Atrevidos

Doce

Corro de una esquina a la otra en mi habitación, el despertador no ha sonado y yo llegaré tarde a la academia. 
Ayer por la tarde la directora me llamó para ofrecerme un empleo allí el tiempo que dure mi estadía y no pude negarme ya que todo lo que me permita hacer lo que amo es bienvenido, no sé bien qué es lo que voy a enseñar o si seré ayudante de algún profesor pero me emociona la idea de sobremanera.
Bajo las escaleras rápidamente, comeré algo de fruta antes de salir. La casa se oye silenciosa y solo me deja saber que mi familia no está, quizás estén en algún evento o preparativo para la ostentosa boda de mi hermana.

Abro la gaveta de los cereales, me encuentro con que ya no hay y maldigo por lo bajo el voraz apetito de Adrián, es como una aspiradora o un enorme agujero negro que se traga todo lo que se cruce en su camino. 
Suspiro sonoramente y cuando volteo me encuentro de frente con Santiago, recién salido de la ducha por lo que veo, se me queda viendo atónito y seguramente esperaba que yo no estuviera o que me hubiera ido con Alessa. Observo detenidamente su torso, no puedo evitarlo, no tiene exceso de musculatura pero se ha puesto en forma desde que me fuí a los dieciséis, el cabello revuelto y húmedo le sienta de maravilla y mis ojos se abren como platos cuando caigo en la cuenta de que solo trae puesto una toalla atada a su cadera.

—Ariadna, ¿Vas a seguir viéndome así?— susurra de manera sensual.

Me sonrojo, ¡Dios, que vergüenza! Desvío la mirada y aclaro mi garganta, ¿Qué puedo decirle?

—Perdona— musito buscando la salida con la vista.

—¿Todo en orden?— me sonríe, está más cerca que hace unos minutos, ¿En qué momento...?

—Sí, ya me voy— me encojo de hombros.

—¿Dónde vas?— pregunta colocando sus brazos a los lados de mi cuerpo, impidiéndome el paso.

—A la academia, me ofrecieron un empleo allí... — respondo rápidamente, estoy nerviosa. Él me pone nerviosa.

—O sea que estarás con el babotas que te pidió salir en el aeropuerto— eleva una ceja, se ve... Atractivo.

¡Basta! ¡Mierda, Ariadna, controla las hormonas!

—Ya me voy, llegaré tarde— le sonrío e intento moverme.

Para mí mala suerte Santiago ni siquiera se mueve, se mantiene en su lugar y lo único que puedo hacer es intentar moverlo, pongo presión en su pecho con mis manos pero no consigo nada, ¿Qué le pasa?

—Quédate conmigo Ariadna— susurra.

Me toma por sorpresa esa frase, quisiera que fuera en otro momento, en otro lugar y con otro significado. Sé que su lado protector es el que está hablando, que intenta "cuidar" a su "pequeña" pero para mí es una tortura, porque lo quiera admitir o no aún siento cosas por él, por más mínimas que sean.

—La noche que te fuiste del club con ese idiota, ¿Ustedes...?— se calla de inmediato, sé lo que quiere preguntar.

—Si— miento, tengo que mentirle, no puedo darle el gusto de saber que no hicimos nada porque me torturó su forma de buscarme, sus celos infundados —No hablaré de ello Santi, ahora déjame ir.

—Mírame— pide en un susurro.

Con un enorme esfuerzo levanto el rostro, lo encaro sosteniendo su mirada y siento las condenadas mariposas en el estómago, el hormigueo en mis manos y el latir de mi corazón desbocado y emocionado. Acorta aún más la distancia entre nosotros, cuando creo que va a besarme pasa de largo y deja un beso lento y sentido en la parte superior de mi mejilla, cerca del pómulo, no despega sus labios de esa zona ni sus ojos de los míos que apenas pueden verlo.

Dios mío...

Voy a morir de un colapso nervioso con éste hombre.

Finalmente se separa de mí, me sonríe con cariño y sale de la cocina dejándome con el mar de sentimientos a flor de piel, con la confusión más grande de todas, con la incertidumbre y el deseo de tener otro momento a solas con él sólo para que vuelva a besar mi mejilla de esa forma, porque sin siquiera tocarme o besarme ha encendido mi corazón nuevamente, o quizás, lo que yo creí enterrado sólo estuvo escondido en un buró, allí en un cajoncito cerrado y oculto que él se ha encargado de abrir.

El camino a la academia es tranquilo, los autos me dan el paso ya que voy en mi bicicleta, me obligo a prestar atención ya que mi mente se ha empeñado en reproducir una y otra vez de manera masoquista la escena que tuve con mi cuñado.

Cuñado.

Esa palabra... Jamás pensé que me provocaría tanta repulsión con sólo pensarla, pero lamentablemente no puedo hacer nada más. 
Veo las puertas del edificio abiertas de par en par y sonrío, es hora de dejar las penas de lado y darle paso a mi pasión por el baile, es ahora cuando dejo que todo lo que me molesta fluya como el agua.

—Buenos días, lamento la demora — sonrío.

—No se preocupe, llegó en el momento justo— me sonríe una señora regordeta la cual creo que es la secretaria. —Serás la asistente de Philippe, el día de hoy comienza a enseñar bailes latinos y tenemos mucha concurrencia.




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