Theo Richard, con su cuerpo musculoso y su perfecto cabello rubio ya estaba apoyado en la mesa de interrogatorios, claramente más amistoso de lo que debería con el testigo.
El testigo, Joan Sanders, según el informe que Alejandro leyó rápidamente antes de entrar a la sala, era un hombre común y corriente. Nada en él destacaba. Aunque estaba sentado, no parecía demasiado alto ni fornido, y su rostro no era lo que él consideraría atractivo de dibujar.
No así sus palabras.
Alejandro se aclaró la garganta y cerró ruidosamente la puerta. Richard y el señor Sanders dieron un salto en sus lugares. Ambos se pusieron de pie.
—Richard -Alejandro saludó con una inclinación de cabeza. El aludido señaló al hombre frente a él, que extendió su mano. Él la tomó mientras su compañero los presentaba.
—El agente Stevens, de Retratos hablados. Y el señor Joan Sanders, testigo principal, él fue quien encontró los cadáveres.
Alejandro les indicó que podían sentarse mientras sacaba su bloc de dibujo y su cuaderno de notas. Aunque su trabajo era sólo dibujar, le gustaba estar informado, muchas veces había contribuido a encontrar a los asesinos.
El señor Sanders empezó a hablar: —Iba saliendo de un…eh… -se mordió los labios y evitó la mirada del agente Richard-, …del hotel Royal, cuando escuché ruidos en el callejón que está cerca. No iba a parar porque ya era muy de noche y la calle estaba solitaria, pero fue como si algo me atrajera. No puedo explicarlo. Y entonces lo vi, iba saliendo del callejón, no tuve mucho tiempo de verlo, pero la luz del farol iluminó su rostro.
Y ese era el momento que Alejandro había estado esperando. Casi podría haberlo hecho con los ojos cerrados.
Si fuera una persona “normal”, Alejandro lo habría notado mientras sus dedos llevaban a la vida las palabras del testigo. Pero, como ya dije, él se perdía en su propio mundo mientras dibujaba.
El dibujo, de momento, no tenía color -eso lo hacía Alejandro sólo para él, para perfeccionar los retratos-, pero no hacía falta. Cuando parpadeó de nuevo a la realidad casi podía verlo, se sentía como si pudiera tocarlo. Su estómago se revolvió y su garganta se cerró mientras veía el dibujo recién hecho, cerró sus ojos mientras aferraba el lápiz entre sus dedos, y recordaba sus sueños y el guiño de aquel ojo de plata.
Se sentía como si algo presionara su corazón, como si alguien estuviera viéndolo ahora mismo. Aferró su mano libre a la mesa. Sintió la mano fuerte de Richard. —¿Te sientes bien, Stevens?
Su voz sonaba tan lejana. Pero se obligó a respirar, abrir los ojos, y volver a la realidad. La mente humana era un misterio. Tenía que haber una explicación lógica. Dicen que dormidos viajamos en el tiempo, tal vez él soñó a un asesino que iba a conocer en el futuro y, con surte, atraparlo. O, al menos, atrapar su sucia alma en papel.
—Bien -su voz sonaba rara, incluso él lo notaba-, no desayuné y fue un mareo. Eso es todo. ¿Recuerda algo más, señor Sanders? Cualquier detalle, del lugar, o del hombre.
El señor Sanders negó. Prometió volver o llamar si recordaba cualquier cosa. Alejandro no se perdió cómo Richard le dio su tarjeta personal y la acompañaba a la salida.
Alejandro negó con una risita cuando volvió con una sonrisa torcida. —No puedes salir con un testigo.
—¿Quién habló de salir?
Alejandro rió otro poco. —Eres horrible.
—¿Por eso no sales conmigo?
Alejandro ni se inmutó. —Eso y que soy heterosexual.
Richard resopló. —Es porque no has conocido al indicado -al instante se puso serio y señaló el bloc-. ¿Lo conoces? Por tu reacción parecía que sí. ¿El indicado, tal vez?
Eso provocó una carcajada de Alejandro. —Incluso si mi “indicado” existiera, no sería un asesino.
—Sospechoso, de momento.
—Nadie que tenga que ver con asesinos -el tono de Alejandro era firme.
—Bien, bien -Richard tomó el bloc-, ¿Por qué no te relajas, ve por un buen café aquí a la esquina, mientras escaneamos y copiamos esto?
Normalmente, Alejandro se negaría, pero esta vez necesitaba un respiro. —Con cuidado -dijo, refiriéndose a su bloc, y se dirigió a la salida.
Un escalofrío lo recorrió al llegar a las escaleras. Se dijo que era la mala noche de sueño y la falta de su bloc, era como ir sin alma. Entonces un hombro chocó con el suyo y la sensación se intensificó. El hombre tropezó, Alejandro extendió su mano y lo sostuvo antes de que cayera. Sostuvo la respiración antes de que el hombre levantara la vista, sabía lo que iba a encontrar ahí.
Ojos grises. Por supuesto.
Casi esperaba que le guiñara como en el papel. Era una locura.