Unas horas después, Alejandro seguía en la sala de la casa de Owl, de Michael Owl.
Su móvil, en algún lugar de la habitación, había sonado varias veces, pero él no tenía fuerzas para moverse ni interés en quién le llamaba. Podría ser Theo, podría ser de la Central, o Sabine pidiendo perdón...
Ya nada importaba.
Sus padres habían sido asesinados por el hermano del amor de su vida -sus vidas- y éste, a su vez, los había vengado, sacrificándose él mismo en el proceso.
¿Y para qué? ¿Ya para qué? ¿De qué servía si ahora Alejandro estaba solo, si lo único bueno que había tenido ya no existía?
Unas de las últimas palabras de Robert no dejaban de sonar en su cabeza: "Tú no entiendes. ¡Todo tiene solución! ¡Ahora controlamos la vida y el tiempo! Y fue gracias a ti que lo descubrí. Nada es irreparable. Tú y Alex lo van a entender. Y cuando tú recuerdes todo, vas a olvidar el odio que crees sentir ahora porque maté a sus padres y te mentí..."
Habían quedado tantas preguntas sin responder, ¿por qué dijo que lo descubrió gracias a Michael? ¿se refería a su don o a algo más?
Robert controlaba el tiempo, y el Gran Mervin y, en parte el propio Alex, controlaban la vida. Por eso Robert decía que ya nada era irreparable para ellos, él podría recuperar a sus padres y reparar el daño provocado por Robert...
Aunque Alejandro no sabía si sus padres hubieran querido eso.
Pero Robert no estaba seguro del perdón de su hermano por eso, Robert se refería a algo más, y ahora que todos los recuerdos llegaron, Alex sabía a qué se había referido...
<<Aquel famoso Atrapador de almas del que su madre le había hablado -ya no sabría nunca si ella lo supo o no- había sido el propio Alejandro.
Aquel ser incomprendido, temido por muchos, de quien se inventaron historias sobre el gran alcance del don con el que había nacido, fue Alejandro.
Nacido en el siglo XV, exactamente en 1413, él había comprendido a muy temprana edad que no era como los otros niños y ya desde entonces había sido señalado como "raro" y dejado a un lado.
Al crecer y darse cuenta cuál era su pasión, retratar al mundo a través del dibujo y la pintura, Alejandro descubrió su don: él podía atrapar almas en sus dibujos.
Pero, ¿qué era él? ¿un brujo? ¿un mago? ¿o algo más?
Alejandro soló sabía que se sentía como un fenómeno, ¿por qué él?
Él no había pedido ese don. O esa maldición, porque no había logrado nada bueno de ello. La gente se alejaba de él, le temían, lo señalaban, murmuraban a sus espaldas, inventaban historias sobre él que los demás creían sin dudar: "El cruel Atrapador de almas, ¿el talentoso hombre o, mejor dicho, el malvado brujo?, las toma al crear sus dibujos. Las tiene todas en su poder y las usa para ser invencible..."
La gente lo miraba mal y lo evitaba a donde quiera que fuera.
Alejandro había terminado por no establecerse en ningún lugar, pronto dejaba aquellos donde la gente ya conocía, o al menos sospechaba, su poder.
Era 1433, tenía veinte años, estaba viviendo en un pueblo pequeño para no llamar la atención, pero aun así lo hacía. Pronto comenzaron los rumores...
Alejandro había salido a dibujar ese día. Su carboncillo, con el que se dibujaba en aquella época, se le había caído y, mientras la gente lo evitaba completamente, hubo un desconocido que se acercó a recogerlo y ponerlo en su mano, ofreciendo la suya después en un saludo.
El corazón de Alejandro había saltado en aquel momento, enternecido por el gesto del hombre. Él había tomado el carboncillo y aceptado el saludo. Su sonrisa de agradecimiento se tambaleó y su corazón se detuvo cuando alzó la mirada y se encontró con la del hombre.
Aquellos inusuales ojos grises, como de plata, lo miraban fijamente. —Hola.
Era claramente un foráneo, como el mismo Alejandro. Y lo había dejado sin palabras.
—Soy Michael -había dicho el hombre, cuando él no respondió.
Y entonces, mientras su alma se agitaba y le gritaba lo que él ya sabía, "¡Él, es él!", por fin respondió: —Alejandro. Alejandro Stevens.
Michael había sonreído. "Un gusto conocerte", "El gusto es mío", "¿Dibujas?", "S-sí...algo así", "¿Puedo verlo...?".
Habían comenzado entonces a frecuentarse. Michael dijo que no sabía qué estaba haciendo ahí: "La verdad no sé qué me trajo hasta aquí, pero ahora lo agradezco..."
Alejandro se olvidó de ser precavido, de cambiar de lugar cuando las sospechas eran demasiado grandes. Dejó de notar las miradas de recelo en los demás y, ahora también, de repugnancia y prejuicio porque ellos pronto se habían enamorado y ya vivían juntos.