Irrevocablemente voy a extrañar las vacaciones.
Me doy cuenta de eso cuando la canción There's Nothing Holdin' Me Back suena en mi celular, indicándome el final del verano e inicio del otoño, es decir; el comienzo de un nuevo semestre de clases.
Camino a la ducha un poco somnolienta, la desvelada de anoche está dando resultados, al mirar mi cara en el espejo del baño noto unas pequeñas bolsas debajo de mis ojos. Heather pagaría por esto, se los aseguro. Anoche se fue pasadas las diez y créanme despertarse a las seis y media de la mañana no ayuda de mucho.
Después de plantearme algunas de las razones por las cuales debo asistir a la fiesta del miércoles, entre ellas, que pronto cumpliré dieciocho años y no he disfrutado lo suficiente en el corto tiempo que llevo en este mundo.
Seguido de todas esas "razones", me contó que cierta pareja muy popular en la universidad, habían terminado. Menciono el nombre del chico, pero lo único que logro recordar es que hace parte del equipo de fútbol americano, seguramente debe ser como ese tipo hombres que parecen sacados de un libro con alto nivel de cliché, que van por el mundo creyéndose lo mejor con sus autos lujosos, linda cara, con su espeluznante oscuro pasado que según ellos los hace actuar de esa manera, acostumbrados a que siempre las personas los vean como si fueran el Dios del universo, pero sobre todo viven humillando a cientos de chicas que anhelan tener una pequeña oportunidad con ellos. Si, claramente debo dejar de leer tantas novelas juveniles que tengan de protagonista un Badboy.
Quince minutos más tarde me visto con una falda de mezclilla que llega a la mitad de mis muslos, un suéter tejido manga larga rosa y mis converse blancas. Aplico un poco de corrector de ojeras en la zona inferior de los ojos. No me gusta maquillarme, a mi parecer es totalmente innecesario; porque todas las mujeres somos hermosas con mil y un defectos.
Simples detalles que nos acomplejan, como esas pequitas que representan miles de estrellas. Aquellas estrías que se ciernan en tu dermis son simplemente las olas del mar tatuadas en tu piel, o esos moretones que con tanta facilidad aparecen, son esos hermosos colores que se difuminan en cada atardecer. Siempre recuerdo que somos polvo de estrellas y dentro de cada ser humano se halla representada la totalidad del universo.
Termino de peinarme el cabello, recojo mi mochila de lentejuelas, y camino hacia la primera planta de la casa, pasando por el dormitorio de mi padre, permitiendo que mis ojos echen un vistazo, al parecer ya está despierto porque su cama está perfectamente acomodada.
Lo encuentro en la isla de la cocina, leyendo el periódico, sus ojos azules concentrados en el escrito. A los lados de su boca y pelo negro se asoman algunas canas. Posiblemente lo único en que nos parecemos físicamente es el color del cabello; porque mi estatura, color de ojos y tono de piel es más claro, en comparación con el canela de mi padre.
-Buenos días- lo saludo, y agarro una manzana de la encimera.
-Buenos días, ¿porque despierta tan temprano? - aparta la vista del periódico y mira la hora en su reloj de mano- son las siete de la mañana.
-Es mi primer día de clases y no quiero llegar tarde. Además, estoy súper entusiasmada, por reencontrarme con los niños de la fundación de la universidad.
Desde que comencé a estudiar en la Universidad de Florida, y conocí la Foundation children's reaching dreams, no dude en brindar mi apoyo, servicio y tiempo. Ayudar a niños con diferentes tipos de discapacidades, es algo que adoro y nace de lo más profundo de mi corazón. En el corto tiempo que llevo, he aprendido a valorar cada minuto en este mundo, pero sobre todo ser muy agradecida por cosas tan simples como caminar, respirar, hablar sin ayuda de ninguna máquina u objeto.
-Salúdalos de mi parte, y diles que pronto los visitare - les juro, que pagaría por ver todos los días sus caritas emocionadas cuando papá asiste y lleva algunos animales.
-Por supuesto, se alegrarán mucho- le digo, mientras camino hacia el garaje.
Introduzco la llave en el contacto y salgo al frío viento de otoño. Pequeñas gotas se deslizan por todo el parabrisas, impidiendo ver como lentamente el verde de los árboles se va esfumando para dar paso a los amarillos, rojos y naranjas, colores que recuerdan los atardeceres.
A penas hay tráfico, por lo que en menos de veinte minutos cruzo el arco que da acceso al campus. Cientos de personas inundan el lugar, grupos de estudiantes de primer curso perdidos, confundidos, y algunos impresionados al ver el enorme edificio de cinco plantas, una fantasía arquitectónica, todo el de cristal. Una hermosa fuente se encuentra en el centro de los elegantes edificios de piedra, rodeados de altas palmeras que se alzan por todo el lugar. Siempre imagino que son un conjunto de casas de intercambio en época de vacaciones.
Conduzco hasta el aparcamiento del campus, con cara de frustración, hay una cola de al menos veinte autos delante de mí, por situaciones como estas, es que siempre mi alarma suena dos horas antes.
La facultad de Biología marina está en el edificio número seis; por lo cual tengo menos de veinte minutos, para llegar a tiempo a la primera clase. Aparco el auto al lado de un hermoso Mercedes Benz blanco, desvío la mirada hacia el chico alto y pelirrojo que está apoyado contra la puerta del conductor. Su cabello, lleno de rizos gruesos le caen sobre su frente, sus ojos grises como las perlas del mar concentrados mientras tecleaba en su móvil. Desciendo la vista hacia su camisa blanca con las mangas enrollada hasta los codos. Debajo de su piel blanca puedo ver mi mayor debilidad en cuanto a hombres se trate, su antebrazo con venas marcadas, y músculos bien definidos se ciñen por la camisa.
Se que debo de estar mirándolo de una manera bastante grosera, pero no puedo apartar los ojos de él. Es atractivo, muy atractivo. Agarro la manija de la puerta, pero no abre, sigo tirando de ella con más fuerza, pero mi esfuerzo es en vano. De repente alguien golpea la ventana del auto, levanto la vista y un par de ojos grises se encuentran con los míos.