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Reed volvió a fijarse en la hora, el reloj digital del anotador marcaba las cuatro con diez minutos, si sus cálculos no fallaban era jueves, el séptimo día de su reclusión que parecía perpetua. No era solo por contar, también llevaba apuntada la rutina diaria, necesitaba aferrarse a algo de control para no enloquecer, para una mujer acostumbrada a seguir pasos y procedimientos, horarios y fechas, era un asunto vital, además de que no tenía nada mejor que hacer, leer ya le aburría y hoy tocaba una salida vigilada al exterior.
Su guardián, el que le traía agua, comida y prendas limpias para vestir, era un hombre muy puntual, Dashiell, el mismo con el que se encontró en el borde del territorio. También era un rastreador como Seth, pero ejercía como médico del clan. Que estuviese tan retrasado le preocupó, ¿tal vez había pasado algo malo? No, Reed alejó los malos pensamientos de su mente, lo más probable era que estuviera atendiendo algún resfrío común o un par de raspones. Nada de qué alarmarse, los lobos estaban bien, Seth estaba bien, Laila estaba bien, todos estaban perfectamente bien... Excepto ella, pero eso no importaba.
Una hora pasó, los nervios le atacaron de prisa, en el exterior no se escuchaba sonido alguno y eso le causaba miedo, porque parecía que ella era el único ser viviente que respiraba en ese lugar, la soledad de eso era incomparable, terriblemente abrumadora.
Cuando el lector electrónico le alertó de la llegada de una posible visita, Reed dobló la esquina de la página del libro de filosofía antigua que estaba leyendo y lo dejó sobre la mesa. Esperó, sentada en una de las sillas, a que la entrada se deslizara y pudiera ver a la única persona que colmaba el espacio en su mente, debería ser Laila, pero por más egoísta que se sintiera por admitirlo, lo único en lo que podía pensar era en Seth.
Sin embargo, en lugar del alto y orgulloso lobo Beta de ojos azules, vio a una desconocida, ella era joven, con un aire inocente y serio en sus ojos de un tono marrón claro, ante la atenta mirada de Reed, ella le ofreció una sonrisa cordial y avanzó al interior.
Notó la amabilidad en su mirada, diferente, sutil, ella se veía... Humana.
—Hola, señorita Dickson —dijo en un saludo formal—. Mi nombre es Eleine Mirianni, y vengo a llevarte.
Reed se enderezó sobre la silla.
— ¿A dónde?
Su frágil sonrisa se truncó por la tristeza en sus ojos, Reed intuyó que algo andaba mal.
—No puedo decirte nada más —dijo, hablando con un tono serio—. Mis órdenes son llevarte.
— ¿Quién las ha dado? —Cuestionó—. ¿El alfa? ¿Eres una loba Moon Fighter? Pareces tan...
— ¿Humana? —Se anticipó—. Sí, Reed, soy como tú. También soy la pareja vincular de Caleb Meyer. Debes venir conmigo, por favor, no puedo decirte a dónde ni con quién, solo que es urgente. —Su tono serio adquirió un matiz frágil, como preocupación teñida con ansiedad—. No hagas preguntas y colabora, por favor.
Reed tragó duro, asintiendo se puso de pie y le siguió, el pasillo de piedra se mostró tan frío y duro ante ella, las luces en el techo le otorgaban más crudeza al ambiente, como una cárcel, pronto, sus ojos se desviaron a los dos hombres uniformados que esperaban a ambos lados de la entrada, ellos miraron a Eleine y con respeto se inclinaron, la mujer tomó su mano entrelazando sus dedos y de pronto todo se desvaneció a negro.
Ya le habían puesto el costal de tela negra las veces en que Dashiell le sacó a las salidas vigiladas, pero ahora, no pudo evitar el sobresalto, tampoco el grito de pavor al pensar que tal vez le llevaban a su ejecución.
—Tranquila —dijo Eleine, ella apretó su mano—. Todo saldrá bien.
Caminar sin poder ver a dónde iba era una experiencia desagradable, le hacía sentir más inútil de lo que ya era, entendía que la ubicación en la que se encontraba era secreta y resguardada por los lobos, pero no veía necesidad en hacerle pasar por eso.
—Detente.
Otro sonido electrónico le arrojó un dato para ubicarse, el deslizamiento del metal le dijo que estaba ingresando a algún lugar, ¿o tal vez a superficie? No sintió la fresca brisa ni el canto de las pocas aves que quedaban, o el sonido del viento al mecer los árboles. En su lugar sintió la tibieza del aire tocar su piel, y cómo las risas y murmullos de las personas se iban apagando a medida que avanzaba de la mano de Eleine.
— ¿Qué miran? —Vociferó uno de los hombres que iban detrás—. Todos a sus trabajos, ¡ya!
El ruido se reanudó, y a medida que seguían caminando fue quedando detrás, por el sonido de sus pasos supo que se encontraba en otro pasillo.
—Detente.
Le quitaron el costal y se encontró con el blanco uniforme adornando las paredes y el piso, las destellantes luces le obligaron a cerrar los ojos con fuerza hasta aclarar su visión. Al volver a abrirlos, Reed notó la puerta de madera, con detalles tallados, figuras de lobos que aullaban alrededor de otro de pie en una roca.
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Editado: 10.07.2019