Atrevidos

Once

Llego a la entrada de mi casa, coloco la llave  en la puerta, ni siquiera me molesto en no hacer ruido ya que no me estoy ocultando de nada y entro.
Dejo sobre la repisa mi diminuta cartera – de esas pequeñas que sirven para llevar lo esencial –, me quito los zapatos dejándolos sobre el sofá y cuando estoy por dirigirme a la cocina Alessa se aparece ante mí de la nada, como un espectro o un fantasma de esos que salen de la oscuridad listos para devorarte o llevarte al infierno en las películas de terror.

—¡Por tu madre Alessa Samantha Castillo!— grito y casi caigo al suelo —Me has dado un susto de muerte mujer.

—¿¡Se puede saber dónde estabas!?— se vé molesta — Los muchachos llevan horas buscándote.

Levanto mis cejas sorprendida, ¿Buscándome? ¿Qué? 
Veo el reloj en mi muñeca, son las once y media de la mañana, sí lo sé, es algo tarde para llegar a casa luego de una salida con amigas – y chicos – pero considero que tengo la edad suficiente para volver a la hora que me plazca, soy mayor y no soy estúpida. 

—¿Santiago me busca?— susurro reprimiendo una sonrisa, me gusta eso, no sé porqué.

—No es lo que crees — me ataca de pronto —Eres mi hermana, la hermanita de Adrián y su cuñada, claro que te busca ya que es peligroso que andes por ahí sola.

Elevo una ceja molesta, paso por alto el hecho de que me ha llamado "hermanita" de manera despectiva pues sé que lo que acaba de decir ha sido con ponzoña, con mala intención, característico de Lessa Castillo. Debajo de su fachada de niña buena, recatada y fina hay una víbora bastante activa, no solía darme cuenta cuando era más joven.

Yo la idolatraba.

Exacto, la idolatrabas, tiempo pasado.

—No sé con qué intenciones crees que he dicho lo de recién, solo lo dije porque anoche me pareció dejarle claro que yo podía salir con quién quisiera luego de que se pusiera como un loco celoso junto con nuestro hermano — paso por su lado inocente.

La escucho respirar de manera estruendosa, mi comentario – por más cierto que sea – ha hecho mella en ella y francamente se lo merece, ella comenzó, siempre empieza las peleas. No sé la razón.

Tal vez está loca...

Tal vez.

—¡Ariadna!— el grito de Adrián me sobresalta.

Mamá y papá entran en la cocina, q continuación lo hace él y mi futuro cuñado, ambos traen una cara de espanto, la ropa desalineada y ojeras bajo sus ojos.

—¿Dónde mierda estabas?— mi hermano es el primero en hablar.

—Salí con las chicas — digo mientras me siento junto a mamá quién nos observa sin comprender.

—¿Te fuiste con ese babotas?— pronuncia con desdén.

—Sí Adrián, me fuí con él y follamos toda la noche, ¡Joder! No tienes idea de lo rico que lo hace — sonrío coqueta.

Santiago escupe la malteada que mi hermana le ofreció, Adrián por poco y pierde la mitad de su quijada de la sorpresa y mi madre pega un gritito de esos que se me antojan indignados, mi padre voltea a verme y le sostengo la mirada para que luego me haga una señal de que lo espere en su despacho.

Mierda.

—¡Qué repulsiva! — la señorita recatada me observa con desapruebo.

—¡Oh, vamos!— río — ¿Vas a decirme que Santiago no te lo hace rico?

Nuevamente Santiago escupe lo que acaba de tomar para llenar la cara de mi hermano con su bebida, Lessa adquiere un color rojizo en sus mejillas y observa a su prometido toser a más no poder. 
Río a carcajadas mientras me levanto de la isla de la cocina, dejo todo en su lugar y – mientras Lessa y mamá discuten sobre mi comportamiento– le guiño un ojo a Santi quién parece querer asesinarme con la mirada sin conseguir lo que desea.

Subo las escaleras hasta el despacho de mi papá, solía venir aquí a escuchar música con él, a bailar para él y a jugar ajedrez. Esos tiempos en los que la compañía del hombre que me volvió lo que soy era lo mejor que podía pasarme ya que mi madre pasaba todo su tiempo con Alessa y sus estupideces de adolescentes.
El despacho sigue igual, con su peculiar aroma a pipa y a colonia, varonil y masculino, con los típicos muebles de roble, antiguos y perfectamente cuidados, con la afelpada alfombra color borgoña y las cortinas a juego, la paredes pintadas en un tono beige con punteras en las esquinas de las paredes en forma de un trébol negruzco.

—¿Padre? ¿Querías verme?— pregunto respetuosa.

—Sí, deseo saber que ha sido aquello que has dicho en el desayuno Ariadna— voltea a verme sobre su escritorio.

—Ha sido una broma padre, sólo quería molestar a mi hermano, lamento si fué inapropiada— bajo la cabeza.

Lo escucho suspirar, jamás ha sido bueno para darme una reprimenda ya que nunca lo necesité, aún cuando tuve mis travesuras y locuras jamás me levantó la voz o la mano en un extremo.

—De acuerdo, no hagas que me preocupe princesa— escucho como se acerca y me abraza — ¿Y qué es ese modismo tan respetuoso? No pareces tú y francamente me hace sentir aún más viejo de lo que soy. — ríe al final.




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