Atrevidos

Diecisiete

Santiago.

Salgo exhausto de la oficina del señor Castillo, llevo más de dos horas hablando sobre la boda, preparativos, posibles invitados – una enorme lista–, comida, bebida y ni hablar del vestido de Alessa. En verdad estoy muy cansado y sólo llevamos semana y media hablando del tema, por otro lado está la situación con Ariadna, ¿Qué mierda estoy haciendo con ella? ¿Por qué no puedo comportarme como un hombre que va a casarse cuando estoy con ella? ¿Acaso no puedo ser un cuñado normal?

No, no puedes, por qué estás jodidamente pendejo.

¿Yo pendejo? ¡Ja!

Estás apendejado, por el amor.

No.

Si.

Cállate.

He logrado irme solo en mi auto ya que Lessa irá con sus padres a casa, planeo comprar algún licor y luego ir a cenar con ellos para posteriormente ver cómo Ariadna se prepara para salir ya que es viernes por la noche y a mí me comeran los celos desde dentro, lentamente.
Sí, lo sé, soy muy dramático.

Acabas de decir "celos".

Me confundí.

Ajá.

El tiempo pasa volando, no sé en qué momento he comprado todo y ya estoy llegando a la casa de mis suegros, salgo del auto y el diluvio me recibe dejándome sorprendido, ¿Estaba tan aislado en mi mente que no noté la lluvia? ¿Así conduje? Mierda. 
Casi como atleta olímpico llego al porche de la vivienda, sacudo un poco mi cabello y abro la puerta – la cual está abierta y puedo asegurar que es a causa de la negligencia de mi futura esposa –, dentro el calor me reconforta bastante y llego a la cocina dónde todos están preparando la cena.

—¡Amor!— Alessa besa mi mejilla y le sonrío.

Noto que Mery se encuentra en una de las esquinas de isla de cocina, sola y algo cabizbaja, mis ojos se dirigen a los de mi suegro quién sólo parece estar queriendo hablar por teléfono, su mujer cocina con la que será la mía y todo me parece tan raro. 
Pronto me doy cuenta del porqué, Ariadna no está aquí, no hay música como suele ser cuando ella habita la casa, no hay risas, ni chistes raros o fuera de lugar, falta algo que da color a la casa, falta ella, toda su presencia...

—Bien, está todo listo — Alessa coloca una ensaladera sobre la mesa. —Te llevaré a tu casa Mery. 

Prácticamente acaba de echar a la muchacha sin ningún tipo de vergüenza por su falta de educación o tacto para decir las cosas, la observo asombrado y confundido dejando el paquete del supermercado sobre la mesada y luego paso mi vista a la morena.

—No voy a irme hasta saber de mí amiga — responde tajante.

—¿Ariadna? ¿Qué le ha pasado?— pregunto intentando no sonar muy interesado.

—Tuvimos una discusión tonta — se encoge de hombros Lessa.

—¡Mentira!— la morena se pone de pie —¡Fuiste cruel y grosera con ella! ¡Sabías que no iba a gustarle ser tu dama de honor o peor aún, llevar tus asquerosas sortijas!

—¡No me grites en mi propia casa mocosa!— se aproxima a ella.

Me hago presente en la discusión quedando entre ambas – y evitando así que haya algún golpe, o peor, una pelea de chicas en la cocina–, las observo a ambas.

—¿Qué ha ocurrido?— pregunto a Mery.

—Yo puedo... — inicia Lessa.

—No— la veo serio —Calla de una vez, tu voz ya ha colmado mi mente y sólo llevo aquí unos minutos.

La cara de la mayor de las Castillo se desfigura en una mueca indignada que se me antoja cómica y sobre actuada.

—Ariadna se negó a ambas cosas, no quería llevar los anillos ni ser dama de honor, es más, ni siquiera quiere estar cerca de esa perra — señala a la rubia con desdén. —Tú más que nadie deberías saber cómo se siente tu hermana, lo que has hecho no tiene códigos Alessa, eres despreciable y si algo le sucede a mi amiga será exclusivamente tú culpa.

El silencio colma la habitación, ahora entiendo el comportamiento de mi suegro, de seguro intenta llamar a su hija, localizarla en algún lugar. Veo la ventana, afuera llueve torrencialmente, hace frío y lo más probable es que todo éste problema haya sido hace horas por lo que Ariadna está allá sola buscando un tiempo para aclarar sus ideas y no romperle la cara a golpes a su hermana. 
Por más que puedo entender cómo se siente no apruebo lo que ha hecho, ¿Y si algo le sucede? ¿Un asalto? ¿La atropellan? ¿Y si...? ¡No! Me niego a pensar que alguien puede siquiera tocarla sin su permiso.
Mis nervios florecen como tulipanes y margaritas, debido a esto tomo nuevamente las llaves de mi coche y me encamino a la puerta de salida escuchando un taconeo detrás de mí.

—No irás a buscarla, ¿Verdad?— pregunta algo molesta.

—Sí, iré a traer a tu hermana— salgo rápidamente.

—¡No puedes! ¡Ella decidió irse sola!— me toma de la mano— ¡No puedes seguir cuidando de ella! ¡Ya no es una niña!




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