<<Te necesitaba. Te necesito.>>
Alex se seguía repitiéndose esas cuatro palabras de Owl durante todo el camino.
Las calles estaban vacías a esta hora de la madrugada. Había un silencio y una oscuridad que le provocaban escalofríos. Sentía esa típica y absurda sensación de estar siendo observado. Sabía que no era real, era como el temor irracional de todos los niños a la oscuridad o al monstruo que vive en sus armarios, pero eso no evitaba que su piel se erizara y sus manos se aferraran al volante con más fuerza de la necesaria.
—¿Sigues ahí? Todavía pienso que es peligroso que estés fuera de casa a estas horas -la voz de Owl, desde el otro lado del teléfono, lo trajo de vuelta a la realidad. Casi sintió que volvía a respirar con sólo su presencia, aunque no fuera física. Owl lo anclaba al mundo con una sola palabra.
—Sigo aquí. Fui yo quien te pedí no colgar, ¿recuerdas? Y no soy un niño, Owl, puedo estar fuera de mi casa a la hora que yo quiera.
Él nunca aceptaría que aquel "Siempre, mi niño" había acelerado su corazón y llenado su estómago de mariposas, había roto cualquier firme pensamiento de NO estarse enamorando. Lo había hecho querer maldecir y, a la vez, derretirse por las palabras de Michael, porque era sincero, lo sabía, Michael decía las cosas que realmente quería decir, en el momento que lo sentía.
—Claro que no. Eres todo un hombre, manejando de madrugada, para ver a su amigo extraño.
Owl sonaba triste y lleno de culpa. Alex no quería que él se sintiera así. Verlo enfermo había sido como un cuchillo en su pecho, la angustia clavándose profundo y retorciéndose dolorosamente, pero sabía que iba a recuperarse, que era sólo un malestar pasajero y volvería a estar bien. En cambio, verlo triste, como cuando habló un poco de su hermano, eso no fue como sólo un pequeño dolor en su corazón, era como si lo hubieran presionado hasta exprimirlo completamente. Y en aquel momento, Alejandro no estaba tan conectado a él. Ahora no sabía si sería capaz de verlo así, si lo resistiría él.
Decidió centrarse en lo segundo, era más fácil tratar con la culpa. —No eres extraño. Y, además, estás en un mal momento. Cualquier buen amigo tuyo iría si se lo pides. Seguramente, Cris lo haría, él lo habría hecho si le llamabas -aunque algo amargo se instalaba en su estómago al contemplar esa posibilidad, al pensar en Owl con alguien que no fuera él, que hubiera podido llamar a alguien más, era preferible a imaginarlo solo.
Pero Owl acabó con esa horrible sensación sin siquiera saberlo. —Pero no es a Cris a quien quiero o necesito. No es a Cris a quien llamé, Alejandro. Fue a ti, eres tú.
Alex cerró los ojos sólo un segundo. —Lo sé -fue un simple susurro que no supo si Owl escuchó o no.
Hubo un silencio después de eso. Sólo roto por sus respiraciones y una extraña conexión que no debería ser capaz de percibir a través del teléfono, pero lo hacía. Había diminutas chispas de electricidad corriendo por su piel, una sensación de paz y de pertenencia que no recordaba haber experimentado nunca. Habría pensado si tuviera que dar un color a la felicidad en dorado, una cegadora explosión de luz, pero si cerraba sus ojos, esta sensación que se extendía a cada rincón de su cuerpo, poderosa, profundamente llena de poder, era plateada y no dorada. Era de plata, como los ojos de Owl. Era como envolverse en esa mirada profunda, como tocar su alma desde aquí afuera.
Alex suspiró, justo cuando Michael habló de nuevo:
—Voy a colgar, para que puedas concentrarte en manejar.
—¡No! ¡Owl no cuelgues! -Alex sintió pánico, miedo de cortar no la llamada sino la conexión que había entre ellos-. No cuelgues. Ya casi llego. No tardaré más de unos minutos.
Casi podía verlo sonreír cuando lo escuchó de nuevo. —Lo sé. Y te estoy esperando, ya lo sabes. Lo que sea que tardes, sólo llega.
Entonces colgó.
Alex piso el acelerador, como el no acostumbraba a hacer nunca, nada era tan importante como para manejar sobre los límites de velocidad. O nadie. Nadie antes de este hombre de mirada de plata.
Mientras Alejandro manejaba los últimos kilómetros que lo separaban de Michael, éste dejó el teléfono a un lado y cerró los ojos, ocultando su rostro entre sus manos.
¿Qué estaba haciendo? ¿Por qué llamó a Alejandro sólo por la culpa provocada por una pesadilla recurrente? Ni siquiera era como si le pudiera hablar a su niño de lo ocurrido, no podía confesarse y liberar su alma completamente. Alejandro no sabía lo que él era ni cómo perdió a su hermano.
-Probablemente, o seguramente, esto fue mala idea. Pésima -se dijo a sí mismo, todavía con los ojos cerrados.
Hasta que el rostro de Robert cuando le pidió salvarlo de morir apareció, cuando le suplicó y le dijo que no estaba listo para irse, y después su expresión tan vulnerable pero tan decidida, resignada, el día de su ejecución, cuando decidió ya no luchar y le cedió su magia...