Atrapa mi alma

Capítulo 4

Alejandro tenía todavía su mano en el brazo del hombre, de otro modo probablemente habría pensado que no era real. Porque era imposible, tendría que serlo, esos mismos ojos grises en sus sueños recurrentes, en el retrato hablado del posible asesino, y ahora aquí, fuera de sus sueños y fuera del papel.

—Disculpe, no lo vi -su voz profunda pareció recorrer la piel de Alejandro, chispas de electricidad corriendo por su cuerpo, del exterior al interior, empezando por su mano, ahí donde estaban en contacto, y terminando en su pecho, fue como una descarga en su corazón. 

Como un golpe de magia. De reconocimiento.

No podía apartar sus ojos de esa mirada de plata. Y su voz, el papel no hablaba, y en sus sueños nunca lo había escuchado, y ahora por fin lo hacía. Le gustaba su voz.

—¿Se encuentra bien? -el hombre dio un paso más cerca de él, y Alejandro retrocedió uno, su espalda chocando contra la baranda de las escaleras que conducían a la Central. Sin querer, presionó más fuerte el brazo del hombre, aquellos ojos grises se centraron en los dedos apretando su carne.

Los de Alejandro se abrieron con horror cuando notó que no lo había soltado. Apartó su mano y se pegó todavía más al frío metal a su espalda. No tenía más lugar a donde ir. Estaba atrapado. El hombre lo había acorralado, y estaban solos, nadie entraba o salía.

Esa mirada de plata volvió a fijarse en él y parece que, por fin, el habla de Alejandro volvió: —Bien -se aclaró la garganta cuando su voz salió débil y rota-, bien, estoy bien. Fue mi culpa, no vi por dónde iba.

El hombre sonrió, una sonrisa minúscula, pero que derritió un poco la plata fría de su mirada. —Fuimos los dos entonces. Yo tampoco presté la atención suficiente…

Esa voz. Sentía que ya conocía esa voz, pero, ¿de dónde?

 

Los ojos azules del Atrapador de almas se entrecerraron y Michael tuvo que clavarse las uñas en las palmas de sus manos para no avanzar y acunar su rostro y abrazarlo como había querido hacer cada vez que lo veía sufrir mientras crecía. Se acordó del pequeño niño que lo miró aquel día, el niño que vio a través del glamour aun cuando no debería. Y después, el niño que le prometió vengar a sus padres, que dijo, con más seguridad de la que su edad debería permitirle, que dibujaría al hombre malo y atraparía su alma.

Fue la única ocasión en que Michael habló con él. Después sólo lo miró de lejos, lo ayudó con su magia en ocasiones sin que él se diera cuenta.

Pero ahora en esos ojos parecía haber reconocimiento, y eso acrecentó el deseo de Michael. Había algo en el humano que parecía más mágico que él, que su propia magia. Así que ese era el momento para alejarse, no podía entrar en la vida del chico hasta pasar la prueba de fuego, la que lo haría ganarse su confianza. Juntó sus manos para no caer en la tentación, mientras daba otro paso lejos de él.

—Sí, supongo que fuimos ambos. Disculpe la pregunta, pero, ¿nos conocemos? -Alejandro dio un paso hacia él, inconscientemente, buscando acortar la distancia que él claramente intentaba poner entre ellos-. Me parece familiar, su rostro, sus ojos… -lo señaló, sin decir que se parecía también al retrato que acaba de hacer, y… ¿no debería pedir refuerzos y hacer que lo detengan? ¿Y si realmente era el asesino?

Michael suspiró,  notando el cambio en su mirada. Extendió su mano derecha. —Michael Owl. Y no, creo que no nos conocemos. Yo no olvidaría esos ojos.

Alejandro se sintió ruborizar, por sus palabras o por el escalofrío que lo recorrió al unir sus manos, no lo supo. —Alejandro Stevens. Y…sus ojos también son…únicos.

La sonrisa de Michael fue genuina. Este niño, desde la primera vez, lo hizo sonreír. —Gracias. Los heredé de mi madre.

Ante eso, aquellos ojos azules se apagaron un poco. Después sonrió también, mientras apartaba su mano. —Yo también. De mi madre quiero decir. Los ojos azules.

Lo sé, pensó Michael.

Alejandro se mordió el labio inferior, incómodo y confundido. Debería irse, debería ir por su café y volver al trabajo, pero no quería dejar al hombre. Sus dedos cosquilleaban, anhelando un lápiz y papel para inmortalizarlo.

—Nos veremos entonces, señor Stevens -Michael decidió por él.

Alejandro asintió, sabiendo que era sólo un decir, sólo una expresión, no le estaba realmente pidiendo volver a verse. —Hasta entonces, Owl.

Owl.

Michael se estremeció por el modo en que pareció acariciar la palabra. Nadie lo llamaba sólo Owl, él era Michael Owl, el gran brujo. Pero Owl, en voz de Alex, sobaba bien. 

Después de una última  al hombre, Alejandro bajó los últimos escalones y se dirigió a la cafetería, sin mirar atrás, sin ver a Owl subir y entrar a la Central.



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En el texto hay: un amor imposible rodeado de magia

Editado: 12.07.2018

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