—Lo siento, señorita, pero su crédito ha sido rechazado—.
Lerato intentó mantener la calma, había usado su mejor vestuario para asistir al banco. Hoy era el día en el que le darían la gran noticia, incluso había preparado una celebración anticipada que compartiría con su abuela en casa, el Melktert estaba esperando para celebrar su triunfo. Con ese dinero podría abrir su propio restaurante, estaba cansada de contestar llamadas a extranjeros que refunfuñaban seguramente sentados en un enorme sofá con un maloliente aroma exigiendo que se les atendiera como si fueran seres muy finos, la mayoría usaba las líneas de atención al cliente únicamente para desplegar la ira contenida que por motivos personales no lograban liberar de otra manera. Lerato no soportaba a otra ama de casa que no reconociera la diferencia entre reiniciar el router o reiniciar su teléfono, pero las cartas de nuevo no jugaban a su favor. Todas sus ilusiones fueron aplastadas.
—¿Qué pasó? ¿Por qué no me lo dan? .. No entiendo que…—Intentó contener las lágrimas.
—Hemos identificado que su historial crediticio…—La empleada era una persona benevolente, por lo que no sabía cómo explicarle a la joven que una persona como ella jamás tendría la oportunidad de acceder a un crédito como ese. —Lo siento mucho… —fue lo único que pudo decir.
Lerato no insistió más, salió del banco con la cabeza baja, evitando que los demás vieran el llanto que desentonaba con sus coloridas prendas. Al abrir la puerta sintió el sol abrasador sobre su piel oscura y cubrió con su mano el brillo del sol. Mirando hacia arriba se dijo así misma.
—Ya es mediodía—Limpio sus lágrimas y se dirigió a casa. En el camino pasó por la panadería de su viejo mentor que la recibió con una enorme sonrisa.
—¡Mi chef! Hoy es el gran día, dime, ¿lo conseguimos?—El hombre detuvo su charla cuando noto el aspecto deplorable de Lerato. Ajustó su discurso. —Encontrarás la manera— la reconfortó.
Lerato le devolvió una sonrisa lastimera y se sentó en una mesa cercana a la ventana, era su mesa, lo había sido desde que era una niña. Distraída en sus pensamientos, ni siquiera noto cuando el gallardo mesero ubicó un pequeño recipiente con frutas y una pulcra taza de té frente a ella.
Estaba decepcionada de sí misma, demasiadas deudas y poco dinero, ese siempre había sido su problema, estaba pensando de qué manera conseguiría el dinero para los medicamentos de su abuela. Miro por la ventana, las personas en la calle parecían tan tranquilas, como si todo en su vida fuera ideal, sin ninguna preocupación, como desearía ser una espectadora de sí misma, la chica en la panadería tomando una merienda de mediodía, con el semblante de una persona que tiene toda una vida resulta.
250.000 dólares pueden ser tuyos… participa… inscripciones abiertas… amor universal…
Las palabras provenientes de la pantalla del televisor agudizaron su oído, ella podría apostar que por un momento se convirtió en un audífono que amplificaba los sonidos ignorando el bullicio del ambiente. Sin saber cómo terminó frente a la pantalla mientras el jugoso número se proyectaba en sus ojos.
Ahora tenía una solución.
Llegó a casa entusiasmada e ignorando las insistentes preguntas de su vieja abuela sobre cómo le había ido en el banco, le dio de comer con entusiasmo y al finalizar le dio el apetitoso postre que había preparado para ella.
—Ouma, me voy a ir un tiempo—.
—Eso es bueno, eso es bueno—Decía la anciana mientras comía con cuidado el postre. —Una joven debe salir, es bueno— Ouma no tenía una buena visión, y con sus ojos blancos grisáceos le dio una sonrisa, sin dientes.
Ouma ya había cumplido 89 años y el deterioro del tiempo se podía ver en su cara y en cada una de las arrugas que contaban una intrincada historia.
—Si es bueno Ouma, voy a conseguir dinero y abrir mi restaurante, y usted va a vivir como una princesa, ¿le gustan las perlas Ouma?—.
La anciana negó con la cabeza.
—Cosas inútiles Lito, yo lo que quiero es un buen ataúd que sea cómodo para descansar tranquila.
A Lerato no le gustaba como su Ouma hablaba de la muerte con tanta facilidad.
—... pero Lito, eso si entiérrenme con uno de esos juguetitos, esos que usan las muchachas, su abuelo no me dio nada de eso, por lo menos en el más allá gozar de un buen martillo, sería una gran bendición.
—Jajajaja Ouma, esas cosas no son cruces como la voy a poner en el velorio.
—Eso mejor que esas cosas hagan las veces de vela en mi entierro y quiero una grande y negra en mi ataúd, es lo único que quiero—La anciana se levantó y con paso cansino llevó los trastes a la cocina. —Collar de perlas…—Masculló entre encías a falta de dientes.
Lerato era una persona inteligente, no fue difícil encontrar el formulario para inscribirse en el concurso. “Conquista: Amor dinero y matrimonio” Al parecer un concurso muy popular en Estados Unidos, que ya se había quedado sin ideas y habían decidido expandir su territorio “Ahora universal” se leía en letras pequeñas como un subtítulo agregado a la fuerza.
Las reglas eran simples.
10 parejas organizadas por medio de complejos algoritmos y corroborados por expertos del amor, si es que tal cosa existiera, las organizaban. Debían como bien dice su título, casarse, solo se conocerían minutos antes de la boda, antes de ese momento no podrían tener ninguna otra información de su media naranja. Y bueno, para ganar el dinero, ¿qué debía hacer? Las condiciones eran simples: mantener la unión durante un año, y lo segundo elegir el dinero antes que el amor.
Si uno de ellos elegía el dinero podía irse con su recompensa y el matrimonio se disolvería de inmediato, el pobre idiota que elegía el amor se quedaba sin nada, por supuesto. Si los dos elegían el dinero, ninguno obtendrían nada. Y luego estaba ese bono especial, en el que los dos eligen el amor, recibían el dinero y una casa en el país donde la pareja decidiera tener su nueva residencia. En fin, la opción que tanto para Lerato como para los organizadores era la opción imposible.
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Editado: 02.11.2024