Atrapada

3 —Todos Los Hombre Son Iguales

—Todos los hombres son iguales Mel. Unos egoístas. Obtienen lo que quieren y luego van y se buscan otra. No vayas tan lejos, solo mira a tu padre—. Que si no lo sabrá ella, pues a sus dieciocho años ha conocido mucho de la vida y estado con varios tipos así tal y como los describe su mamá—Y una mujer guapa como tú—, continuó su mamá—, es el mejor trofeo para la colección de cualquier hombre. Pero que nadie venga y te lo diga. Anda, compruébalo por ti misma, para que no te agarren de tonta.

Mel se rió “Ella colección de alguien! Pensó. “No mamá estas equivocada—quiso decirle—. Aquí la que los colecciona soy yo.
Su móvil sonó. Es un mensaje pero lo ignoró.
—Te dejo mamá.

Mel se despidió de ella dándole un beso y salió de la habitación de su madre. Son las siete de la noche y se dirigió a uno de los bares que ha empezado a frecuentar. Es la ventaja de vivir en Nueva York donde la ley establece que a los dieciocho ya puedes consumir alcohol legalmente. Que bien que no vive en Minessota donde la edad legal es a los veintiuno.
Ir a un bar es el mejor lugar para conseguir un revolcón fácil y rápido. Además se despedirá de Nueva York porque en unos días viajará a Boston, Harvard, Derecho. Ni quien lo fuera a pensar. Aún con todo pronóstico lo ha logrado. Ingresar. Y todo gracias a Andros. A su insistencia, su perseverancia en ella. A no quitar el dedo del renglón aunque se desesperara y se decepcionara no una, sino muchas veces. Una vez Mel se sintió sola, pero él le demostró que aún le queda alguien en quien podía confiar ciegamente.
Mel llegó al bar y se sentó en la barra. Pidió un Martini y lo bebió lentamente. Sabe que no tardará mucho para que alguien se acerque a ella. Al poco tiempo un hombre se paró a su lado.
—Hola, ¿puedo?— preguntó sonriendo.
—Claro—, contestó segundos después de haberlo estudiado minuciosamente. Él se sentó a su lado.
Mide como 1:85. Tiene buen porte. Viste bien. Ropa de diseñador. Zapatos caros. Se ve atractivo. Primer candidato aceptado.
—Un Chambord—, le pidió al barman cuando se acercó—. ¡Salud!—, dijo dirigiéndose a ella una vez tuvo la copa en la mano.
—¡Salud!— le respondió.
—¿Eres de aquí?– preguntó él.
—Sí. ¿Y tú de dónde vienes? —, le preguntó curiosa porque tiene un acento alemán y una voz bastante varonil.
Él alzó una ceja ante su pregunta.
—Alemania. ¿Se nota mucho?
—Tu acento es inconfundible —, le dijo con evidente coquetería.
—Me llamo Volker.
—Mel.
—¿Qué edad tienes?
—Veintiuno—, mintió.
Él se le quedó viendo. La está estudiando, lo sabe. Determinando si puede llegar a ser menor de edad. Pues ella le calculó unos treinta y cinco tal vez. ¿Casado? Se preguntó interiormente. No trae anillo observó, pero luego los dejaban "olvidados". Casi siempre es así.
—¿Y tú?
—Treinta y seis.
Aceptable determinó Mel. Ahora falta comprobar si los treinta y seis años los vale en la cama. Y muere por saber como va a pedirle que se acueste con él.
—Chamborn cosecha 1996, tengo una en la habitación del hotel. ¿Me aceptas una copa?
Mel levantó la ceja y le sonrió . Definitivamente ese hombre puede pagarse una botella de 5,000 dólares considerando que trae un reloj de más de 4,000 y zapatos de 2,000.
—Por supuesto. Vamos—, respondió.
—La cuenta por favor—, pidió él entregando su tarjeta al barman y él hizo los cobros y se la devolvió.
—Vengo en mi auto, ¿En qué hotel te hospedas?—, preguntó Mel.
Además, ella estudia su rostro para ver algún indicio que la alerte de las miles de razones por las cuales no debe irse con un extraño.
—En el Surrey. Habitación 516.
2,500 dólares por noche. Uno de los mejores hoteles de lujo de la ciudad.
—Te veo ahí—, le dijo y salieron al estacionamiento.
Mel se dirigió a su auto y luego condujo nerviosa hasta el hotel. Es el tipo de sensaciones que le producen el placer de olvidarse de su realidad.
Llegó y bajó del auto y el chico del ballet parking tomó las llaves y lo estacionó. Casi siempre va en su auto, rara veces se sube al de ellos. Al menos que fuera algún compañero de la escuela.
Una de las reglas que tiene es que los encuentros deben ser en un hotel. Las posibilidades de que la maten en uno son menores.
Entró a la recepción y subió al elevador. Apretó el botón de la planta cinco. Llegó al quinto piso y buscó la habitación. Tocó y él le abrió.
—Adelante, ponte cómoda.
Su voz masculina y su porte hacen buena combinación, pero lo nota nervioso.
Volvió a observarlo. Es guapo y está bueno. Quizá hoy sea un buen polvo pensó. Caminó y se sentó en el sofá poniendo su bolso a un lado. Él cerró la puerta y caminó hacia la cantina tomando la botella de Chambord. Sirvió dos copas y le entregó una, sentándose después en el sofá individual que está frente a la chimenea. Él le dio un trago a la copa disfrutando su contenido lentamente. Después puso la copa en la mesita de a lado. La intuición de Mel le dice que está nervioso. Sin embargo se inclinó y tomó su tobillo quitándole la zapatilla y comenzó a recorrer su pierna con las yemas de los dedos.
—Eres muy guapa—dijo.
Ella sonrió pensando a cuantas les dirá eso menudo cabrón. Después ella recargó la cabeza en el respaldo del sofá tratando de perderse en las sensaciones que sus manos producen al acariciarla suavemente desde el tobillo hasta la altura de su muslos.
—Ven—, le pidió excitado y le extendió la mano pidiéndole que se sentara sobre sus piernas.
Mel se levantó y eso hizo, y él enseguida empezó a besarle el cuello y después la llevó a la cama.
Y así como todo comenzó y todo terminó sin sentir mucho. Parecía que iba a disfrutar y de repente todo se fue. ¿Qué demonios pasaba con ella? Se preguntó.
Volker se tumbó en la cama con los brazos detrás de la nuca sin decir nada. Y es ahí, en esos momentos cuando Mel se siente sola, demasiado sola. Anhelando un beso, un abrazo, una palabra que la haga sentir amada.
Se paró y él siguió callado. Solo la observa. Mel se dirigió al sofá donde quedó tirado su vestido y se lo puso rápidamente. Vio la tanga, esa que Volker rompió del fino y delgado encaje en la parte de a lado, en lugar de bajarla. Mel decidió dejarla de recuerdo y se dirigió al espejo para acomodarse el pelo. Él se paró dirigiéndose al pantalón que está tirado para tomar de su billetera dinero.
—Te debo una tanga.
Mel sonrió negando con la cabeza. La expresión de él ahora ha cambiado, sonríe a medias. Parece avergonzado. Mel se puso rápidamente las zapatillas.
—Adiós Volker.
Ella se dirigió a la puerta y se fue. Condujo a casa y llegó como a la una de la madrugada. Se metió a la ducha y se bañó.
Ese ha sido digamos un buen encuentro, porque no todos terminan bien.
Al día siguiente se paró como a las 7:00 y salió a correr un rato. Mel extraña la compañía de Andros, cuando salían a correr los tres. Quitó el hilo de sus pensamientos para no pensar en ella y siguió corriendo, pero inevitablemente se le vienen a la cabeza recuerdos de aquella falsa amistad de tantos años que parecía tan sincera. Las dos, la señora Jessica y Niky se han burlado de ella. Lo siguen haciendo. Por su culpa su madre sufre y ella sufre también.
Sumida estaba en sus pensamientos que no se dio cuenta que la camioneta de su papá se paró frente a ella hasta que la vio. Seguro va a la oficina. Es su hora habitual y siempre que está en Nueva York se lo encuentra pero nunca le habla. A veces él se detiene y se dirige a ella. Como hoy.
—Mel…
Ella siguió corriendo sin voltear. ¿Cuándo fue la última vez que lo miró directamente a los ojos? Ya ni se acordaba pero segura está que ha sido mucho tiempo atrás.
—Te quiero hija.
Le dijo emparejando la camioneta junto a ella mientras trata de avanzar a su paso. Ella se dio la vuelta y se regresó corriendo en sentido contrario a él. Que te den por atrás papá pensó. Quería llorar y odia cuando eso le pasa. Lo odia a él y a ellas porque se lo quitaron.
Entró nuevamente a casa y su mamá está desayunando en uno de esos raros días en los que baja a comer a la mesa cuando él está. Mel se sentó con ella. Son las nueve de la mañana, el sol viene saliendo y Mel está bañada en sudor. Su mamá la miró con desaprobación.
—Deberías irte a bañar primero.
Mel tomó un vaso y se sirvió jugo sin hacerle mucho caso y su mamá siguió hablando.
—Otra vez se va de "viaje"—. Continuó. Mel sabe que se refiere a su papá—. La realidad que se va con su otra familia, la que si quiere, la que si le importa—. Siguió diciendo ella—. Todos los hombres son iguales Mel. Espero tu no seas una tonta romántica e ilusa como lo fui yo. El "felices para siempre no existe". Siempre recuerda eso niña. Pero compruébalo, para que nadie te cuente.
Su madre no tiene que decírselo, Mel lo sabe.
El corazón de Mel saltó de emoción cuando su móvil sonó. Es Andros. Él tiene su tono especial.
—Hablando que todos los hombres son iguales—, dijo su mamá al darse cuenta que es su hijo.
“TODOS mamá” pensó Mel, “ Todos menos él. Es lo único en lo que no estará de acuerdo con ella nunca.
—Hola Andros.
— Hola—, le respondió él.
La cara de Mel se iluminó cuando oyo su voz. Él es su sol en los días de oscuridad. Caminó hasta las escaleras y subió a su habitación corriendo.
—Te estoy esperando pequeña.
Comentó Andros feliz que por fin su hermana dejará de vivir con su mamá.
—Ya estoy lista—dijo ella—. Adiós a tus años de soltería. Adiós a la fila de mujeres que entran a tu departamento para arreglar tus cositas. Adiós a tu cama desordenada.
Mel tuvo que alejar un poco el móvil de su oreja por la escandalosa carcajada de su hermano.
—¿A poco me la piensas tender?—, preguntó y su risa volvió a retumbar en el oído de Mel a través del móvil.
Obviamente no, pensó Mel, esa cama debe estar bastante tendida, porque seguramente en tres meses ella se ha tirado a la misma cantidad de personas que él en toda su vida. Y mira que si las viejas se le lanzan. Que si se le insinúan así a lo descarado. Y no es que él no las mire, porque muchas son un "bombón de mujer" como suele decir su hermano. Y le consta que su hermano es un caliente, pero de esos que no va y se acuesta con cualquiera. Para eso tiene novia, y mira si le da duro con la novia. Y ella lo sabe porque el menudo cabrón tiene condones en el cajón de su tocador, y no uno o dos, ¡un chingo, un montón! Ella los ha visto las veces que va a Boston. Porque luego los fines de semana se lanza con él y se divierten a lo grande. La cosa es que la última vez ella le robó unos porque los tenía de colores, sabores y texturas diferentes. Y sabe que se dio cuenta porque después le hizo insinuaciones y le dio una larga plática sobre la sexualidad responsable, sobre hacerlo con la persona que te gusta, por la que sientes algo más que una simple calentura. Alguien con quien compartes algo más que un simple deseo, con quien disfrutas no sólo el sexo sino su compañía, su plática... Y Mel como que hizo que lo escuchó. Obviamente no le hará caso. Porque TODOS LOS HOMBRES SON IGUALES, y ella solo quiere tirárselos una noche, o más si son buenos en la cama, pero no mucho para que no piensen que ya la tienen a sus pies, y sabe que cuando esté en Boston la cosa se va a poner intensa, porque Andros se dará cuenta que sus sospechas sobre su precocidad son ciertas. Y entonces tendrá que escuchar sus sermones y sus regaños a cada rato.
—Me va a encantar que estés conmigo Mel. Estoy seguro que el cambio te hará bien.
Ella sabe que lo dice por su madre. Traen una guerra que nada más no acaba. No es que se griten o se peleen pero casi no se hablan. Y la culpa la tiene él, mira que pasarse al bando de su padre. Y eso le dolió porque ahora su relación con él mejoró. Andros ha perdonado a su papá. Al principio ella se enojó con él, pero la verdad es que lo adora, así que el enojo se le pasó. Pero su madre se puso loca, bueno, a su manera, ya que por algo le dicen la reina de hielo. Tan poco emotiva que seguido Andros comenta que seguramente viene de otro planeta donde la gente no tiene sangre en las venas. Pero a Mel le consta que tiene sangre, porque ella la vio aquel día, cuando le reclamó a su padre. Estaba con la cara completamente desencajada, y aunque no gritaba se sentía alterada, se veía igual. La cosa fue que Andros ahora se entiende menos con su mamá y seguido le dice a Mel que no se deje manipular por ella. Sin embargo su madre lo único que hace es abrirle los ojos para que no sea una tonta y cualquier idiota le rompa el corazón.
—¡Dos días Andros! Derecho. ¡Voy a estudiar derecho! Quien me viera. Gracias Andros por estar ahí para mí. Por aguantarme. Por ayudarme a salir adelante.
— Ojalá te entrara siempre Mel, ojalá. Manejas con cuidado. Cualquier cosa me hablas.
Después que se despidieron Mel le colgó y se votó en la cama. Chica universitaria. Harvard, Boston, Derecho. ¡Allá vamos!




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.