Acostada en su cama de espaldas a su puerta, hallábase dormida la bella Deyna.
Pero su paz se turbó cuando escuchó pasos en el pasillo de afuera, la lluvia no había cesado desde que salieron del restaurante, de hecho, se había incrementado.
Algunos truenos se escuchaban, era una tormenta de película de terror.
¿quién podría estar caminando tan tarde?, los hombres tenían prohibido subir al piso de las chicas por la noche y viceversa, quizá era alguien que estaba entrando al baño.
Pero, ¿por qué los pasos se oían en dirección a la puerta de Deyna?, al percatarse de ello, ella tomó su arma, que ya había vuelto a su forma original de revólver, y que siempre descansaba en su mesa de noche.
Fingió volver a dormir cuando escuchó que la puerta de su habitación se abrió, obviamente agarrando su arma debajo la sábana.
"Quizá es una pesadilla que quiere el sueño de Greten y que sabe que yo lo tomé... ¡maldición! olvidé pedírselo a Georg para abrirlo y saber porqué es tan poderoso." Pensó Deyna.
Sintió como alguien se le acercaba, su respiración se volvió intermitente por los nervios, ¿y si era un ladrón humano y completamente normal?
Respiró hondo y se dio la vuelta de repente, apuntando con su revolver a la cabeza de quien sea que fuere el intruso.
Algo se tranquilizó cuando vio que era Ignacio, con una tenue luz de su celular, pero, ¿y si era una pesadilla con su forma?
Deyna no dejaría de apuntarlo hasta que estuviera muy segura.
— Levántate, tenemos que escapar. — dijo el intruso susurrando.
— ¡¿qué?!, ¡¿te has vuelto loco?! — respondió Deyna también susurrando. — sabes que si Georg se entera de que subiste aquí en la noche, no sólo te castigará a ti, ¡sino a los dos!
— Eso ya no importa, además, ¿tengo cara de estar loco? — Deyna lo miró detenidamente.
— ¡si! — dijo al fin.
— ¡por favor Deyna deja de apuntarme con eso!, te juro que no perdí la cabeza...
— No bajaré el arma hasta estar segura de que no eres un pesadilla.
Un trueno iluminó la habitación, Ignacio se acercó más a Deyna, aún con la linterna de su celular.
— Sé que amas las papas fritas con gelatina, ¿una pesadilla sabría eso? — afirmó él.
Tras un pequeño silencio, Deyna guardó el revolver.
— Bien, te creo, ¿a dónde escaparemos? — dijo ella.
— ¿ni siquiera preguntarás por qué?
— Si me lo pides tú, sé que de seguro no es por una tontería romántica.
— Ok, de cualquier forma te lo explicaré todo más tarde, y... tendremos que irnos por ahora a un hotel o algo.
— Pero no tenemos dinero. — dijo ella.
— tu puedes crearlo con tu ánima, ahora hay que preocuparnos por salir de la casa y de alistar tus cosas.
Por la adrenalina, en menos de diez minutos, todas las cosas de Deyna ya estaban listas, constaban de tres maletas relativamente grandes.
Bajaron las gradas haciendo el menor ruido posible.
Llegaron a la puerta, tomaron las tres maletas de Igna y salieron de la casa, corrieron a través del jardín hasta llegar a la puerta de calle, nunca antes el camino se les había hecho tan largo.
— Alto, aguarda Igna, tenemos que ir por los sueños, al menos el de Greten, Georg lo venderá, o peor...— insistió ella.
— ¡diablos!, tienes razón.
Naturalmente la puerta del depósito estaba cerrada con llave pero aún quedaba la ventana de vidrios obscuros.
Deyna tomó una piedra grande del suelo y la arrojó violentamente contra la ventana, un trueno se escuchó a lo lejos, gracias al cual, nadie pudo escuchar la rotura del vidrio.
Entraron al cuarto, y en una bolsa que Ignacio sostenía, Deyna depositó todos los orbes que pudo, él no podía tocar ningún sueño, ya que se quemaría la mano, sólo los guardianes y atrapa sueños pueden tocarlos.
La lluvia los había empapado, y cabe aclarar que aún ambos estaban en pijama.
Los dos buscaban el sueño de Greten por todo el cuarto, pero no había ni rastro de él, incluso vieron en el interior de esa espantosa máquina, pero nada.
— Vaya, vaya, vaya — dijo la voz de Georg desde la puerta sonriendo— pero si son Romeo y Julieta ¿buscaban ésto?
Levantó su mano enseñado el brillante orbe de Greten cuando otro trueno le iluminó el semblante.
— Es una lástima, nunca lo tendrán — afirmó antes de soltar una risotada.
Ninguno de los dos dijo nada, pensaban en qué hacer cuando Georg metió el orbe en una caja acolchada y hecha de terciopelo azul, cuya cerradura era simple y sin llave.
— El que quiera éste orbe tendrá que pasar por mi cadáver, y eso está complejo, soy el mejor en combate, — se regocijaba. — ¡agárrenlos, ya no tienen a dónde ir! — ordenó.
Editado: 27.11.2019