Alejandro había ido en la mañana a la Central, pasó gran parte escuchando las insoportables e interminables súplicas y quejas de Theo de "Por favor, ya habla con Sabine, me está volviendo loco. No sé si realmente la evitas, o de verdad estás ocupado, pero se queja conmigo y la conoces, es insoportable. ¡Por favor, hombre!”
No es que estuviera evitando a su amiga. O tal vez sí, un poco. Pero es que ella claramente le había dicho que no saliera con Michael Owl, que era una locura. Y terminó siendo cierto, tal vez tenía razón, como siempre. Mira cómo había terminado. Con él, con Alejandro Stevens, prometiendo encontrarse casi a diario con él, entregando su primer beso a un hombre que además de todo era un desconocido y deseando -aunque se dijera lo contrario- más, muchos más.
Lo asustaba lo que estaba empezando a sentir, pero si algo era inevitable e incontrolable esos eran los sentimientos. No era algo que pudiera cambiar y, seguramente, Sabine lo sabría, ella siempre sabía todo de alguna manera, parecía leer en él. Ella leería en su rostro y en su mirada cuánto el hombre lo afectaba, ¿y qué pensaría entonces?
Alex no podría soportar si ella lo rechazaba por algo así. Theo parecía no tener problemas con ello, pero Theo era diferente, él era gay, no vería nada de raro en su posible relación con Owl. Pero a Sabine la conocía de hace más tiempo, era su mejor amiga.
Alex sacó su bloc de dibujo cuando la mañana avanzó y no se requirieron sus servicios en ningún momento. Tenía la mayoría de sus retratos ahí, buenos y malos, cada asesino o presunto asesino estaba inmortalizado en su papel, también aquellos que hacía por gusto, amigos como los mismos Theo y Sabine, sus padres -aunque tal vez más copiados de una fotografía que de sus recuerdos, o una mezcla de ambos-, de desconocidos que atrajeron su atención en algún lugar y memorizó sus rostros, de modelos en sus clases de dibujo, de sus sueños, más específicamente el hombre de sus sueños que resultó ser Michael Owl, el misterioso hombre de ojos de plata. El retrato que hizo de él cuando lo consideró un posible asesino. Y, finalmente, el que había empezado la tarde anterior, aquel en el cual sólo estaban sus labios, finas líneas tratando de recrear esos labios suaves y dulces que él ya había probado.
Alec llevó sus dedos a los propios, recordando cómo de bien se sintieron los de Owl en su primer beso. Un suspiro se le escapó y, en ese momento, una hoja suelta de su bloc salió volando como si un viento inexistente hubiera soplado sobre ella.
Con el ceño levemente fruncido, ya que la ventana y la puerta estaban cerradas y no había aire acondicionado, Alejandro se agachó para recoger la hoja. Era uno de los primeros asesinos que se habían encontrado gracias a la precisión de sus dibujos. Sonrió, aunque con un poco de amargura, al menos había logrado una de sus metas en la vida. Su frente dolió de repente, por la fuerza con que su ceño seguía frunciéndose, cuando una especie de luz un poco púrpura, tal vez color lila, manchó el gris del grafito en el retrato. Miró la luz que se colaba por la ventana, preguntándose si sería algún rayo del sol el que causó ese efecto. Sus dibujos estaban tan bien guardados que esas cosas no deberían ocurrir. Ninguno de sus retratos se manchó, borroneó, o deformó nunca antes. ¿Qué pasaba con este?
Acercó más la hoja a su rostro, mirándolo más de cerca, y gruñó cuando todo parecía normal. ¿Estaba viendo cosas, alucinando?
Sólo eso faltaba.
Alex hizo una mueca e iba a guardar su dibujo en el bloc de nuevo, tenía que encontrar uno nuevo donde agruparlos todos sin que estuvieran sueltos algunos, o terminaría por perderlos, y él tenía esa absurda necesidad de guardar todos y cada uno de ellos. Una maldición se le escapó cuando una de las esquinas de la hoja se enganchó con un libro en su escritorio y se rompió un poco cuando Alejandro tiró de ella para liberarla.
¿Por qué le pasaba esto a él?
Sentía como si hubieran cortado una parte de su propio cuerpo. Sus dibujos eran sus tesoros. Con los ojos ardiendo con irracionales lágrimas contenidas, y varios minutos después de sólo estar observando en silencio su retrato dañado, por fin lo guardó de nuevo, con cuidado de no romperlo más.
Después se dirigió al cuarto de Archivos. Tendría que sacar una copia de ese retrato, no era lo mejor, pero tampoco quería perderlo. Buscó entre los primeros que estaban con su nombre, si no se equivocaba era el cero cero cinco. Buscó alguna carpeta con ese número, estaba ya cerca, cero uno cero, cero cero nueve, cuando su móvil sonó, respondió sin mirar quién era.
—¿Hola? -acunó el aparato entre su oreja y su hombro y siguió buscando hasta dar con la carpeta indicada.
Fue a sentarse para ver si realmente estaba ahí el retrato que buscaba mientras escuchaba a Owl: —Hola, Alejandro. Hoy terminé antes mis clases. ¿Estás libre de casualidad o podemos vernos más tarde?