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Reed de verdad intentó mantener su expresión de ofensa, realmente lo hizo..., y fracasó rotundamente. Vladimir sabía cómo neutralizar su enojo cada vez que se pasaba por alto algún informe, o cada vez que olvidaba mencionarle un detalle importante, como el hecho de que Arif Anyelev haya aparecido así, de la nada, para quedarse.
—Querida Reed, no me mires así.
Oh el maldito leopardo se quería reír, los labios le temblaban en esa suave sonrisa inclinada hacia un costado. Vladimir no tenía licor en sus manos y eso era extraño en él, estaba apoyado sobre un hombro en el ventanal de la oficina, con los brazos cruzados a la altura del pecho, apoyando su peso sobre una sola pierna mientras la otra la cruzaba por detrás.
Reed algún día tendría que admitir que el jefe se veía bien, pero no sería hoy.
— ¿Cuándo pensabas decirme sobre Anyelev?
Los ojos grises de Vladimir se tornaron serios, de un salto se incorporó y fue a sentarse a su sillón.
—Lo iba a hacer.
— ¿Cuándo ya estuviera instalado?
Supo que lo había alterado cuando alzó bruscamente la mirada, pero Reed no se quedó por mucho viendo el peligro latiendo en sus pupilas dilatadas, tampoco en su perfil de prototipo de hombre ruso, un pequeñísimo detalle le llamó la atención, un destello de color rojo desvanecido a la luz que traspasaba por la ventana, ¿acaso Vladimir tenía un beso el cuello de su muy pulcra camisa blanca?
—Sé que estás enfadada y lo siento por eso, pero no me gusta que exijan cosas Reed, y eso lo sabes.
Reed desvió la mirada.
—Porque soy humana.
Y para los cambiantes, los humanos eran peor que escoria, inútiles y peligrosos, la maldad personificada por encima de todas las cosas.
—No, Reed, no es por eso. —Vladimir se echó para atrás en la silla, entrelazando los dedos sobre su regazo—. Simplemente no me gustan las órdenes, exigencias, cosas así.
—Entiendo —dijo Reed, relajándose por un momento—. Entonces, Anyelev se quedará ¿no es así?
Vladimir entre cerró los ojos, justo como lo haría cualquier gato, tan solo le bastaba que diera un bostezo con dientes y todo.
—Eso es correcto. Aunque a decir verdad ya lo anticipaba, un hombre como Derek Miller no confía con tanta facilidad en cualquiera, no si no posee todo el control, y especialmente, no en un hombre de dudoso linaje, ruso y cuyas instalaciones están en otro país a más de quinientos kilómetros de su territorio.
— ¿Arif es un espía?
Vladimir dio media sonrisa.
—Una forma más sutil de llamarlo sería... Investigador, querrá saber si ocultamos algo importante. Cosa que por supuesto, no lo hará, estamos limpios y trabajamos de forma honesta.
Reed sintió ese sabor amargo otra vez, ¿qué diría Vladimir si se enterara de que estaba violando el trato de estricta confidencialidad respecto a la información que estaba recabando? Echaría fuego por la nariz, y nada ni nadie en todo el lugar podrían salvarla de su enojo.
Por eso Reed estaba clavando los clavos de su propio ataúd.
«Laila lo vale» se repitió.
—Arif Anyelev se quedará aquí el tiempo que sea necesario, por el momento tú tienes que...
Un estruendo hizo que el piso temblara bajo sus pies, la alarma sonó segundos después mientras trataba de recuperar el equilibrio. Hábil y veloz, Vladimir activó la pantalla táctil del escritorio buscando el lugar del siniestro.
—Explosión y derrumbe —informó con seriedad, y un trasfondo preocupado—. Laboratorio G.
— ¿El personal?
Vladimir le miró.
—No tengo datos, ve.
Sin más que agregar, Reed salió de la oficina y se dirigió a toda prisa hacia el ala B, sacando el audífono inalámbrico intentó contactarse con Natasha.
— ¿Cuál es la situación?
—Estoy cerca —respondió—. Por el informe que recibí hace unos minutos, hubo una explosión química muy potente en el laboratorio G, la onda expansiva ocasionó el derrumbe de una parte del techo, hay compuestos a base de Amonium involucrados.
Reed se detuvo en el pasillo, el personal de seguridad ya estaba en la tarea de evacuar los demás laboratorios por el posible riesgo de una intoxicación química, otro grupo ya se dirigía hacia el pasillo del lugar afectado.
— ¿Dónde está Romanov? —Preguntó, pasando sus dedos sobre la pantalla del anotador, envió la alerta a Irina e Isabella.
—No lo he visto, pero voy a averiguar su paradero.
Eso no le alentaba, aunque Yuri solía trabajar en el laboratorio subterráneo, a veces supervisaba el trabajo con los compuestos de Amonium en los laboratorios F y G. Esas rondas eran erráticas, últimamente infrecuentes, pero nada descartaba que pudiera estar en la zona de riesgo.
Cruzando las puertas hacia el pasillo, Reed tomó una máscara para no inhalar gases tóxicos, un equipo de seguridad estaba sacando a rastras a los trabajadores cambiantes que cayeron ante los químicos peligrosos. Ellos eran vulnerables cuando había inconvenientes de este tipo, sus refinados sentidos eran sensibles y corrían riesgos de dañarse de forma irreversible si seguían ahí por más tiempo.
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Editado: 10.07.2019