Atracción prohibida. Un amor que rompe las reglas.

Un momento de felicidad.

Ainara entró en el apartamento con prisa, el corazón, latiéndole con fuerza por la amenaza de su madre. Pero al ver a Mauro de pie en la sala, su expresión cambió por completo. Él la miraba con intensidad, como si pudiera leer su mente y sus miedos.

—¿Estás bien, cariño? —preguntó Mauro, acercándose a ella y rodeándola con sus brazos.

Ainara suspiró, dejándose llevar por el calor de su cuerpo.

«No puedo perderlo» pensó para sí misma. Sin decir una palabra, se fundió en un apasionado beso con Mauro, su amor desbordando a raudales.

—No puedo vivir sin ti, Mauro —susurró Ainara entre besos, sus manos acariciando su espalda con ansias desesperadas.

Mauro la tomó entre sus brazos con firmeza, llevándola hacia la habitación.

«No permitiré que nos separen» pensó para sí mismo, abrazando con fuerza a Ainara.

En la habitación, se despojaron de sus ropas con urgencia, sus cuerpos ansiosos por el contacto del otro. Ainara gemía de placer mientras Mauro recorría cada centímetro de su piel con sus labios y sus manos.

—Te amo, Ainara —murmuró Mauro, su voz cargada de emoción y deseo.

—Y yo a ti, Mauro —respondió Ainara, sus ojos brillando con lágrimas de felicidad y pasión.

Ellos se unieron en un intenso y profundo acto de amor, sus almas fusionándose en un placer arrebatador y salvaje. En ese momento, no había amenazas ni obstáculos que pudieran separarlos. Su amor era más fuerte que cualquier adversidad, y se prometieron permanecer juntos, pase lo que pase.

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Mauro había notado la tensión acumulada en Ainara, la preocupación reflejada en sus ojos y la fatiga en su rostro, cuando ella llegó al apartamento la noche anterior. Así que decidió que necesitaban un respiro, algo para despejar la mente y relajar el cuerpo.

—Hey, amor. ¿Qué te parece si salimos a dar un paseo? —dijo Mauro con una sonrisa suave, acercándose a Ainara y tomando su mano.

Ainara lo miró, agradecida por su propuesta.

—Sí, me vendría bien salir un rato. Necesito despejarme —respondió Ainara, suspirando.

Mauro la llevó a un parque cercano, un lugar tranquilo y lleno de vegetación, con senderos serpenteantes y bancos acogedores. El aire fresco y el canto de los pájaros creaban una atmósfera relajante. Ubicado en el corazón de Barquisimeto, el parque era un oasis de paz en medio del bullicio de la ciudad.

—Aquí estamos, nuestro pequeño refugio —dijo Mauro, mirando alrededor y disfrutando del entorno.

Caminaron juntos, tomados de la mano, dejando que la tranquilidad del parque los envolviera. Ainara comenzó a relajarse, sintiendo cómo el estrés se desvanecía poco a poco.

—Gracias por traerme aquí, Mauro. Lo necesitaba —dijo Ainara, con una sonrisa.

—Lo sé, amor. Siempre sé cuando necesitas un respiro. Además, no hay mejor medicina que la naturaleza y un buen paseo —respondió Mauro, guiñándole un ojo.

Llegaron a un banco bajo un árbol frondoso y se sentaron, disfrutando del silencio compartido y de la compañía mutua. Ainara apoyó su cabeza en el hombro de Mauro, sintiendo una calma que no había sentido en días.

—Eres mi refugio en medio de la tormenta —susurró Ainara, cerrando los ojos y dejándose llevar por el momento.

—Y tú eres mi ancla y mi viento a la vez —respondió Mauro, acariciando suavemente su cabello.

Se quedaron así durante un tiempo, hablando de cosas triviales y riendo, dejando que el estrés se disolviera en la brisa suave del parque. Ainara se sentía revitalizada, con nuevas fuerzas para enfrentar cualquier desafío que se presentara.

—Sabes, podríamos hacer esto más seguido —dijo Ainara, mirándolo a los ojos.

—Definitivamente. Cualquier excusa para pasar más tiempo contigo es bienvenida —respondió Mauro, con una sonrisa.

El paseo había sido justo lo que necesitaban, una pausa en medio del caos, un recordatorio de que juntos podían enfrentar cualquier cosa. Ainara y Mauro se levantaron del banco y continuaron su caminata, sabiendo que, pase lo que pase, siempre se tendrían el uno al otro.

Mientras regresaban a su casa después del paseo por el parque, caminaban por las calles de Barquisimeto, disfrutando del ambiente fresco de la tarde. Decidieron tomar una ruta diferente, buscando algo más que los alejara del estrés del día.

De repente, se encontraron con un carrito de empanadas. El aroma tentador los hizo detenerse de inmediato.

—¡Empanadas! —exclamó Mauro, con los ojos iluminados—. No podemos ignorar eso.

Ainara rio, sintiéndose más ligera y relajada.

—Definitivamente no. Vamos a comprar algunas —dijo, acercándose al carrito.

—Epa, pana, dame cuatro empanadas, dos de carne, una de pabellón y una de queso —pidió Mauro, usando su mejor tono guaro.

El vendedor les entregó las empanadas, y ellos se sentaron en un banco cercano, disfrutando del delicioso aroma.

—Esto está de otro mundo —dijo Ainara, mordiendo una empanada de carne—. No hay nada como una buena empanada para alegrar el día.

—Te lo dije. Empanadas: la solución a todos los problemas —respondió Mauro, riendo.

—¿Deberíamos invitar a los muchachos? Aunque, a Alan solo le interesan las de Bianca… —comentó Ainara, con una sonrisa traviesa.

—Ja, ja, ja. Deberíamos. Pero creo que estaría más contento si se las prepara Bianca —respondió Mauro, guiñando un ojo.

Ainara rio con ganas, sintiéndose cada vez más relajada y feliz.

—Sabes, amor, estos momentos son los que más disfruto. Simplemente, estar juntos, riendo y disfrutando de las pequeñas cosas —dijo Ainara, con una sonrisa.

—Estoy completamente de acuerdo. Las pequeñas cosas son las que hacen la vida más feliz —respondió Mauro, dándole un beso en la mejilla.

Mientras caminaban de regreso a su apartamento, continuaron bromeando y disfrutando de las empanadas. Ainara y Mauro sabían que, a pesar de los desafíos y las tensiones, siempre tendrían estos momentos para recordarles lo mucho que se amaban y la fortaleza que compartían.




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