Ainara despertó en una habitación desconocida, su corazón latía con fuerza y sus manos temblaban mientras intentaba abrir la puerta. La perilla no se movía; estaba trancada. Se dio cuenta de que estaba atrapada.
—¡Ayuda! ¡Alguien, por favor! —gritó Ainara, su voz resonaba en la habitación.
Se acercó a la ventana y la golpeó con fuerza, esperando que alguien la escuchara. Pero los cristales eran gruesos, y no había ninguna señal de vida fuera.
—¡Por favor, alguien! —gritó de nuevo, su voz se quebraba por el miedo y la desesperación.
Ainara recorrió la habitación con la mirada, buscando cualquier cosa que pudiera ayudarla a escapar. La habitación estaba escasamente amueblada, con una cama, una mesa, una lámpara y una silla. Se dirigió a la mesa y revisó los cajones, pero solo encontró hojas de papel en blanco y un bolígrafo.
Volvió a la puerta y golpeó con todas sus fuerzas, tratando de derribarla.
—¡Santiago, sé que estás ahí! ¡Déjame salir! —gritó, con la esperanza de que él la escuchara.
El eco de su voz resonaba en la habitación, pero no hubo respuesta. Ainara sintió cómo la desesperación se apoderaba de ella, pero no estaba dispuesta a rendirse.
—¡Santiago, déjame ir! ¡Ojalá que todos los espantos del llano, te aparezcan por haberme secuestrado, maldito! —maldijo, su voz llena de furia y frustración.
El silencio de la habitación era ensordecedor. Ainara sentía cómo la desesperación se apoderaba de ella, pero no estaba dispuesta a rendirse. Se sentó en el suelo, tratando de calmarse y pensar en una solución.
—¡Ojalá que te persigan también todos los espantos de este mundo y del otro! —maldijo de nuevo.
«No puedo quedarme aquí sin hacer nada. Debo encontrar una manera de salir de este lugar» pensó, mientras su mente buscaba desesperadamente una salida.
—Debo mantener la calma. Mauro vendrá por mí. Lo sé —se dijo a sí misma, intentando infundirse valor.
Ainara sabía que tenía que encontrar una manera de salir de esa habitación. No iba a dejar que Santiago se saliera con la suya. Con determinación, se levantó y comenzó a buscar cualquier cosa que pudiera usar para liberar la puerta o llamar la atención de alguien que pudiera ayudarla.
Tomó la lámpara de mesa y la levantó, golpeando la puerta con todas sus fuerzas, pero la madera era demasiado resistente.
—¡Maldita sea! —gritó, sintiendo cómo la frustración aumentaba.
Ainara se sentó de nuevo en el suelo, respirando profundamente para calmarse.
«Mauro vendrá por mí. Lo sé. Debo mantener la calma y estar lista cuando llegue el momento» se dijo a sí misma, tratando de infundirse valor.
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Mauro estaba en su apartamento, caminando de un lado a otro, su mente era un torbellino de pensamientos y emociones. Habían pasado horas desde que Ainara desapareció, y cada minuto que pasaba sin noticias de ella aumentaba su desesperación.
—¿Dónde estás, Ainara? —murmuró, su voz llena de angustia.
Había llamado a todos sus amigos y familiares, pero nadie sabía nada. Incluso había ido a la universidad, pero nadie la había visto desde que salió del campus.
—Esto no puede estar pasando —dijo Mauro, apretando los puños con frustración.
Mauro tomó su celular y llamó a su amigo.
—Alan, ¿viste a Ainara salir de la universidad hoy? —preguntó Mauro, su voz estaba cargada de ansiedad.
Alan, que había estado repasando notas en su apartamento, se puso serio al escuchar la voz de su amigo.
—Sí, después de clase, la vi tomar el camino de siempre hacia su casa —respondió Alan, sintiendo un nudo en el estómago.
—No está aquí en casa, Alan. Algo anda mal. No responde a mis llamadas ni mensajes —dijo Mauro, con desesperación en su voz.
Alan sintió la urgencia en las palabras de Mauro y decidió actuar de inmediato.
—Tranquilo, Mauro. Vamos a encontrarla. Pediré ayuda a mi tío, trabaja en el CICPC. Él podrá ayudarnos —dijo Alan, con determinación.
Mauro sintió una chispa de esperanza.
—Gracias, Alan —respondió, su voz aún temblaba.
Alan se apresuró a llamar a su tío, explicándole la situación. Minutos después, recibieron una llamada de vuelta.
—Mi tío dice que pueden comenzar a rastrear su teléfono y verificar las cámaras de seguridad en el camino a casa. Me reuniré con él en la estación y te mantendré informado —dijo Alan.
Mauro asintió, sintiéndose un poco más tranquilo.
—Gracias, Alan. No puedo perderla. Ainara es todo para mí —dijo, con voz quebrada.
—Lo sé, Mauro. No vamos a perderla. Haremos todo lo posible para traerla de vuelta —respondió Alan, con firmeza.
Mauro colgó y se quedó mirando el teléfono, sintiendo una mezcla de desesperación y esperanza.
«Ainara, resiste. Te encontraré, pase lo que pase» pensó, mientras esperaba noticias de Alan.
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Francisco, con el corazón acelerado y una expresión de furia contenida, se dirigió a la casa de Estela y Rodrigo. No podía soportar la incertidumbre ni un minuto más. Golpeó la puerta con fuerza, tantas veces que no le importaba si hacía un escándalo. Estela al abrir lo miro sorprendida, ya que para entrar en la urbanización las personas tenían que estar previamente anunciadas por el propietario.
—¿Dónde está Ainara? —exigió Francisco, sin perder tiempo en cortesías.
Rodrigo, que estaba en la sala, levantó la vista y su expresión mostró una genuina sorpresa.
—¿De qué estás hablando, Francisco? No sabemos nada de Ainara —respondió Estela, su voz sonaba demasiado calmada, lo que solo aumentó las sospechas de Francisco.
—No me mientas, Estela. Sé que tienes algo que ver con esto. ¡DIME DONDE ESTÁ MI HIJA! —gritó Francisco, su voz temblaba de ira.
Estela mantuvo su postura, negando con la cabeza.
—Te digo la verdad, Francisco. No sé nada. No hemos visto a Ainara —insistió, aunque había un destello de nerviosismo en sus ojos—. Tengo meses que no la veo, ya que ella se ha negado.