Atrápame, si puedes

CAPÍTULO CUATRO: PARTE DOS

"El Baile: Segunda Parte"

Louisa

Curiosidad.
Intriga.
Cuchicheos apenas disimulados.

—Señorita Harrington, la ciudad entera ha venido a verla —dijo Lady Whitemore al recibirme con un abrazo exagerado.

—Qué fortuna —sonreí, devolviendo el abrazo—. Londres siempre fue muy... efusiva.

—Mi querida, su regreso ha causado más revuelo que una boda real. —Me reí suavemente.

Y eso que aún no vieron nada.

Los invitados comenzaron a llenar el salón.

Máscaras de todos los estilos: doradas, negras, con plumas, con encajes. La música llenaba el aire con una melodía que parecía deslizarse por cada rincón.El ambiente era hermoso... sí. Pero lo que más me interesaba no era la belleza, sino el control: observar quién hablaba con quién, quién me miraba demasiado, quién evitaba mirarme.

Siempre había que prestar atención a los detalles.

Caminé entre los grupos, saludando con cortesía, escuchando rumores disfrazados de halagos, y devolviendo sonrisas que no me pertenecían. Los Harrington habían vuelto al tablero.

—Louisa. —esa voz, tan familiar. Al voltear la vi.

—Étienne. —me acerqué a ella con una sonrisa genuina, de esas que escaseaban en estos tiempos. —Que honor que estés aquí.

-Todo se ve espléndido, querida. -me devuelve la misma sonrisa mientras observa el salón. -Espero que este lugar sea de tu total agrado.

-No podría pedir más.

Étienne era una mujer trigueña de unos cincuenta años, pero su porte, su elegancia, no se comparaba con la de ninguna otra mujer. Llevaba un vestido negro acorde a su antifaz, el cual podía sacar y ponerse cuando quisiera, ya que no era de esos que se ataban con un lazo.

-¿Cómo te trata Londres desde tu llegada? -esa pregunta escondía más de lo que permitía ver.

-La ciudad es encantadora, aunque está empecinada en averiguar porque he vuelto. No aprendieron a disfrutar del espectáculo, solo quieren ver el final... -le dediqué una mirada cómplice -Un final que no les va a gustar.

-Que comience el juego, entonces.

Presenté a Étienne a personas estratégicas. Ella era la fuente principal de mi engaño. No había podido evitar escuchar mencionar el nombre de la realeza, pero por fortuna la Reina no se encontraba en Londres, aunque sería un tema que pronto debería resolver.

Paseé por el salón, hasta que lo sentí. Esa sensación particular, casi eléctrica, de ser observada de una manera que no podía ignorar. No era morbosa. No era curiosa. Era... reconocida.

Busqué entre las máscaras, girando apenas el rostro. Y ahí estaba.

Nicholas Ashford.

De pie junto a una columna de mármol, vestido de negro, máscara del mismo tono. Contrastaba perfecto con ese color de ojos. Aunque no los veía, me era imposible olvidar ese azul brillante.

El tiempo había mejorado su atractivo. Hay algo en mi interior que me pide a gritos ir hacia él, pero no. Yo ya no era esa adolescente, yo ahora era una mujer. Una dama que no podía permitirse escuchar a su corazón, solo a la voz de la justicia.

No se movía, no hablaba, no saludaba a nadie.
Solo... observaba.
A .

Lo sentí atravesar la música, la gente, el ruido. Pero mi rostro no cambió. Aprendí hace mucho a no revelar nada. Así que simplemente desvié la mirada con elegancia e inicié una conversación con Lady Norwick, que afortunadamente se encontraba a mi lado.

Podía sentir mi pulso marcar un ritmo diferente al de la música.

Empecé a buscarlos, uno por uno, no podría haber asistido solo. Era demasiado inestable para eso. No sabía qué pensaba él. Pero sí sabía algo sobre los Ashford: jamás asistían a un evento sin motivo.

Alexander entró en mi panorama. Vestía igual que su hermano menor. Con un atractivo diferente. Nuestras miradas se encontraron y no me bastó más para saberlo: él venía con un motivo claro. Confirmar algo. O descubrirlo.

Yo, por mi parte, no tenía intención de dejarle nada servido en bandeja.

-Señorita Harrington, ¿podría honrarme con la primera danza? -preguntó Lord Jameson, tendiéndome la mano.

-Será un placer -mentí con una sonrisa impecable y antes de tomar su mano, dediqué un saludo a Lady Norwick.

Mientras tomaba su mano y nos dirigiamos al centro, permití que mis ojos cruzaran fugazmente los de Alexander, otra vez.

Él no se movió. Pero había algo distinto en su expresión. Una duda. O una certeza incómoda.

La música comenzó. Y mientras giraba en la pista, supe que mi juego había empezado realmente. Porque Alexander Ashford no era un hombre fácil de engañar. Y esa noche, su mirada me dijo que, aunque no lo admitiera, ya había sentido la inquietud.

La danza terminó entre aplausos suaves y murmullos complacidos. Lord Jameson se inclinó con torpeza antes de despedirse. La música cambió a una pieza más lenta y las parejas comenzaron a dispersarse.

Yo aproveché para caminar hacia la mesa de bebidas, intentando mantener una distancia prudente de Nicholas. No porque me intimidara, sino porque su presencia amenazaba con hacer visible la tensión que llevaba años escondiendo.

Tomé una copa. Un sorbo. Y como si el destino quisiera burlarse de mí...

-Louisa.

Me congelé solo una fracción de segundo antes de voltear. Esa voz. Desesperada. Profunda. Desequilibrada. Como un cristal apunto de romperse. Estaba ebrio. De lo contrario no se hubiera tomado la libertad de llamarme por mi nombre delante de todos.

-Señor Ashford. -Nicholas Ashford, sonreí para disimular.

De cerca el atractivo era más notorio, como así también lo escondía detrás de el.

Me miraba como si no pudiera creer tenerme en frente, no después de tantos años. No de esta manera.

-Yo...yo no puedo creer que tú...

-Creo que ha bebido demasiado, señor Ashford. Ha sido agradable verlo, pero si me permite...-intento irme pero con un movimiento inesperado, me toma del brazo.




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