Michael probablemente debería sentir culpa por lo ocurrido a los Madison, pero ciertamente no lo hacía.
Eso era inevitable. La muerte. Su muerte. Sí, eran un matrimonio joven, probablemente estaban todavía en los veintitantos, no podría asegurarlo porque él no estuvo lo suficientemente cerca para verlos. Pero sabía, por sus sueños, por el olor de ellos, que eran jóvenes, mucho, probablemente tenían mucho por vivir... O lo habrían tenido, si aquel humano no los hubiera matado.
Y es que el asesino de los Madison no fue un brujo, y definitivamente no Michael, fue un monstruo de su misma especie: un humano.
Algunos brujos tenían un poder extra, especial, además de su magia. El de Michael era la clarividencia. Michael Owl podía ver el futuro, al menos retazos de ello, algunas escenas aisladas, a veces eran imágenes claras, en otras ocasiones eran menos nítidas, incluso llegaron a ser sólo palabras.
Ahora que estaba cada vez más cerca de Alex, de aquel pequeño que juró atrapar el alma del asesino de sus padres, ahora que estaba cerca de cumplir su promesa y regresar a la vida a su hermano, ahora podía ver el futuro de ambos juntarse, sus caminos tocarse y, tal vez, incluso entrelazarse.
El futuro podía cambiar, por supuesto, nada estaba de verdad escrito. Pero el hecho de ver el de ambos juntos lo llenaba de esperanzas. Eso debía decir algo, indicar algo, tal vez Alex confiaría en él lo suficientemente para dibujar a su hermano, atrapar su alma, y regresarlo a la vida. Tal vez lo iba a lograr.
Y fue eso, su capacidad de ver el futuro lo que lo trajo hasta aquí, a este momento.
Michael vio a Joan Sanders, el principal testigo de la muerte del matrimonio Madison, salir del hotel Royal, era más de media noche, vio la duda del hombre al escuchar los ruidos, acercarse o ver por su propia seguridad. Entonces Joan se acercó, atraído por su magia, porque Joan debía ver al asesino, pero Michael cambió eso. Mientras el asesino real se ocultaba entre las sombras, Michael se apareció para salir justo a tiempo para que el hombre pudiera verlo. Él no estaba en el callejón precisamente, sólo parecía que lo hacía, Joan fácilmente pudo confundirlo. Joan no se detuvo a confirmar nada, la imponente figura de un brujo a media noche -incluso si no sabías que lo era- fue suficiente para ahuyentarlo.
Joan sólo recordó al día siguiente, cuando las noticias de los cuerpos encontrados fue dicha, que él había visto a alguien sospechoso.
Entonces sí, tal vez Michael debería sentirse mal por no salvar al par de humanos, por no detener a un asesino real, pero no lo hacía. Ellos iban a morir de cualquier forma y el monstruo, el verdadero monstruo, iba a ser detenido pronto. Él lo había visto ya. Y, en todo caso, eran daños colaterales, efectos secundarios. El medio para un fin, la vida de ellos por la de su hermano. Valía la pena.
Theo Richard sostuvo su mirada mientras preguntaba: —¿Dónde estuvo usted entre las veintiuna horas de la noche anterior y la una de esta madrugada?
Michael no respondió al instante. Ese era un margen de cuatro horas, él no estaba familiarizado con estos protocolos, creía que le preguntarían si estuvo en el lugar de los hechos. De repente se puso nervioso.
El agente Richard debió notarlo porque preguntó si quería llamar a su abogado antes de seguir, si es que tenía uno, o si quería uno de oficio.
Michael suspiró y negó. Se decidió por el camino fácil. —Escuche, voy a decirle la verdad, señor Richard.
Una esquina de sus labios se curvó levemente, pensando que ya lo tenía. —Fue usted, ¿cierto? Por eso no alegó inocencia.
—¿Qué? -el ceño del brujo se frunció, ya lo estaban culpando, justo como le sucedió a su hermano-. No. Todavía ni me deja hablar y ya me está condenando. Yo vine aquí, seguramente igual que su testigo, porque recordé que anoche me detuve por un callejón así. Yo iba con mi...eh...con un amigo, íbamos al hotel Royal, ya casi llegábamos, pero yo no aguantaba más, así que me detuve en este callejón, yo necesitaba...vaciar mi vejiga. Ni siquiera entré totalmente al callejón, sólo me adentré lo suficiente para no ser visto. Mi amigo, él me estaba esperando, él se rió cuando salí. Dijo que un hombre había huido por mi culpa. Ese debe ser su testigo...
Michael se detuvo cuando ya no supo cómo seguir. Esa era la verdad, pero sonaba tan absurdo ahora que lo decía en voz alta. ¿Le creerían o lo culparían de todo aunque era inocente? ¿Fue un error venir?
Theo Richard parecía igual de confundido, inseguro de si creerle o no. —¿Tu amigo estaría dispuesto a declarar? ¿Y él y tú a tener un careo con el señor Joan Sanders?
—Por supuesto... -Michael estaba por preguntar si debía ser hoy y, en caso de ser así, si podía hacer una llamada, cuando la puerta de la Sala de interrogatorios de abrió.
—Escuché que ya lo tenemos -esa voz era totalmente fría, lo apuesto a la calidez de sus palabras en la escalera.
Michael se detuvo, sus palabras atascadas en su garganta, y levantó su mirada para encontrarse con la azul de su niño. Una mirada helada que sintió hasta el corazón. Recordó al niño risueño que lo vio a través de su glamour, después al niño destrozado en el funeral de sus padres, y al joven que él vio crecer. Y se dio cuenta que, incluso si fuera culpable, lo cambiaría todo, lo haría todo de nuevo, todo bien, con tal de no ver de nuevo esa mirada sobre él.