Atrévete a enamorarme

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Era una tarde muy fría, tan fría que los copos de nieve aterrizaban desde lo más alto del cielo. Aitana se encontraba sentada en un banco y observaba los árboles con su vestido lila de tul mientras las piernas le temblaban. Como todas las tardes, pensaba en él. Pensaba en sus ojos, en su cabello alborotado y en su tono de voz, en esa voz que no era aguda sino de un tono grave. El ruido de unos pasos acercándose la alertaron y giró la cabeza hacia su derecha.

«¿Quién será este?» Pensó nerviosa. 

El extraño caminó hacia ella y su corazón saltó.

―¿En qué piensas, bonita? ―le preguntó con voz melosa y a la vez dudosa.

―Pensaba en mi novio, pero creo que ya me voy ―respondió temerosa ante su presencia.

―No puedes marcharte. ―Habló él con voz fuerte―. No puedes salir del Zoológico porque ya lo cerraron.

―¿Cómo? ―preguntó ansiosa―. Debe haber alguna manera.

El extraño la observó detenidamente, sus ojos contrastaban de manera impresionante con su cabello negro y resaltaban bajo los últimos rayos de sol. Se sintió indefensa ante esa mirada.

―Soy el guía ―comenzó a explicar el extraño―. Tranquila, puedo encargarme de ti, soy un buen guardián.

―¡Pero no puedo pasar la noche aquí! ―replicó.

―¡No podrás salir hasta mañana! ¡No lo intentes porque es peligroso! ―rugió amenazante. El miedo se apoderó del estómago de Aitana, lo observó petrificada―, recomiendo que te quedes cerca de mí, cuando cae la noche algunas criaturas tienen mal carácter ―concluyó dándose la vuelta para caminar.

No se oían ruidos, nada que le advirtiera del inminente peligro. Pero ella suspiró profundamente y lo siguió...

―¡Un momento!

―¿Qué?

―¡Dije un momento! ¿Estás loco? ¿Me fui así sin más con ese tipo?

―Bueno, sí...

―Tú siempre haces lo mismo, en todas las historias tengo que irme cuando no quiero, tienes que cambiar eso algún día. Tienes que hacer que alguien se aparezca del futuro, que llegue a caballo o si quieres que baje de una maldita nave espacial, pero nooo. ¡Nooo! ¿Sabes que las mujeres no usamos ese tipo de ropa en noches frías? ¡Pero claro que lo sabes! Tú eres el escritor y dices que me tiemblan las piernas.

―En vestido te ves muy bien.

―¿Qué me importa eso si no llega alguien importante a verme? Estoy harta, aburrida, y tengo frío, carajo. Esta noche tampoco me enamoraré, solo caminaré por un zoológico con un vestido lila de tela transparente... ¡Está cayendo nieve! Y yo ahí desfilando con animales al asecho. ¡Por el amor de Dios! ¿No puedes al menos describirme en jean y suéter?

―Al lector le gusta la fantasía.

―El lector que se joda y que entienda mi sufrimiento. ¡Estoy angustiada! Anhelo estar en una historia romántica y al parecer eso jamás sucederá. Me estás encerrando en un zoológico con criaturas peligrosas y... Espera, ¿qué tan peligrosas?

―Pues, creo que bastante.

―¿Crees? ¿Eres el escritor y no lo sabes?

―Solo sé que no son animales comunes.

―¿Y quieres que camine por ahí así?

―Sí.

―Qué desgracia... Bueno, tú sigue narrando para ver si corro con suerte y uno de esos animales me mata rápido.

―Bien... mmm...

Aitana siguió caminando un poco temerosa, pero con ese andar que la caracterizaba...

―¿Un poco temerosa? Yo diría que ¡CAGADA DE MIEDO! Las piernas me tiemblan por el frío que cala en mis huesos porque "alguien" no puede inventar que la noche está templadita. Tampoco me pone un abrigo ni me deja conocer un amor.

―Está bien; tú ganas...

Aitana, que evidentemente caminaba cagada de miedo y muy molesta con su vestimenta actual...

―¡LA ODIO!

―De acuerdo...

Aitana, que evidentemente caminaba CAGADA DE MIEDO y ODIABA su vestimenta actual, oyó a lo lejos un...

―No me cambies la cosa. En la parte pasada dijiste, y te cito «No se oían ruidos, nada que le advirtiera del inminente peligro». No te contradigas o la trama será absurda.

Aitana no oía absolutamente nada.

―Mejor.

Y de pronto escuchó un rugido tan fuerte que corrió, tropezó con algo y resbaló.

―¿Pero qué mier...?

Cuando abrió los ojos, se dio cuenta de que el extraño la sujetaba, no la había dejado caer.

―¿Qué te sucede? ―preguntó el guía con molestia.

―¿En serio? ¿No puede preguntarlo con una sonrisa?

―¡Estoy tratando de narrar una novela y me interrumpes a cada rato!

―Perdón, me quedaré callada. ¡Pero me veo muy bien en vestido! No creo que le moleste mucho sujetarme.

―¿Qué te sucede? ―preguntó el guía con una sonrisa.

Y cabe añadir que le dolía el pie que Aitana le había pisado con el tacón. Por eso su sonrisa era fingida. Muy fingida.

―¿Cómo que lo pisó? Eso duele mucho. Con razón estaba molesto.

―No me digas.

―Está bien, continúa. Tal vez no vas tan mal.

El guía respiró varias veces hasta que su pie dejó de doler... y siguió caminando para luego mostrarle a la chica lo que en realidad encerraba el parque.

Del lado izquierdo puedes contemplar a dos ejemplares adultos de unicornio, es una especie protegida porque están en peligro de extinción. Sígueme, por favor. Ahora mira hacia arriba, en la jaula hay un ejemplar de ave Fénix que duerme, está cansado porque hace apenas unas horas renació de sus cenizas... Y a la derecha tienes el establo del centauro, fue muy difícil capturarlo por su carácter guerrero.

―Pero hay cosas súper interesantes aquí ―dijo Aitana maravillada―. ¿Puedo darles de comer?

―No.

―¿Y por qué no puedo hacerlo?

―Es muy difícil que permitan que alguien se les acerque.




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