Michael Owl era un viejo mago, brujo, como quisieran llamarle. La magia era lo suyo.
Quinientos años. Una de las magias más poderosas dentro de él. Y era inútil. Era un completo inútil en lo único que realmente le importaba.
Robert.
Robert Owl. Su hermano. Muerto el siglo anterior luego de que los simples humanos lo encontraran culpable de asesinato. Un asesino en serie. Un psicópata que asesinaba parejas sin razón aparente.
Robert no era culpable. Él no fue un asesino.
No lo fue.
Michael hizo hasta lo imposible por salvar a su hermano. Influenció a uno de los mejores licenciados en derecho, o su equivalente en aquel tiempo, al juez encargado del caso, pero fue como si una fuerza mayor a la suya cortara todos sus intentos por cambiar el destino de su hermano.
Condenado a muerte.
Robert Owl, uno de los brujos más poderosos, fue condenado a muerte por los humanos. Murió en manos mundanas. Por un maldito error.
Michael lloró su muerte y odió a los humanos. Consideró, lo avergonzaba admitirlo, la necromancia. Traer de vuelta a su hermano. Él podía hacerlo, antes de morir, Robert le cedió su magia. Ahora él era más poderoso y aun así nunca consiguió regresarlo, recuperar lo único que tenía.
Hacía algunas décadas, tal vez dos o algo así, había decidido darse por vencido por fin. Era mejor liberar la magia de su hermano, soltarlo, dejarlo descansar en paz. Pero entonces algo cambió. Un día la esperanza volvió.
Iba caminando por una simple plaza mundana, disfrazado con glamour para que no lo vieran -sus ojos grises, casi plateados siempre llamaban la atención- o molestaran. Fue así que lo escuchó la primera vez:
<<—Hay una vieja historia, Alex. Era un hombre talentoso, sus manos parecían mágicas, muchos dicen que era un brujo -la mujer se había encogido de hombros, con una sonrisa que provocó pequeñas arrugas en las esquinas de sus ojos, unos profundos ojos azules como los del niño a su lado-. ¿Quién podría saberlo?
—¿Crees en los brujos, mami? -la vocecita chillona del niño se escuchó.
Michael se rió, dispuesto a seguir su camino. Odiaba las historias tontas que los humanos contaban sobre los suyos. Simples mentiras.
Pero entonces el niño giró su rostro, sus profundos ojos azules se clavaron en él. Mirándolo fijamente. ¿El niño lo escuchó?
Eso hizo que se sentara en la misma banca que ellos. Su curiosidad picada. El niño, Alex, le sonrió antes de volver su atención a su madre.
—…¿quién sabe que tanto hay en el mundo que no sabemos, Alex? El mundo, el universo, es infinito. Nunca dudes de nada ni seas cerrado de mente, no te pongas límites tú mismo.
El pequeño, de tal vez cuatro años, asintió muy serio. Aunque Michael dudaba que realmente entendieran el significado y valor de las palabras de su madre.
—Este hombre del que te habló fue un artista famoso. Dibujaba como una réplica exacta. Plasmaba todo a la perfección. Dicen que cuando retratas a alguien, así como con las fotografías, atrapas el alma de la persona. Que puedes regresar muertos a la vida. Dicen que este hombre era cruel, que tomaba el alma de las personas al dibujarlas -la mujer fue haciendo su voz más tenebrosa y se acercó al niño que terminó casi sobre Michael-. Dicen que tenía todas esas almas en su poder y las usaba para ser invencible -con eso último comenzó a hacer cosquillas al niño, que se retorció, golpeando a Michael en el proceso.
Michael quería saber más de esa historia. ¿Sería real? ¿Sería posible?
Pero el teléfono de la mujer sonó. —Es papá. Nos está esperando en la esquina. Vamos -se puso de pie y tendió su mano a su hijo.
El niño sonrió y agitó su manita hacia Michael. Lo alcanzó a escuchar decir: —Yo seré el mejor, mami. ¡Haré muchos dibujos muy buenos y atraparé almas!
La mujer sólo se rió.>>
Michael no pudo olvidar esa historia. Esa conversación. Los ojos del niño. La posibilidad.
Los vigiló durante las próximas semanas. Y entonces ocurrió. La pareja fue asesinada. La mujer y su esposo. Muertos. Ya nunca sabría más de esa historia.
No supo por qué lo hizo, pero Michael había ido al cementerio, se acercó al niño que ahora estaba apagado, no sonrisas ni luz en sus ojos. Él se agachó a su altura. —Lo siento mucho.
Los ojos del niño se encontraron con los suyos. Pareció no reconocerlo. —Cuando sea grande -le dijo- seré un gran dibujante. Voy a dibujar al hombre malo y atrapar su alma. Y voy a dibujar a papi y mami y volverán conmigo. Un día, cuando sea grande.
Michael no pudo alejarse del niño. Algo lo hizo cuidarlo todos esos años siguientes. Lo vio crecer, recuperar un poco el brillo de su mirada, vio su primer retrato y sonrió orgulloso. Lo vio convertirse en un hombre apuesto y talentoso.
Estaba por irse de la ciudad, y de la vida de Alex, cuando sucedió por primera vez. El niño era ahora el encargado de retratar asesinos. “Retratos hablados” decían los humanos. Su pequeño Alejandro dibujó a un asesino de una pequeña de cinco años, tan furioso que la punta de sus lápices se rompió varias veces, pero con tanto empeño que lo hizo excelente.