Destapa el champagne, apaga las luces, dejemos las velas encendidas y afuera las heridas.
Ya no pienses más en nuestro pasado, hagamos que choquen nuestras copas por habernos encontrado.*
(Luz de día)
* * *
Alejandro no entendía lo que pasaba con sus sueños o sus visiones, si podía ser real -de algún modo extraño- o no, o por qué Owl le afectaba de esta manera, lo único de lo que estaba seguro era que lo quería.
Él quería esto. Con él. Quería a Owl.
Había llegado a su casa antes que el propio Michael. Él había dejado la oficina en cuanto había colgado, ya que no había nada en lo que pudiera ayudar para resolver el caso y sí una inmensa necesidad de Michael Owl.
Tuvo tiempo suficiente para ducharse y empezar a volverse loco, pero no para arrepentirse. Nunca se arrepentiría de esta decisión, era imposible hacerlo. Él quería disfrutar, quería vivir lo que en sueños parecía verdadera magia.
Cuando Michael había abierto la puerta de la casa, -él, antes, había usado las llaves que ya le había dado sin darle importancia a que fuera tan pronto-, Alex había estado recostado en el sofá después de mucho haber caminado por todo el lugar. En el mismo sofá que encontró a Owl en malas condiciones, en el mismo en que habían dormido esa primera vez. Había estado retorciendo sus manos, sintiendo su piel arder de anticipación, su vientre encendido por el deseo, y algo más, había que algo vibraba en su interior. Algo se agitaba dentro de él y se volvió completamente loco, haciéndolo ponerse de pie y correr hacia él, en cuanto la puerta se abrió y Michael entró.
Alex no llegó a notar la expresión de su rostro, esa mezcla de preocupación y decisión. Él sólo había corrido directamente hacia él, sus manos tomando ese rostro, acunándolo entre ellas y acercándolo al suyo, sus labios a los suyos.
—Michael -susurró el nombre y no el apellido, por primera vez con deseo, con cariño, con necesidad. En un momento lleno de dulzura y cuidado y no de preocupación o desesperación, y probablemente fue eso lo que perdió a Owl.
O eso se diría él después.
Si iba a poner algo de resistencia, estuvo perdido en el momento en que Alex pronunció su nombre de ese modo.
Michael había cerrado los ojos, lo último que llegó a ver fue aquella mirada azul con su alma atrapada en ella, y le había regresado el beso. Una de sus manos enredándose en la delgada cintura de Alejandro, acercándolo más a él, y la otra tras su cuello, manteniéndolo en el lugar -incluso si Alex no iba a ningún lado-, mientras sus labios bailaban una danza que había comenzado siglos, muchos siglos atrás.
Alejandro los había llevado, entre tropezones y risas nerviosas y divertidas, escaleras arriba, hacia la habitación de Michael.
No quería hacerlo en la cama porque fuera su primera vez, o porque el sofá pareciera insuficiente para ese momento, porque en el mismo piso sería un recuerdo memorable si fuera con la persona correcta y Michael lo era. Quería hacerlo en esa cama porque le recordaba a su sueño, a aquel despertar mientras dibujaba al hombre que sentía amar.
Alejandro había caído sobre Michael cuando este último tocó el colchón y abrió los ojos. Estaba claro en esos ojos de plata oscura, en los que Alex se perdió al romper el beso por primera vez, que iba a negarse. Por alguna razón, iba a decir que no.
Y Alex no podía resistir ni permitir eso. Se acomodó tímidamente sobre Michael, sus rodillas a cada lado de su cadera, comprobando que su negativa no era por falta de deseo, el cual podía sentir igual que el suyo, físicamente. Ambos miembros duros. Alejandro tragó nervioso mientras una de sus manos cubría esos labios gruesos y ahora hinchados y enrojecidos.
[Y porque puedo mirar el cielo, besar tus manos, sentir tu cuerpo, decir tu nombre y las caricias serán la briza que aviva el fuego de nuestro amor. De nuestro amor.]
—No me digas que no, por favor. No sé qué ha pasado entre tú y yo o qué pasará mañana, por qué ha sido tan rápido todo esto, pero se siente correcto. Con ningún otro hombre o mujer, yo habría permitido que ocurriera nada de esto, ni la cita ni los abrazos o los besos, mucho menos dormir contigo como si lo hubiéramos estado haciendo toda la vida y no fuera algo nuevo para nosotros. No sé si es normal sentirlo así, como si fuera algo que hubiéramos hecho infinidad de veces con anterioridad, porque yo lo siento así, ¿sabes? Despertar de madrugada y que, instintivamente, mi cuerpo busque al tuyo en la oscuridad, arrastrándome de nuevo hacia el calor que he perdido mientras dormía. Que me abraces, incluso estando dormido, que me envuelvas en la seguridad de tus brazos y poder dormir porque era lo único que me faltaba. Que mi piel se erice al reconocer la tuya, que el recuerdo de las sensaciones se encienda con cada caricia como si te reconociera de mucho antes... -sonrió, de un modo extraño, antes de seguir, perdido en esos ojos grises que ahora lo miraban fijamente-, tal vez tienes razón, las almas gemelas existen y tú eres la mía. Sólo eso explicaría esta locura. Pero, ¿sabes?, locura o no, con explicación o inexplicable, yo quiero esto y lo quiero contigo. Así que, por favor, no me digas que no.