María llegó al apartamento de su hijo con el corazón apretado de preocupación. Desde que Ainara había desaparecido, sabía que Mauro estaba al borde del colapso. Apenas tocó la puerta, Mauro la abrió y, al verla, se lanzó a sus brazos.
—Mamá… —sollozó Mauro, incapaz de contener las lágrimas.
María lo abrazó con fuerza, sintiendo cada temblor en el cuerpo de su hijo.
—Estoy aquí, hijo. Estoy aquí —dijo María, con voz suave, acariciando su cabello.
Mauro dejó que las emociones lo abrumaran. Lloraba con una desesperación que nunca había sentido antes, su mente estaba llena de imágenes de Ainara, sola y asustada.
—No puedo más, mamá. No puedo soportar, no saber dónde está. Tengo miedo… tanto miedo de que le haya pasado algo —dijo Mauro, con la voz entrecortada por el llanto.
María sintió su propio corazón romperse al ver el dolor de su hijo. Sabía que las palabras no serían suficientes, pero aun así, intentó consolarlo.
—La encontraremos, Mauro. No permitiremos que le pase algo —dijo María, con firmeza.
Mauro asintió, aunque las lágrimas seguían cayendo por su rostro.
—Es tan difícil, mamá. No puedo soportarlo.
—Tienes que ser fuerte hijo, por ella.
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Rodrigo había pasado los últimos días notando la tensión en el ambiente y la ausencia inexplicable de Ainara. Finalmente, la inquietud se volvió insoportable, y decidió enfrentar a Estela. Entró en el despacho donde ella estaba, su expresión era dura y determinada.
—Estela, necesito saber dónde está Ainara —dijo Rodrigo, sin rodeos.
Estela levantó la vista de sus papeles, tratando de mantener la compostura.
—¿Por qué me preguntas eso? No tengo idea de dónde podría estar —respondió, con voz tranquila.
Rodrigo no estaba dispuesto a aceptar evasivas.
—No me mientas, Estela. He notado tu comportamiento extraño estos últimos días. Dime la verdad, ¿qué has hecho con Ainara? —insistió, su voz era firme.
Estela apretó los labios, manteniendo su fachada.
—Te digo la verdad, Rodrigo. No sé dónde está. No tengo nada que ver con su desaparición —dijo, tratando de ocultar los nervios que sentía.
Rodrigo la miró con una mezcla de incredulidad y furia.
—Estela, sé que estás mintiendo. Puedo verlo en tu cara. ¿Qué estás tratando de ocultar? —preguntó, dando un paso hacia ella.
Estela se levantó de su silla, enfrentándolo con una mirada desafiante.
—No tengo que decirte nada, Rodrigo. No tengo que justificarme ante ti. Y te advierto que no sigas con esto —dijo, su voz era un susurro amenazante.
Rodrigo apretó los puños, sintiendo cómo la rabia aumentaba.
—Estela, si descubro que tienes algo que ver con la desaparición de Ainara, la pagarás si arruinas mis planes. No descansaré hasta que la encuentre —dijo, con voz baja y peligrosa.
Estela sostuvo su mirada por un momento antes de desviar la vista, sin responder. Rodrigo supo que no iba a obtener más información de ella en ese momento, pero su determinación no flaqueó.
—Esto no ha terminado, Estela. Encontraré a Ainara, y si descubro que tienes algo que ver, no habrá lugar en el mundo donde puedas esconderte —advirtió, antes de salir del despacho.
Mientras se alejaba, Rodrigo sentía una mezcla de frustración y determinación. Sabía que Estela estaba involucrada de alguna manera, pero necesitaba pruebas.
Estela suspiro y murmuro para sí misma.
—No la encontrarás, porque no te daré el placer que la tengas en tu cama, primero muerta a que me cambies por esa estúpida.
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La puerta de la habitación donde estaba Ainara se abrió de golpe y Estela entró con una expresión de determinación en su rostro.
—¡Estela! —dijo Ainara sin fuerzas.
—Mamá, no se te olvide —corrigió Estela con una sonrisa fría. Luego, giró hacia los guardaespaldas que estaban detrás de ella—. Agárrenla.
Ainara trató de resistirse, pero los guardaespaldas la sujetaron con fuerza y la arrastraron fuera de la habitación.
—¡Déjenme! —gritó Ainara, luchando contra el agarre de los hombres.
La llevaron a otra habitación, una más grande y menos acogedora. Estela la siguió, observando cada movimiento con una mirada de fría resolución.
—Esto es para tu bien, Ainara. Debes entender que este amor que sientes por Mauro es pecaminoso.
Ella había preparado todo meticulosamente. La habitación estaba llena de velas encendidas, incienso y símbolos extraños dibujados en el suelo. Ainara fue sentada en una silla en el centro de la habitación, sus manos atadas a los reposabrazos. Su mirada era una mezcla de furia y desesperación.
—Mamá, esto es ridículo. No puedes hacerme pasar por esto —dijo Ainara, su voz temblaba de indignación.
Estela, con una expresión de determinación en su rostro, ignoró las palabras de su hija y comenzó a recitar unas palabras en un idioma antiguo. Sostenía un cuenco con agua y hierbas, y lo rociaba alrededor de Ainara.
—Este ritual es necesario para eliminar la inmundicia de tu relación con Mauro. Debemos purificar tu alma y liberarte de esta abominación —dijo Estela, con voz firme.
Ainara apretó los dientes, sintiendo cómo la desesperación se apoderaba de ella.
—Esto no tiene sentido, mamá. No puedes purificar algo que no está sucio. Nuestro amor no es una abominación —respondió Ainara, tratando de mantener la calma.
Estela continuó con el ritual, ignorando las palabras de su hija. Tomó un ramo de hierbas y lo pasó por encima de la cabeza de Ainara, murmurando palabras de “purificación”.
—Debes entender, Ainara, que debemos eliminar cualquier rastro de esa relación impura, para que Dios bendiga tu unión con Santiago —dijo Estela, con voz autoritaria.
Ainara sintió cómo las lágrimas comenzaban a llenar sus ojos, pero se negó a ceder.
—No puedes controlarme de esta manera. No puedes decidir sobre mi vida y mi amor —dijo Ainara, con voz quebrada.