Atracción prohibida. Un amor que rompe las reglas.

Plan ejecutado.

Los meses pasaban a la velocidad de la luz, dejando tras de sí un rastro de memorias borrosas y emociones intensas. Cada día se deslizaba rápidamente, lleno de retos y pequeñas victorias, mientras Ainara y Mauro seguían construyendo su vida juntos. En todo este tiempo, no habían tenido noticias de sus padres.

—¿Qué piensas, cariño? —preguntó Mauro, mientras le apartaba un mechón de cabello a su esposa.

—No te parece muy raro que no aparezcan por ahí —dijo Ainara, con una expresión pensativa.

Mauro entendía a lo que ella se refería.

—Lo sé, solo hay que estar precavidos ante cualquier cosa —respondió Mauro, con seriedad.

Ainara suspiró, sintiendo una mezcla de alivio y preocupación.

—Mi papá me comentó que una tal Liliana fue a buscarte —añadió Ainara.

Mauro rodó los ojos, recordando la última vez que había tenido que lidiar con Liliana.

—¡Qué mujer tan intensa! —dijo Mauro, con tono exasperado—. Parece que no entiende el significado de “no interesado”.

Ainara se rio.

—Bueno, que tal si le mandamos el espanto de la llorona —bromeó.

Mauro sonrió.

—O mejor, le decimos que la llorona se mudó a su barrio si sigue de entrometida —añadió Mauro, riendo.

Ainara se rio aún más, sintiéndose más relajada.

—O podemos decirle que la llorona busca a alguien “intenso” para compartir sus penas —añadió Ainara, con una sonrisa traviesa—. Quizás la pobre está despechada y no sabe con quién desahogarse.

Mauro fingió una expresión de horror.

—¡Pobre llorona! No sabe en lo que se metería —dijo, sacudiendo la cabeza.

Ambos rieron juntos.

—Gracias por hacerme reír, Mauro. Siempre sabes cómo levantarme el ánimo —dijo Ainara, con una sonrisa agradecida.

—Es mi especialidad, mi pelirroja. Si puedo hacerte reír, entonces el día ya vale la pena —respondió Mauro, dándole un beso en la mejilla.

Ainara lo miró con gratitud.

—Gracias por siempre estar a mi lado, Mauro. No sé qué haría sin ti —dijo, con voz suave.

—Siempre estaremos juntos, Ainara. Pase lo que pase, enfrentaremos todo como equipo —respondió Mauro, con determinación y besando suavemente su frente.

Mientras se abrazaban, ambos sabían que, aunque sus padres aún podrían estar tramando algo, el amor y la fortaleza que compartían les permitiría superar cualquier obstáculo. Juntos, eran invencibles.

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Mauro llegó al apartamento luego de una larga jornada, se bañó y adelanto algo de la cena, luego se sentó en el sofá con un libro en las manos, mientras esperaba a su esposa, pero no podía concentrarse en la lectura. Había algo en el aire, una sensación inquietante que no podía ignorar. Cerró el libro y se levantó, caminando de un lado a otro de la sala.

«¿Qué es esta sensación?», pensaba, sintiendo un nudo en el estómago. Era como si algo estuviera a punto de suceder, algo que no podía controlar.

Se acercó a la ventana y miró hacia afuera, tratando de encontrar alguna señal que explicara su inquietud. Pero todo parecía normal, la gente caminaba por la calle, los autos pasaban, y el sol brillaba en el cielo.

—¿Por qué me siento así? —murmuró para sí mismo, apretando los puños.

Mauro decidió llamar a Ainara, esperando que escuchar su voz lo tranquilizara, ya era raro que no llegara. Marcó su número, pero no obtuvo respuesta. Intentó de nuevo, pero el resultado fue el mismo.

—¿Dónde estás, Ainara? —dijo, sintiendo cómo la preocupación se apoderaba de él.

La sensación de inquietud se intensificaba con cada minuto que pasaba sin noticias de ella. Mauro sabía que algo no estaba bien, pero no podía identificar qué era.

—Debo encontrarla. No puedo quedarme aquí sin hacer nada —dijo, decidido a actuar.

Mauro salió del apartamento y se dirigió a la universidad, esperando encontrar alguna pista sobre el paradero de Ainara. Mientras caminaba, su mente estaba llena de pensamientos oscuros y preocupaciones.

«Por favor, Ainara, que estés bien. No puedo soportar la idea de que algo te haya pasado» pensaba, sintiendo cómo la desesperación se apoderaba de él.

Al llegar a la universidad, comenzó a preguntar a los profesores de Ainara si la habían visto. Pero nadie parecía tener información útil. La sensación de inquietud se convertía en una angustia palpable.

—No puedo rendirme. Debo seguir buscando, ¿dónde puedes estar? —se dijo a sí mismo, decidido a encontrar a Ainara.

Mauro sabía que no descansaría hasta tener noticias de Ainara. La conexión que compartían era tan fuerte que no podía ignorar su presentimiento. Estaba dispuesto a hacer todo lo necesario para encontrarla y asegurarse de que estuviera a salvo.

Andrés la empujó dentro y cerró la puerta con llave, dejándola atrapada en un pequeño cuarto, sus ojos llenos de pánico.
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Santiago había estado planeando esto durante semanas. Sabía que tenía que actuar rápido y con precisión para llevar a cabo su plan. Esa tarde, cuando Ainara salía de la universidad, la interceptó en el estacionamiento.

—Ainara, necesito hablar contigo —dijo Santiago, con una sonrisa que no alcanzaba sus ojos.

Ainara frunció el ceño, sintiendo una oleada de desconfianza.

—No tengo nada que hablar contigo, Santiago. Déjame en paz —respondió, intentando alejarse.

Pero Santiago no estaba dispuesto a dejarla ir. En un movimiento rápido, la agarró del brazo y la empujó hacia un auto estacionado cerca.

—¡Santiago, suéltame! —gritó Ainara, luchando por liberarse.

—Lo siento, Ainara, pero esto es por tu propio bien —dijo Santiago, con una voz fría y calculadora.

Antes de que Ainara pudiera reaccionar, Santiago la empujó dentro del auto y cerró la puerta. Ainara intentó abrirla, pero las puertas estaban bloqueadas. Santiago se subió al asiento del conductor y arrancó el auto, conduciendo rápidamente fuera del estacionamiento.

Ainara golpeó las ventanas y gritó, pero nadie parecía escucharla. La desesperación se apoderaba de ella mientras el auto se alejaba de la universidad y se adentraba en caminos menos transitados.




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