Mauro no había descansado ni un momento desde la desaparición de Ainara. Cada segundo que pasaba sin saber de ella aumentaba su desesperación. Después de días de búsqueda y de seguir pistas, finalmente habían conseguido información.
—Mauro, creo que tenemos una pista sólida. Un amigo mío que trabaja en transporte de cargas vio a Ainara siendo llevada fuera de la ciudad —dijo Alan, su voz reflejaba urgencia.
—Vamos, no podemos perder tiempo.
Mauro, con el corazón a mil por hora, había seguido todas las pistas que le había dado Alan y no podía esperar a que los policías actuaran. Camila y Alan, su inseparable equipo, estaban a su lado, listos para lo que fuera necesario.
—¿Estás seguro de esto, Mauro? —preguntó Alan, mientras manejaban a toda velocidad por la carretera—. Mi tío dijo que llegarán pronto.
—Sí, no puedo esperar más. Ainara me necesita —respondió Mauro, su voz temblaba de determinación.
Camila, sentada en el asiento trasero, los animaba a seguir adelante.
—Vamos a rescatarla, eso es lo que importa —dijo, con firmeza.
El trayecto fue largo y tenso, pero su mente estaba enfocada en una sola cosa: traer de vuelta a Ainara. Al llegar al edificio en las afueras de la ciudad, Mauro estacionó el auto y los tres salieron rápidamente.
Primero observaron con cautela el edificio. Esperaron el momento adecuado y luego se dirigieron a la entrada, usando las habilidades de sigilo que había aprendido en su adolescencia.
Con una señal, Mauro indicó que debían moverse con sigilo. Sabían que el tiempo era crucial.
Al entrar en el edificio, se encontraron con un par de guardias que custodiaban la entrada. Camila y Alan, coordinados, los neutralizaron rápidamente, permitiendo a Mauro avanzar.
Subieron las escaleras hasta llegar a la habitación donde Ainara estaba retenida. Mauro, con el corazón en la garganta, aprovecho un momento de distracción, se lanzó hacia el vigilante, lo desarmó y lo dejó inconsciente en el suelo. Tomó las llaves del guardia y abrió la puerta con cuidado.
—¡Ainara! —gritó, buscando desesperadamente a su esposa.
Ainara, atada a una silla en medio de la habitación, levantó la cabeza al escuchar su voz.
—¡Mauro! —exclamó, con lágrimas de alivio en los ojos.
Mauro corrió hacia ella, desatando las cuerdas con manos temblorosas.
—Estoy aquí, Ainara. Vamos a sacarte de aquí —dijo, abrazándola con fuerza.
Alan y Camila mantuvieron la puerta vigilada, asegurándose de que nadie los interrumpiera.
—Gracias por venir por mí, Mauro. Sabía que vendrías —dijo Ainara, su voz era un susurro lleno de emoción.
—Nunca dejaría que te quedaras sola en esto. Vamos a estar bien, juntos —respondió Mauro, besando suavemente su frente.
Mientras salían del edificio, Ainara se aferraba a Mauro, sintiendo una mezcla de alivio y gratitud. Su cuerpo estaba débil, así que no podía caminar con tanta rapidez.
—Te amo, Mauro. Gracias por ser mi héroe —dijo Ainara, mirándolo a los ojos.
—Y yo a ti, Ainara. Eres mi todo, y nunca dejaré que nada ni nadie nos separe —respondió Mauro, con voz firme.
De regreso, el ambiente en el auto estaba lleno de alivio y esperanza. Ainara y Mauro, junto con Camila y Alan, sentían una nueva fuerza tras la angustia vivida. Mientras manejaban por la carretera Lara-Zulia, el cansancio comenzaba a hacer mella.
—Gracias a todos por ayudarme a rescatar a Ainara —dijo Mauro, con gratitud en su voz.
—No hay de qué. Somos una familia, estamos juntos en esto —respondió Alan, desde el asiento del copiloto.
Camila sonrió desde el asiento del piloto, mientras Ainara apoyaba su cabeza en el hombro de Mauro, sintiéndose finalmente a salvo.
—Lo importante es que estamos todos bien y juntos —dijo Camila, con una sonrisa tranquilizadora.
De repente, un sonido estridente irrumpió en la tranquilidad del viaje. Una llanta reventó, haciendo que el auto perdiera el control.
—¡Cuidado! —gritó Alan, tratando de mantener la calma.
Camila intentó controlar el volante, pero el auto se desvió peligrosamente hacia un lado de la carretera. El vehículo se salió del camino y rodó varias veces antes de detenerse en una zanja al costado bruscamente.
El silencio que siguió fue ensordecedor. El polvo flotaba en el aire, y el auto estaba volcado, con los ocupantes atrapados en su interior. Ainara, aturdida y con un dolor agudo en la cabeza, trató de moverse, pero el cinturón de seguridad la mantenía en su lugar.
—Mauro… ¿Estás bien? —murmuró, su voz temblaba.
Mauro, con la visión nublada y un dolor en el costado, trató de girar hacia Ainara.
—Sí, estoy aquí, mi princesa. No te preocupes, vamos a salir de esta —dijo Mauro, con dificultad.
Camila y Alan también empezaban a moverse, aturdidos pero conscientes.
—¿Todos están bien? —preguntó Alan, con voz ronca.
—Creo que sí… pero necesitamos salir de aquí —respondió Camila, tratando de desabrochar su cinturón de seguridad.
El suspenso se apoderaba del momento mientras intentaban liberarse del auto volcado.
Ainara, atrapada en el asiento trasero, sintió un dolor agudo en la cabeza antes de que todo se volviera negro. Quedó inconsciente, su cuerpo inerte en el asiento.
Mauro, con la visión borrosa y el corazón acelerado, trataba de moverse, pero el dolor en su costado lo mantenía en su lugar. Miró a su alrededor, viendo a Camila y Alan a pesar de estar heridos, seguían conscientes.
—¡Ainara! —gritó Mauro, su voz llena de desesperación al ver que no se movía.
Camila, con un corte en la frente, se giró hacia Mauro.
—Está inconsciente, Mauro. Tenemos que sacarla de aquí —dijo, tratando de mantener la calma.
Alan, con un brazo lastimado, logró desabrochar su cinturón de seguridad y se giró hacia Ainara.
—Mauro, necesitas ayuda para salir. Debemos sacarla antes de que sea demasiado tarde —dijo Alan, con voz firme.