Estela entró en el despacho de Rodrigo con una expresión de furia contenida. Cerró la puerta detrás de ella y se dirigió a su esposo, que estaba sentado en su escritorio revisando unos documentos.
—Rodrigo, tenemos que hablar —dijo Estela, su voz temblaba de ira.
Rodrigo levantó la vista, con una expresión de aburrimiento.
—¿Qué pasa ahora, Estela? —respondió, sin mucho interés.
—Tu hijo tiene una relación pecaminosa con Ainara. ¡Esto es inaceptable! Debes hacer algo para impedir que eso afecte nuestros planes —exigió Estela, su voz se elevaba con cada palabra.
Rodrigo soltó un suspiro, claramente fastidiado por la conversación.
—¿De verdad, Estela? ¿Esto es lo que te preocupa ahora? —dijo, volviendo a mirar sus documentos.
Estela, al darse cuenta de que su esposo no estaba para nada sorprendido, frunció el ceño.
—¿Ya lo sabías? —preguntó, con incredulidad.
Rodrigo levantó una ceja y la miró con una mezcla de burla y desdén.
—¿Eres tonta, Estela? ¿Acaso no te fijaste en los anillos que ambos tenían el día de la cena? —respondió, con una sonrisa sarcástica.
Estela se quedó en silencio por un momento, procesando la información. La furia en su interior crecía aún más.
—¡Esto es inaceptable! No permitiré que sigan con esa relación. Haré lo que sea necesario para separarlos —dijo Estela, con voz firme.
Rodrigo se encogió de hombros, sin mostrar ningún interés en la situación.
—Haz lo que quieras, Estela. Pero no me molestes con tus dramas. Tengo cosas más importantes que hacer —respondió, volviendo a concentrarse en sus documentos.
Estela salió del despacho, sintiéndose impotente y furiosa. Sabía que tendría que encontrar una manera de manejar la situación por su cuenta, pues al parecer Rodrigo no tenía ninguna intención de ayudarla.
Estela se detuvo a mitad de camino, girando sobre sus talones y regresando al despacho del hombre, su furia no disminuía.
—¿Acaso no te importa eso, Rodrigo? ¿No te preocupa que Mauro no quiera casarse con Liliana? —espetó, con la esperanza de provocar alguna reacción.
Rodrigo soltó un suspiro de fastidio y levantó la vista de sus documentos.
—Mis planes están en marcha, Estela. Si Mauro quiere jugar con su hermana, que lo haga. No voy a gastar mi energía en esto —respondió, su tono era despreocupado.
Estela, cada vez más molesta por la indiferencia de Rodrigo, trató de encontrar otra manera de hacer que reaccionara.
Estaba segura de que su esposo está fascinado con la belleza de Ainara, pues sabía perfectamente que ya no la amaba, por lo que si se fijará en otra mujer, era algo posible.
—Siempre has sido un hombre de pocos escrúpulos, pero esto es inaudito —dijo Estela, su voz goteaba con desprecio.
Pero Rodrigo la ignoro.
—¿Sabes qué creo? Creo que estás enamorado de Ainara. Esa es la verdadera razón por la que no te importa lo que está pasando.
Rodrigo levantó una ceja, sorprendido por el ataque de la mujer, pero mantuvo la compostura.
—¿Enamorado de Ainara? No seas ridícula, Estela. Tu hija es solo una niña para estar de enamoramiento.
Estela con una sonrisa irónica, agregó llevando la paciencia del hombre al límite.
—Entonces, ¿No te importa que Mauro esté con Ainara? Parece que no te afecta en lo más mínimo, que se revuelquen en la misma cama, ya que juegan a la casa, apuesto a que lo hacen.
Rodrigo con un brillo desafiante en los ojos le respondió:
—¿Y por qué debería importarme? Si quisiera algo con esa muchachita, la tendría en mis manos sin ningún problema.
Estela se cruzó de brazos, tratando de ocultar su sorpresa.
—¿De verdad crees que podrías?
—No lo creas, Estela. Lo sé. Pero no te preocupes, tú siempre serás mi prioridad, eres mi esposa, así que deja los celos.
—¿Prioridad? ¿Así es como lo llamas? No soy una opción, Rodrigo. No soy alguien a quien puedas reemplazar tan fácilmente.
—Nunca dije que fueras reemplazable. Pero no olvides quién tiene el control aquí —dijo el hombre con una sonrisa fría.
—No subestimes lo que soy capaz de hacer, Rodrigo. No soy tan débil como pienses.
Rodrigo se encogió de hombros, sin mostrar ningún interés.
—Encárgate de tu hijo, de lo contrario no voy a responder por lo que pueda sucederle.
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Estela se encontraba en un elegante café en el centro de Barquisimeto, esperando a Santiago. Había pasado varios días desde su última conversación, y estaba decidida a trazar un plan para asegurar que Ainara se casara con él. Santiago llegó puntual, con su habitual sonrisa maliciosa.
—Estela, siempre es un placer verte —dijo Santiago, tomando asiento frente a ella.
—Santiago, gracias por venir. Tenemos mucho de qué hablar —respondió Estela, con una mirada seria.
Santiago levantó una ceja, intrigado.
—¿Qué tienes en mente? —preguntó, con una sonrisa que no auguraba nada bueno.
Estela se inclinó hacia adelante, bajando la voz para que nadie más pudiera escuchar.
—Es sobre mi hija. No podemos permitir que siga con Mauro. Tenías razón, mantienen una relación impura y debe terminar lo más pronto posible —dijo Estela, con determinación.
Santiago asintió, interesado en lo que Estela tenía que decir.
—Estoy de acuerdo. ¿Cuál es el plan? —preguntó, con una sonrisa satisfecha.
Estela esbozó una sonrisa calculadora.
—Primero, debemos crear una situación en la que Ainara se sienta obligada a…
Santiago asintió, su mente ya comenzaba a trazar los detalles, escuchando las ideas de la mujer.
—Eso suena interesante. ¿Y qué más? —preguntó, con una chispa de malicia en sus ojos.
—Luego, debemos asegurarnos de que Mauro esté fuera del camino. No, nos preocupamos tanto de eso, ya que el trabajo lo hará mi esposo, hará algo que lo mantenga alejado de Ainara el tiempo suficiente para que tú puedas conquistarla —continuó Estela.