Atrevidos

Cuatro


Estamos a pocos minutos de aterrizar, me siento emocionada de ver a mi familia de nuevo, el sol brilla en lo alto y la calidez ya se siente en el avión, al parecer aquí ya están en verano por lo que decido cambiarme de atuendo – ya que cuando salí de Nueva York el frío era intenso –.
Una vez salgo del pequeño cubículo al que llaman baño – es imposible siquiera estar parado allí – la azafata da aviso de que debemos volver a nuestros asientos, colocarnos el cinturón de seguridad y esperar a que el avión toque tierra. 
Desde la ventana puedo ver el aeropuerto, luce igual que cuando me fui hace cinco años, nada ha cambiado, mi hermosa París sigue siendo tan bella como la recuerdo.

—Gracias— sonrío a uno de los tripulantes de cabina cuando me ayuda a bajar.

Apenas cruzo la entrada el gentío me atropella llevándome a la sala de espera, hay demasiada gente aquí y no puedo ver con claridad, suspiro dejando mi valija a un lado y subiendo a uno de los asientos más cercanos observo por encima de la multitud, aún así sigo sin poder ver por lo que me pongo en puntas de pie y es cuando la cabellera de mi mamá se hace visible.

—¡Ariadna!— grita ella y corre hacia mí.

De un salto estoy en el suelo y corriendo a su encuentro, apenas llego me estrecha con fuerza y sonrío mientras la escucho sollozar, mi mamá es una sentimental.

—¡Mírate!— me escanea. —Estas preciosa.

—Gracias mamá — río.

—¡Mi princesa es toda una reina ahora!— papá se une al abrazo y yo los estrecho aún con más fuerza.

Mis ojos viajan unos metros más atrás, allí está Alessa hablando por teléfono, me encamino hacia ella con decisión, sus ojos se encuentran con los míos y me sonríe pero puedo ver cómo escanea mi atuendo y eso me molesta un poco. Ella trae un sencillo vestido color rosa pastel de tirantes, no muy largo ni muy corto, el cabello recogido en una coleta alta y sandalias bajas. Sonrío aún más ya que sé que ella es demasiado "refinada" y "recatada" por lo que entiendo su actitud hacia lo que traigo puesto, shorts de jean – cortos, muy cortos, pero qué puedo decir, el calor me mata–, una blusa roja con transparencias y mis zapatillas – súper cómodo y casual–.

—¡Alessa!— la abrazo.

—Te ves bien— me estrecha —Vaya que has crecido hermanita.

—Sí, soy toda una diosa Alessa, cuídate — le guiño un ojo y me sonríe forzosamente.

Qué extraño.

—¡Ari! ¡Pequeña!— Adrián me eleva del suelo y me da algunas vueltas en el aire. —Te eché de menos.

—Y yo a tí— susurro.

De todos, Adrián es a quién más extrañé, el que me hizo más falta al dejar mi amado país, el que era mi todo cuando fuí niña. 
Observo detrás de mí hermano, mis papás están hablando con un muchacho, me es familiar pero no logro recordar de dónde, sus ojos cafés se encuentran con los míos y me sonríe de manera encantadora. No, no, no, no... No puede ser él, díganme que no es... Santiago.

—Hola Ariadna— se acerca —¿Yo no merezco un saludo?

—Hola Santiago— sonrío —No esperabas que vinieras.

—Oh, supongo que no te dijeron — ríe — Lo lamento, es que con todo lo que tus papás están preparando de seguro se les olvidó.

—Es entendible— río.

—Me alegro que esté todo más que bien entre ustedes — Alessa se acerca sonriendo y yo frunzo el ceño confundida — Ya saben, por lo que pasó cuando confesaste tu amor a Santi en su fiesta de cumpleaños.

Que alguien me detenga, estoy por cometer asesinato en pleno aeropuerto.

¡Maldita desgraciada!

¿Cómo se le ocurre decir eso? ¿Acaso era necesario? ¡Fué hace cinco años!

—Tranquila, no hay porqué sentirse incómodos — sueno muy calmada y segura, lo cual agradezco a Dios —Era una niña tonta e ingenua que se enamoró del primer muchacho que conoció, no es algo importante, ahora que lo pienso mejor ni siquiera eres mi tipo Santiago, en verdad sí que estaba tonta. — río y mis papás me imitan.

Adrián sonríe negando con la cabeza mientras que Alessa me observa algo asombrada, sin embargo, quién no quita sus ojos de mí es Santi, parece dolido, quizás me excedí con lo que dije pero no puedo cambiarlo ya y francamente no me importa. En otros tiempos hubiera hecho cualquier cosa por caerles bien pero ahora, era otra historia y yo no estaba dispuesta a dejar de ser yo: una chica directa y sincera.

—Señorita, olvidó su maleta — un muchacho se acerca a mí.

—¡Dios! — exclamo tomándola—¡Qué distraída! ¡Muchas gracias!

—No se preocupe, suele pasar — me sonríe. —Soy Philippe Couffaine.

—Ariadna Castillo— sonrío y estrecho su mano.

—Señorita Ariadna, ¿Sería posible que usted aceptara tomar un café conmigo en alguna ocasión?— pregunta directo, que agradable sujeto.




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