Atrapa mi alma

Capítulo 9


Los padres de Alejandro murieron cuando él tenía cuatro años, cumplió cinco viviendo en un orfanato y sus próximos años los pasó de una casa de acogida a otra.

Cuando tenía siete años, fue recibido por los Smith. Un viejo matrimonio que nunca pudo tener hijos. Fueron ellos los que pagaron el primer psicólogo de Alejandro. Era un hombre mayor llamado Sam Collins. El señor Collins era muy amable y lo ayudó mucho a canalizar su dolor, él le enseñó que el dibujo podía ser una terapia, una forma de liberación. Los señores Smith fueron muy amables y le pagaron clases de dibujo, además del psicólogo. Y así, aunque Alejandro ya tenía un talento natural, su técnica fue mejorando cada vez más.

Desgraciadamente ni el señor Collins ni los señores Smith pudieron verlo graduarse de la Universidad de Criminología. Los Smith murieron en un accidente cuando él tenía quince, después de eso él volvió al orfanato, no había muchas familias que quisieran a un adolescente. Él siguió estudiando en escuelas públicas. Y aunque su psicólogo y sus maestros de dibujo creían que él sería un gran artista, que si futuro estaba en el Arte, él se inclinó por la Criminología, él quería hacer algo por el mundo, detener a asesinos como los de sus padres, así como lo había prometido, y su talento también podía ser usado en este campo.

Y el señor Collins tuvo que mudarse de la ciudad cuando Alejandro tenía diecisiete. Su primer psicólogo había sido un hombre mayor, tenía casi sesenta años, él tenía una joven estudiante que daba prácticas con él, Sabine tenía veintitrés años en aquel entonces, seis más que Alejandro. El señor Collins le recomendó a Sabine cuando él ya no pudo atenderlo, ¿quién mejor que ella?

Al principio, Alejandro no estaba convencido. Ella era muy joven, ¿qué podía saber ella?

Pero decidió darle el beneficio de la duda, lo que resultó bastante bien. Sabine era muy buena en su profesión. Lo ayudó incluso con sus sueños cuando éstos comenzaron, ella le pidió escribirlos en cuanto despertara y lo ayudaba a interpretarlos, ella lo ayudó a no volverse loco.

Y esa misma tarde, después de pedir una cita a un sospechoso de asesinato, Alejandro decidió que era mejor idea presentarse directamente en el consultorio de Sabine que llamarla.

Sabine, con veintiséis años ahora, estaba enamorada del que fuera su paciente desde hacía tres años. Primero había sido sólo admiración por un niño que había sufrido tanto y supo salir adelante, por su talento en el dibujo, por graduarse tan joven, su relación se convirtió también en una amistad fuera del consultorio, de las terapias, pero Sabine quería más. Sólo que para eso necesitaría dejar de ser su psicóloga y no podía ni quería defraudar a Alejandro justo ahora.

Sabine sonrió ampliamente cuando notó a su visitante sorpresa, su sonrisa se tambaleó un poco cuando entendió que no era simple cortesía o que la extrañara, Alejandro iba lleno de dudas.

Cuando él le explicó todo, su último sueño, el guiño del dibujo, después el hombre que se presentó en la Central, tan parecido al de su sueño y al del retrato hablado, hasta concluir con él pidiéndole una cita, Sabine lo miró largamente en silencio.

—¡Di algo! -casi rogó Alejandro, después de unos minutos.

—¿Qué quieres que diga? Me sorprende esto. Casi hubiera apostado que tú hubieras detenido al hombre en las escaleras, ¡era un sospechoso de asesinato, Alex! O que lo habrías golpeado cuando lo viste con Theo, no es que apruebe la violencia y lo sabes. Pero, ¿pedirle una cita? ¿en serio?

Alejandro sólo asintió, mordisqueando su labio inferior, nervioso. ¿Ella creía que estaba loco? ¿O lo estaba juzgando por qué había invitado a una cita a un hombre? ¿Era una cita? 

Oh dios.

—¿Por qué? -Sabine intentó pensar como su psicóloga, no como una amiga sobreprotectora, no como una enamorada celosa. Ella era su psicóloga en primer lugar, siempre.

Alejandro suspiró, habló mirando sus manos. —No sé. Es maestro en Bellas Artes, ¿sabes?

Sabine sólo hizo algún sonido, sin decir nada.

—Y no es un asesino. Theo no lo habría dejado libre si lo fuera. ¿No debería disculparme por cómo me porté con él? Fui tan grosero, debiste verme.

—Es tu trabajo, cariño -no pudo evitar la palabra-, y con tu historia, es entendible que seas así...

—No importa. Fue incorrecto. Y además está esto, sus ojos, siento que hay algo en su mirada, en cómo me mira, cómo sostuvo mi mano... Y no puedo negar que siento curiosidad por él, y sólo creció al saber que tal vez él también dibuja, yo sólo...

—¿Alejandro, me estás diciendo que invitaste al hombre sólo porque tal vez, y sólo tal vez, él dibuja?



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En el texto hay: un amor imposible rodeado de magia

Editado: 12.07.2018

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