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Al día siguiente, Reed se reunió con sus tres asistentes en la sala común de la recepción, ahora que tenía una nueva ocupación debía delegar sus tareas diarias entre ellas.
No podían existir mujeres más distintas en un solo lugar, mientras que Irina Kozlova era una brillante luz alegre, Natasha Nóvikova tenía el carácter más firme y serio, un tanto distante y directo. Isabella O’Harrigan era la más joven de todas, dulce y un poco tímida, pero con un corazón noble. Y de alguna forma, las tres mujeres juntas eran una aceitada maquinaria que trabajaba en perfecta sincronía.
— ¿Dónde está tu experimento? —Preguntó Irina, ella estaba sentada en el enorme sillón marrón frente a Reed, enredando un mechón de su rubio cabello entre sus dedos.
—Recorriendo el exterior —respondió de manera indiferente.
Por alguna razón, Seth Meyer no le permitió estar presente al transformarse en su lobo, y aunque ella se moría de curiosidad por verlo, respetó su decisión.
—Bien, terminemos con esto. —Reed las miró a las tres—. Irina, ahora tienes en tus manos la recolección de informes.
La mujer sonrió de lado.
—Me agradará conocer a estos necios científicos —respondió con sarcasmo—. Pero es mejor que lidiar con Romanov.
—Natasha, seguirás con la revisión de los equipos, pero harás algunas rondas de supervisión, ¿estás de acuerdo con eso?
Ella dirigió su mirada oscura y asintió, sus rizos negros se movieron pesadamente. A veces su seriedad daba miedo, y Reed lo sentía cada vez que ella le miraba y asentía sin emitir palabra alguna.
—Excelente —sonrió ocultando su nerviosismo—. Eso nos deja a Isabella encargada de la asesoría a Vladimir Lébedevich.
Era adorable de cierto modo, ver cómo la joven pelirroja levantaba la mirada cada vez que nombraba al director, sus ojos se ampliaban de una forma que le costaba diferenciar, entre interés y miedo. Isabella tendría que coordinarse con Irina para entregar los informes a Vladimir y ayudarlo en cualquier duda que pueda tener con respecto a los progresos. Reed sabía que ella le temía al gran y poderoso hombre de negocios, ni siquiera sabía que era un cambiante, pero intuía que entre ambos existía un algo a lo que no podía darle nombre, se notaba en la manera en que Vladimir la miraba en cada ocasión que la tenía cerca, como un gran gato hambriento observando a un pequeño y esponjoso conejo.
No había analogía más precisa que esa.
— ¿No puedo...? —Isabella tragó saliva y aclaró su voz—. ¿No puedo hacer otra cosa?
Reed sonrió amable para calmar sus nervios.
—Es eso, o supervisar al equipo de Robert Bross en su trabajo.
Isabella negó de inmediato, con el horro absoluto en su rostro.
—Me quedo con la primera opción —respondió, Reed pudo notar algo de disgusto en su voz.
—Bien, esto es todo, ante cualquier duda que tengan, deben acudir a mí, ¿entendido?
Las tres asintieron.
Era hora de moverse, Irina se fue hacia el ala A siendo seguida de cerca por Isabella quien ya le estaba hablando sobre la mejor forma de coordinar los trabajos. Reed se incorporó y caminó de regreso al habitáculo, pero al notar que Natasha seguía el mismo rumbo, se detuvo.
— ¿Necesitas algo, tienes dudas?
Tenía que admitir que algunas veces, Natasha le hacía sentir nerviosa por su abrumadora seriedad que la convertía en una excelente operaria tecnológica, lo suyo era la precisión y técnica, no las palabras ni los gestos amables. Pero Reed sabía en el fondo que la mujer rusa le tenía estima, al menos un poco.
— ¿Puedo hablar con usted? —Preguntó con el mayor de los formalismos—. En privado, si es posible.
Intrigada, Reed accedió y ambas se quedaron en uno de los bancos que rodeaban la fuente de agua en el jardín.
— ¿Qué es lo que pasa?
Natasha tenía esos distantes ojos de color café centrados en la caída del agua.
—Quiero darle un consejo.
Reed la miró de reojo, apenas estaba sentada en la banca y con sus manos se aferraba al borde, aplicando fuerza. Los rizos caían como una masa oscura por su espalda y al frente, en un fuerte contraste con su uniforme blanco.
—Dime.
Natasha tomó aire, y lo soltó suavemente.
—Por favor, no siga con esto.
Desconcertada, Reed se giró hacia ella, pero la mujer no quiso voltear, continuó mirando el agua caer.
— ¿Por qué debería seguir ese consejo? —Inquirió.
—Nosotros no necesitamos ser comprendidos, tan solo queremos ser aceptados. Nada más que eso. Lo que usted hace es repetir lo que nos hicieron mucho tiempo atrás, tratarnos como objetos.
No había reproche alguno en su voz, tan solo un tono plano y firme, tan distante...
—Sabes que yo no te veo como un objeto curioso —Reed se defendió—. Te veo a ti, a Irina, a Yuri, Gabriel, Emiliano, Fabián, Nina... Seth, los veo a todos como una asombrosa maravilla, un enigma que descubrir. Y los quiero ayudar.
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Editado: 10.07.2019