Todo es extraño al levantarme.
Todo es extraño desde ayer.
Todo está siendo algo espeluznante a mí alrededor y la culpa la tiene... ¿mi madre? Bueno tanto como mi madre no. Digamos que su actitud.
Anoche cuando llegue era bastante tarde. Pensé que ella me regañaría. Que se molestaría por la actitud rebelde que soy consciente he tomado hacia ella. Pero por el contrario se mostró contenta de verme llegar. Atenta y demasiado cariñosa.
Y hoy esta de la misma forma. Lo extraño es que por momentos parece como perdida en sus pensamientos y sonríe sola y constantemente. No sé qué la pueda tener tan feliz y prefiero no averiguarlo.
Mientras la observo desde mi habitación voy guardando todo lo que necesitaré para dibujar. Estúpidamente escogí para arreglarme el vestido más bonito que tenía y me preguntó a mí misma. ¿Porque quiero verme linda para verlo a él?
Me reprendo mentalmente y decido que voy a cambiarme y ponerme la misma ropa que uso siempre. Pero la voz parlante de la radio en la cocina anuncia la hora y ya es bastante justo de tiempo para mí. No me gusta llegar tarde así que... bueno. Me quedare vestida así. Con suerte Ben no dirá nada y yo en cualquier otro caso diré que me puse lo primero que vi.
Cuando salgo de casa mamá aún está metida en un mundo de ensueño que yo ni conozco.
Camino hasta la parada de autobuses. Al llegar debo hacer una pequeña fila para abordar el bus. De un momento a otro siento un toque en mis hombros y volteo en seguida. Es un hombre bastante mayor para mí de cabello largo y claro, con barba y un ridículo bigote —disculpe señorita— dice con un extraño acento. — ¿me podría indicar como llegar hasta Portland?
Le indicó en pocas palabras que esta no es la estación de buses que debe tomar. Y en un pequeño resumen le digo como llegar. Pero al parecer el señor no es de estos lados. Ni si quiera de este país y encima anda con su hijo en silla de ruedas. El hijo ya es un hombre pero igual es un hijo por lo que cuando me piden que si los puedo llevar hasta donde yo misma les había indicado no lo dude y acepte.
Camino a la par de ellos, pero cuando en un cruce de la carretera el señor mayor hace un movimiento para bajar la silla de ruedas de la acera su cabello se mueve y ante mis ojos y en su cuello esta tatuado una estrella. Una estrella con la punta del medio partida, una estrella que tiene un significado muy claro y que yo conozco.
Él es un troyano.
Él es mafioso.
Él es un delincuente y me está llevando con él. O yo estoy yendo por mi cuenta pensando que en realidad ellos necesitaban mi ayuda y ahora pienso que solo querían engañarme para llevarme con ellos.
Nerviosa y asustada miro para todos lados buscando un lugar a donde pueda huir. Pero estúpidamente no veo nada que me sirva. Me detengo fingiendo recordar algo
—no puedo seguir acompañándolos... acabo de recordar mis clases de inglés y voy tardísimo. Sigan por donde les indique que ya están bastante cerca— me volteo y empiezo a caminar de manera rápida.
Siento los latidos de mi corazón en la garganta y siento una molesta presión en el pecho lo que describo como miedo. Un profundo en infinito miedo. Miedo que aumenta mil grados al voltear y ver que el supuesto hijo en silla de ruedas se levanta y empieza a correr en mi dirección.
No lo dudo y yo también corro. No permitiré que él me alcance. No le daré el poder de destruir mi vida, lo bueno del miedo es que en ocasiones te asusta tanto lo que pueda llegar a pasar que huyes de ello como si fuera la muerte.
Cuando él está a punto de alcanzarme, observó a una patrulla de policía dirigirse en el sentido contrario al de nosotros. Es decir mientras yo corro calle arriba la patrulla viene calle abajo por lo que el falso paralítico tiene que esconderse. Ni si quiera me detengo a decirles que han intentado llevarme.
Sigo corriendo y llego a la parada de autobuses de la que nunca debí moverme. Extrañamente y a pesar del miedo que aún siento en vez de querer regresar a mi casa quiero ir al lago.
Paranoicamente observo a todos y a cada una de las personas en el bus. Siento que todos me observan y no me gusta.
Cuando debo bajarme no sé porque pero corro de la misma forma hasta adentrarme en el bosque. No es cuando llego y veo a Ben sentado en la misma roca de ayer que me doy cuenta de que no tengo mi mochila. Y no sé ni si quiera cuando la solté
—llegas tarde... y me comí lo que te traje.
De solo escuchar su voz me siento segura. Pero esa seguridad solo hace que el miedo que sentía dentro de mi saliera en forma de lágrimas de solo imaginar lo que habría pasado si ellos me hubiesen llevado con ellos. Me siento en el suelo sin importarme si me ensucio o las ramas rasgan mi piel. Pero ahora cuando estoy quieta me doy cuenta lo mucho que duelen mis piernas y mi pecho por tanto correr pero aun así es imposible para mi dejar de llorar.
—hey, hey, hey ¿qué pasa? — pregunta Ben sentándose en el piso frente a mí y abrazándome.
Entre llantos le cuento lo que paso. El solo escucha. Ni una sola vez me juzga o me llama estúpida por confiar en alguien que apenas conocía.
—me siento tan tonta. Roger me lo dijo... el me lo advirtió y aun así deje de darle importancia.