Ignacio saltó desde el techo en que se escondía, desenvainando su sable en el aire y clavando éste justo en la espalda de la pesadilla que aprisionaba a su doncella.
El monstruo pareció quedarse estático, y terminó por desvanecerse.
Había elevado a nuestra Julieta por lo menos cuatro metros del suelo, así que cuando desapareció, ella iba en caída libre, los otros atrapa pesadillas, casi igual de ágiles que su líder, lograron atraparla semi inconsciente.
Ignacio corrió para saber si estaba bien, sus colegas la depositaron en el suelo.
No había rastros de Georg por ninguna parte.
Romeo se inclinó hacia ella, le retiró los cabellos que le tapaban la visión, sus ojos estaban un poco abiertos, pero su mirada parecía ida.
Con las pocas fuerzas que le quedaban, Deyna alzó su mano para enseñar que no había soltado ni por un segundo el orbe, y que tampoco lo haría de estar viva.
Un guardián le recibió el sueño para que ella pudiera estar tranquila.
— Shhh... —- dijo susurrante Ignacio sosteniendo la cabeza de Deyna. —- no te esfuerces. Trata de incorporarte.
La joven obedeció pero aún aletargada. Ignacio metió un brazo en el torso de ella, y el otro debajo de sus rodillas para así alzarla como a una princesa. Ella apoyó la cabeza en su pecho.
Fue entonces cuando apareció Georg agitado.
— Lo siento, volví a casa por un abrigo... —-- se detuvo al observar el cuadro. —- ¿qué pasó aquí?
Romeo, que miraba con un amor profundo a su Julieta, giró su cabeza con algo de enfado para responder la pregunta de Georg.
— Pasó que una pesadilla casi mata a tu atrapa sueños,... y mi uni-alma.
Georg se acercó a revisar a Deyna, y al notar que nada grave le había pasado (a parte del susto y la debilitación), se tranquilizó.
— Vuelvan a casa,... ¡rápido! —- ordenó. —-- José Miguel, tu quédate conmigo para despertar a los enamorados que desmayamos.
Igna cargó a Deyna hasta su habitación, al llegar ella ya se encontraba mucho mejor.
— ¿estás bien? —- le preguntó.
— Si Igna, muchas gracias por preocuparte por mi, eres muy amable.
— No hay de qué, se que tu harías lo mismo por mi... es decir, no cargarme pero si preocuparte...., no quiero decir que seas débil sólo que.... Que...—- el muchacho entró en pánico.
Ella sonrió, y tras una pequeña charla él se despidió dejándola descansar.
****
Los próximos días, Deyna se la pasó estudiando y practicando trucos nuevos con su ánima.
Ella había aprendido a volverse invisible, incrementar las proporciones de las cosas, justo como Alejandra hizo con las flores que pretendía vender a los enamorados, a lanzar algunas defensas en caso de un ataque cercano, a ver en la obscuridad, desmayar seres vivos y devolverlos a su estado consciente.
Aprendió que tocando letras con su ánima podía leer palabras mas rápido, como si las escuchara en su mente, también aprendió a transportarse de un lugar a otro, a curar heridas y rupturas, etc.
Era muy hábil con su ánima. Casi podía hacer todo lo que los demás hacían.
Hasta que le llegó el momento de aprender a volar, Georg le explicó que debía tomar por lo menos cinco pasos de impulso, saltar y agitar su dedo-ánima, con el tiempo aprendería a hacerlo sin necesidad de impulso. Cosas que ella si podía hacer, pero... en el momento en se elevaba, se mantenía un poco y luego terminaba por caer.
Claro que Georg la detenía en el aire con su ánima para que no se lastimara.
— Sólo necesitas más tiempo, mejor te enseño a detener cosas en el aire para que practiques tu sola y no te pase nada. —- dijo Georg.
Y así lo hizo, Deyna aprendió muy rápido, Georg le aventaba cosas o las dejaba caer y ella las detenía, luego poco a poco aprendió a detener su propio cuerpo, él la empujaba y ella tenía que actuar rápido para evitar caerse.
Su mentor era algo rudo, pues una vez hasta la empujó en las gradas, pero ella tenía buenos reflejos, así que pudo poner sus conocimientos en práctica y detener su caída.
Así pasaron dos semanas, hubo algunos orbes que cazar, pero Georg no dejó que vaya Deyna de misión hasta que estuviera más preparada para que así no ocurriera lo que la vez anterior, cosa que no convino para nada a las manos de sus otros pupilos, pero ya serían las ultimas veces que tendrían que sufrir.
Hasta que un día, José Miguel, que era un sapna mensajero, tuvo una visión, y anunció mientras todos tomaba el té:
— Vi un orbe, en la periférica de la ciudad, y antes de que digas "¡Vamos!", Georg, debes saber que es de unos artilleros, así que no será nada fácil capturarlo.
Georg lo miró pensativo con un dedo sobre su mentón para finalmente decir su clásico: "¡Vamos!".
Editado: 27.11.2019