo Ainara, tratando de mantenerse firme.
Estela, viendo que sus palabras no parecían surtir el efecto deseado, se volvió más incisiva.
—No puedes ser tan egoísta, Ainara. Dices que no lo eres, pero estás pensando solo en ti misma y en Mauro. Piensa en la familia, en la reputación, en el bienestar de todos nosotros. Casarte con Santiago es lo mejor para todos. Deja de jugar a la casa y acepta lo que es mejor para ti y para todos nosotros —dijo, su voz goteaba con insidia.
Ainara respiró hondo, intentando mantenerse firme frente a la manipulación de su madre. Sabía que Estela solo estaba pensando en su propia conveniencia y en la imagen de la supuesta familia.
—Mamá, no puedes controlar mi vida. No puedes decidir por mí. Nuestro amor es verdadero, y no vamos a renunciar a él solo porque tú no lo entiendes. Santiago no es la persona que amo, y no voy a casarme con él por conveniencia —dijo Ainara, con voz firme y decidida.
Estela, furiosa y sin saber qué más decir, se quedó en silencio por un momento. Finalmente, soltó un suspiro de frustración.
—Entonces no permitiré que sigas con esta relación —dijo Estela, con una voz llena de amenaza.
Con esas palabras, Ainara la miró con rencor, sus ojos brillaban de dolor.