Atracción prohibida. Un amor que rompe las reglas.

Epílogo.

Después de lo que pareció una eternidad, Ainara comenzó a abrir los ojos lentamente. La luz era suave, pero al principio, le resultaba casi cegadora. Parpadeó varias veces, intentando enfocar su vista. Una voz amorosa y cálida llenó el aire, llamándola suavemente.

—Ainara… —dijo la voz, llena de ternura.

Ainara, aún algo desorientada, sonrió al escuchar esa voz. Aunque no podía ver claramente, sentía una inmensa tranquilidad al saber que no estaba sola.

—¿Qué… qué pasó? —preguntó Ainara, su voz era apenas un susurro.

La voz respondió con calma y amor.

—Amor, tuviste un accidente, pero estoy aquí. Todo va a estar bien —dijo, infundiéndole calma.

Ainara, aún confundida, intentó recordar, pero su mente estaba en blanco. La voz continuaba hablándole con suavidad.

—No te preocupes ahora. Solo necesitas descansar y recuperarte —dijo, acariciando suavemente su mano.

La persona que estaba a su lado se levantó, ajustando las mantas alrededor de Ainara con cuidado antes de salir de la habitación. Afuera, una mujer esperaba ansiosamente, con el rostro lleno de preocupación.

—¿Cómo está? —preguntó la mujer, su voz estaba impregnada de ansiedad.

La persona que había estado con Ainara salió al pasillo y le respondió con una sonrisa que reflejaba alivio y esperanza.

—Ya despertó —dijo Santiago, dejando entrever un atisbo de emoción en su voz.

La mujer dejó escapar un suspiro de alivio, sintiendo que, al menos por ahora, la situación había dado un pequeño, pero significativo giro hacia sus planes.

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Días después de haber despertado, Ainara aún luchaba con la confusión y el vacío en su memoria. Cada día, Santiago estaba allí, siempre con una sonrisa y un acto de “amabilidad”. La habitación se había vuelto familiar, pero su mente seguía sin recordar.

Una mañana, Santiago entró en la habitación con el mismo aire de cariño y preocupación.

—Buenos días, mi amor, ¿Cómo te sientes hoy? —preguntó, con una voz suave.

Ainara, aún un poco débil, lo miró con ojos vacilantes.

—Todavía no recuerdo mucho… —murmuró—. ¿Puedes decirme otra vez qué pasó?

Santiago se acercó a la cama, tomando asiento a su lado.

—Amor, tuviste un accidente. Pero estás a salvo ahora, y estoy aquí para cuidarte —dijo, tomando su mano con una ternura calculada.

Ainara intentó sonreír, pero algo en su interior no encajaba. Había una sensación persistente de que algo estaba mal.

—¿Por qué no recuerdo nada? —preguntó, con la voz temblorosa.

—El médico dice que poco a poco vas a recuperar tus recuerdos.

Santiago sacó el acta de matrimonio de la mesa de noche y se lo mostró una vez más.

—Eres mi esposa, Ainara. Estamos casados. Solo necesitas tiempo para recordar —dijo, mostrando el documento.

Ainara lo miró, tratando de buscar algo en su mente, pero seguía sin reconocerlo.

—No… no siento nada —dijo, con lágrimas en los ojos.

Santiago intentó acercarse más, buscando darle un beso en los labios, pero Ainara se apartó instintivamente, su cuerpo reaccionaba con rechazo.

—No, por favor… no me toques —dijo Ainara, con miedo en sus ojos.

Santiago se detuvo, su sonrisa se desvaneció por un momento, pero rápidamente recuperó la compostura.

—Está bien, Ainara. No te preocupes. Solo necesitas tiempo para recordar. Estoy aquí para ayudarte —dijo, tratando de sonar comprensivo.

Santiago salió de la habitación, dejando a Ainara sola con sus pensamientos. Afuera, una mujer esperaba ansiosamente como todos los días.

—¿Cómo está? —preguntó la mujer, su voz estaba impregnada de ansiedad.

Santiago la miró con una expresión calculadora.

—Está recuperándose, pero aún no recuerda mucho —dijo, dejando entrever un atisbo de emoción en su voz.

—¿Crees que recordará? —preguntó la mujer, dudosa.

—No lo sé, según el doctor, dice que la probabilidad es de 50 y 50.

—Bien, ahora haz tu parte, que se enamore de ti locamente.

Mientras Santiago y la mujer esperaban fuera de la habitación, Ainara intentaba procesar todo lo que le habían dicho. Nada de lo que veía o escuchaba le resultaba familiar, y aunque Santiago insistía en que era su esposo, ella no sentía ninguna conexión con él.

Al cabo de un rato, Santiago decidió volver a entrar en la habitación, decidido a ser paciente con Ainara.

—¿Cómo te sientes ahora? —preguntó con suavidad.

Ainara lo miró, su mente seguía llena de confusión.

—Aún no entiendo nada. No recuerdo nada —respondió, su voz temblaba.

Santiago se sentó a su lado, tratando de parecer reconfortante.

—No te preocupes, Ainara. Los recuerdos volverán poco a poco. Estoy aquí para ayudarte en cada paso del camino —dijo, intentando tomar su mano.

Ainara retiró su mano instintivamente, sintiendo una incomodidad que no podía explicar.

—Por favor… dame un poco de espacio —dijo, su voz era un susurro.

Santiago asintió, aunque su expresión mostraba frustración.

—Claro, te daré todo el tiempo que necesites —dijo, levantándose y saliendo de la habitación.

Ainara observó cómo se iba, su mente era un torbellino de pensamientos y emociones. Sentía que algo no estaba bien, pero no sabía cómo explicarlo.

Afuera, Santiago se encontró con la mujer que lo esperaba ansiosamente.

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En la tercera y última entrega de esta trilogía, “Atracción Fatal: Un amor capaz de desafiar hasta la muerte”, Ainara despierta de un coma prolongado en un mundo que le resulta desconocido y lleno de sombras del pasado. Con su memoria fragmentada y enfrentándose a una realidad que no entiende, se ve envuelta en una red de engaños donde Santiago, el hombre que afirma ser su esposo, manipula su entorno y emociones.

Mientras tanto, Mauro, desesperado por encontrar a Ainara y recuperar su vida juntos, no descansará hasta desentrañar la verdad y enfrentar a aquellos que han conspirado contra ellos. En medio de este caos, antiguos enemigos resurgen y alianzas inesperadas se forman, poniendo a prueba la fuerza y la resiliencia de su amor.




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